Por  su nombre completo prácticamente ningún colombiano lo ubicaría, Myles Robert Rene Frechette. Pero si se dice el “embajador Frechette”, sobrevienen los recuerdos, y estos, no pocas veces, provocan una mueca en el rostro. El embajador Frechette llegó a Colombia en 1994 y se marchó en 1997, hace más de veinte años, pero su impronta siguió presente. De hecho, hace apenas unas semanas, con 81 años de edad y retirado en Washington, volvió a ocupar titulares con ocasión de un libro entrevista en el que habló sobre el ayer y el hoy de la política colombiana aunque advirtió: “Hay secretos de Estado que no los voy a contar”. Ahora, al confirmarse su deceso, Frechette regresa a los titulares y su afirmación es una sentencia inapelable.El diplomático llegó a Bogotá el 25 de julio de 1994 como representante del gobierno de Bill Clinton, y desde el primer día jugó un papel central en el acontecer político, marcado por el proceso 8.000 que tuvo tambaleando al entonces presidente Ernesto Samper. El rol de Frechette fue fustigar a Samper día y noche. Nunca en la historia de Colombia un embajador había tenido la influencia y la interferencia en asuntos políticos internos que se dieron durante los años del 8.000. Frechette era una especie de virrey. Y sus intervenciones recalcitrantes le valieron críticos y admiradores. Jaime Garzón, con quien tenía extensas charlas en privado,  no vaciló en apodarlo “Proconsul” en sus programas de sátira. Muchos lo llamaban “Cospiretas” y, Horacio Serpa, principal escudero del presidente, se refería a él como “Gringo maluco”. Pero para la opinión pública, profundamente indignada con la penetración del narcotráfico en la política, tenían buen recibo las intervenciones de Frechette. El diplomático –de cerca de dos metros de altura, barba y un español más que fluido– era más bien percibido como un aliado de todos los que consideraban que el presidente tenía que renunciar. El clímax del enfrentamiento llegó cuando Estados Unidos, en junio de 1997, tomó la determinación de cancelarle la visa a Samper, con el argumento de que el presidente de Colombia cohonestaba con las actividades de los narcos. El golpe se dio cuando Samper tenía la más baja popularidad y observaba la retirada de colaboradores claves para sostener su gobernabilidad en el remate de su gestión. El quiebre, decidido por Frechette, deterioró las relaciones oficiales de Colombia con Estados Unidos a niveles insospechados.Si la opinión pública anti-sanperista lo consideraba como un aliado era apenas previsible que el presidente Samper y su entorno lo consideraran uno de los jefes de la conspiración en contra de ellos. En una entrevista del expresidente la semana pasada confesó que si de algo se arrepentía de su Gobierno era de no haber expulsado de Colombia a Frechette. El mismo ex embajador, en su libro “Frechette se confiesa”, le contó al periodista y autor, Gerardo Reyes, que en los momentos más agudos de la crisis que importantes personas del país llegaron a tantearlo y a preguntar cuál sería la posición de su gobierno sobre un golpe de Estado. En el libro Frechette definió así el gobierno Samper: “un presidente elegido democráticamente, con un problema de narcotráfico… para los gringos Samper tenía lepra, punto”. Por otra parte, el exembajador nunca reveló los nombres, pero dejó claro que consideraba que el asesinato de Álvaro Gómez estaba relacionado de alguna forma con esos episodios. En el libro, Reyes también indagó a Frechette sobre sus opiniones respecto a Álvaro Uribe Vélez, entonces gobernador de Antioquia. Frechette recuerda que cierta vez le preguntó al entonces gobernador por qué había nombrado al narcotraficante  César Villegas en un cargo directivo dentro de la aeronáutica y asegura que Uribe le dijo: “No sabía que Villegas era un torcido”. El ex embajador además explicó que Estados Unidos decidió apoyar a Uribe porque este siempre mostró ser un “hombre de los gringos”, es decir, un incondicional, siempre dispuesto a respaldar las políticas estadounidenses. Aunque Frechette falleció hace poco más de un mes –el pasado 1 de julio–, por disposición de su esposa Bárbara, las honras fúnebres y el duelo se han llevado en absoluta cautela y lejos de los reflectores. El deceso se produjo por cuenta de una breve e intensa batalla contra el cáncer. Atendiendo a su propia petición, el cuerpo del diplomático fue cremado en Washington. Sus dolientes y amigos asistirán a una misa abierta que se celebrará el próximo  18 octubre en la capital estadounidense.