Francia ganó el partido de la semifinal contra Bélgica gracias al gol de Samuel Umtiti, nacido en Camerún. Por su lado, el equipo belga tuvo como figura principal a Romelu Lukaku, delantero de padres congoleses. También Inglaterra, eliminada por Croacia en esa misma etapa, contó con cinco hijos de inmigrantes en la cancha. Lo irónico es que precisamente dos semanas antes de estos partidos, el Parlamento Europeo se comprometió a fortalecer los controles de ingreso de migrantes a la zona Schengen, una medida que limitaría la llegada de más personas como estos jóvenes deportistas, que pusieron a vibrar a sus países.La inmigración se convirtió desde hace tres años en el principal tema de la agenda política de los países europeos. En Francia, la ultraderechista Marine Le Pen estuvo muy cerca de ganar las elecciones con un discurso antiinmigración. En Alemania, el ministro del Interior, Horst Seehofer, amenazó con renunciar y desestabilizar la coalición de gobierno de Angela Merkel, por sus discrepancias con la permisiva política de asilo que ha defendido la canciller. El nuevo primer ministro italiano, Giuseppe Conte, llegó a su cargo con el compromiso de poner fin a lo que llamó el “negocio de la inmigración”. Todos ellos, a pesar de la distancia que los separa, tienen un factor común: un discurso racista y xenófobo, que rechazan al migrante que busca asilo y oportunidades en sus países, según ellos, porque corrompen la identidad nacional.Puede leer: Primera semifinal, una fiesta no tan a la francesaContrario a estos discursos, tanto las selecciones como los equipos de fútbol europeo plasman una sociedad multicultural, incluyente y, principalmente, triunfadora. La migración al Viejo Continente, incluso con todas las políticas que intentan detenerla, aumentó de manera considerable en los últimos años. Estos cambios demográficos se reflejan en el campo de juego. Desde las semifinales, el torneo se convirtió en una especie de Eurocopa, y tres de los cuatro equipos tienen una alta participación de migrantes en sus alineaciones. Los inmigrantes, o sus hijos, representan el 78 por ciento de la selección de Francia, el 49 por ciento de la de Inglaterra y el 48 por ciento de la de Bélgica.Mientras París y Londres celebraban los goles de Umtiti y Dele Alli, según datos del Pew Research Center, el 57 y 56 por ciento de la población de esos respectivos países cree que hay demasiados inmigrantes. En Francia, más del 40 por ciento de los inmigrantes se han sentido discriminados en alguna oportunidad. A esta opinión popular se suman las políticas migratorias del Viejo Continente, que tampoco reflejan un esfuerzo serio por acoger el alto flujo de personas que intentan pasar la frontera. En lo que va corrido del año, más de 1.000 personas han muerto ahogadas en el Mediterráneo, intentando llegar a las costas europeas para huir de sus países.Otras seleccionesA los casos de Francia, Bélgica e Inglaterra, se suman otros países que también presentaron en el Mundial selecciones que no reflejan el porcentaje real de la población. En el equipo germano, los inmigrantes son el 39 por ciento, mientras que en la población solo llegan al 12 por ciento. En el onceno suizo, los inmigrantes o sus hijos conforman el 65 por ciento, pero solo son el 28 por ciento de los habitantes de ese país. Ahora bien, las selecciones más representativas son España y Suecia, donde el 15 por ciento de sus habitantes son foráneos frente al 17 por ciento que conforman sus equipos.Le sugerimos: ¿Puede la inmigración explicar el éxito de Francia, Bélgica e Inglaterra?La opinión sobre la participación de los migrantes en las selecciones nacionales depende sustancialmente de sus resultados. Para Eric Cantona, exjugador de la selección francesa, los jugadores inmigrantes de su país cuando ganan son negros, árabes o blancos franceses, pero si pierden, son simple “chusma extranjera”. Hace dos semanas, Jimmy Durmaz, defensa sueco de padres turcos, tuvo que salir a pedir mesura, luego de recibir insultos xenófobos y amenazas de muerte por realizar una falta en el minuto 94 que permitió a Tony Kroos empatar el partido que jugaban frente a la selección alemana.Esa misma sensación tiene Lukaku, quien aseguró que “cuando las cosas iban bien, los diarios me llamaban ‘el delantero belga’, pero cuando iban mal, ‘el delantero belga de ascendencia congoleña’”. O Karim Benzema, quien no fue llamado por Deschamps para disputar el Mundial, dijo a los medios que “cuando marco goles con la selección, soy francés, cuando no marco, soy árabe”.No hay que olvidar que Europa tiene una responsabilidad histórica, pues un gran porcentaje de sus jugadores provienen de sus antiguas colonias. En Francia, 13 de los 23 futbolistas son hijos de inmigrantes de antiguas colonias en África. Los padres de otros tres (Rafael Varane, Thomas Lemar y Presnel Kimpempe) vienen de sus actuales posesiones de ultramar en el Caribe. Casi un tercio de los futbolistas de la selección belga son hijos de congoleses, antigua colonia que en el siglo XIX sufrió una política genocida por parte del rey Leopoldo II, en la que fueron asesinadas aproximadamente 10 millones de personas. Por su parte, Dele Alli, figura de la selección inglesa, es hijo de un príncipe yoruba nigeriano.El periodo colonial europeo, que finalizó en la segunda mitad del siglo XX, dejó muchas heridas abiertas. Los planes de construir una sociedad multicultural, incluyente y diversa son, en parte, resultado de la intervención violenta de Europa en los territorios donde establecieron sus imperios. Y los gobiernos europeos han encontrado en el fútbol un oasis, tal vez el único, en el que ese proyecto ha sido fructífero.En el equipo francés, inglés o belga no habrá, como hace 40 años, once jugadores con el fenotipo de Antoine Griezmann, Harry Kane o Eden Hazard. Para Gareth Southgate, entrenador actual de la selección inglesa, su equipo representa, por su multiculturalidad, “la Inglaterra moderna”.Este pequeño espejismo, que ha durado un mes, acabará el 15 de junio, mientras que el triunfo de los partidos de ultraderecha xenófoba europea está en auge. Curiosamente, el fútbol se convirtió en el escenario en el que mejor se reflejan las contradicciones que tienen los europeos frente a la inmigración.