En la aclamada película de 2006 El diablo viste a la moda, protagonizada por Meryl Streep y Anne Hathaway, hay una escena que quizás pasó desapercibida para muchos espectadores, pero no para los fashionistas: en ella, Nigel —el asistente de Miranda Priestly— le entrega a Andy Sachs, la joven que sin querer se convertirá en la mano derecha de una importante editora de moda, varias prendas y accesorios con los que podrá mejorar su desaliñada imagen. Poco a poco van a apareciendo vestidos de Gucci, zapatos de Jimmy Choo y Manolo Blahnik y también una cartera azul turquesa creada por una discreta diseñadora colombiana: Nancy Gónzález.
Para entonces, González era una caleña de bajo perfil, que sin embargo revolucionó el mundo de la moda con sus carteras de cocodrilo, por las que las figuras de la alta sociedad mundial pagaban sumas astronómicas. La misma que hoy está a punto de ser extraditada a Estados Unidos y con un pie en una cárcel de ese país.
Pero, antes de que la tragedia tocara a su puerta, la vida le sonrió a manos llenas. Celebridades como Salma Hayek, Victoria Beckham, Eva Longoria y Britney Spears eran las primeras en adquirir los diseños de esta economista caleña y madre de dos hijos. Lo propio hacían las estrellas de la popular serie Sex and The City.
Sus carteras lucían en los estantes de las tiendas más exclusivas de Nueva York, París y Tokio, junto a los de Hermès, Chanel y Louis Vuitton, y con precios igual de excéntricos: muchas de esas celebridades pagaban hasta 25.000 dólares. Tanta fama la llevó a ser la protagonista de varias ediciones de revistas especializadas de moda como Elle y Vogue.
Y así, igual de discreta, en 2008 esta colombiana logró lo impensable: el Museo Metropolitano de Nueva York incluyó uno de sus bolsos entre los 65 artículos más sobresalientes de la moda desde el siglo XVIII. “Esa exposición ha sido el mayor honor de mi vida. No había más carteras en la muestra”, le confesó Nancy a la revista SEMANA en ese entonces, en una de las poquísimas entrevistas que concedió en su fulgurante carrera como creadora de modas.
Pero, a miles de kilómetros del brillo de Hollywood, la historia tenía más trabajo silencioso y menos fantasía: aquellas carteras veían la luz en una fabrica del norte de Cali, en la que Nancy González había comenzado, después de su divorcio, a trabajar haciendo cinturones que luego vendía entre amigas y conocidas, con más anhelos de ganarse la vida que de ser famosa.
De hecho, alguna vez contó que nunca le gustaron las carteras ni pensó en diseñar bolsos. Lo suyo era una vida tranquila, en la que disfrutaba pintar, cocinar y bailar. Así había sido desde que se casó, jovencísima, a los 18 años. Al terminar su carrera de economía en la Universidad del Valle, ya tenía dos hijos y quería un puesto de medio tiempo. “Nadie te va a dar trabajo”, solía decirle su suegro, el empresario vallecaucano Francisco Barberi Zamorano, quien finalmente la nombró gerente de una de sus firmas, Corredores de Seguros del Valle.
Pero, poco más de una década más tarde, a mediados de los años 80, la vida la sorprendió con un divorcio. Nancy sabía que debía independizarse laboralmente. Así que, atraída por la culinaria, en un principio quiso hacer galletas; pero una de sus cuñadas, Diana Zarzur, la convenció de escoger otro camino. “Usted, que se ha distinguido por vestirse bien. ¿por qué no hace cinturones?”, le sugirió una tarde. Y así fue. Al poco tiempo, Nancy fabricaba correas de cuero de becerro en el patio de la casa de su madre.
No pasó mucho tiempo antes de decidirse a experimentar con otro material: la piel de cocodrilo. “Fue todo un reto”, dice, “pues se trataba de diseñar algo que ya tenía diseño”, contó en su momento González.
El éxito de los cinturones fue instantáneo y a esta economista no le quedó otro camino que abrir una tienda en Cali, a la que bautizó con el nombre de Encueros. La acogida no cesaba y dos años después abrió otros nueve almacenes en Bogotá, Barranquilla y Cartagena.
La demanda crecía y fue justamente una clienta que le hacía pedidos por teléfono desde Nueva York quien la abrió la puerta de las grandes ligas. “Tú tienes que vender en Manhattan. Yo te puedo conseguir una cita con las directivas de Saks Fifth Avenue y de Neiman Marcus”, le ofreció.
Nancy fue más allá. “Yo lo que quiero es vender en Bergdorf Goodman”, le contestó. Y la clienta le consiguió entonces una cita con la presidenta de esa tienda, una de las más elegantes de la Quinta Avenida. Ese día la diseñadora colombiana estaba en Nueva York y sólo alcanzó a llevarle dos carteras que le encantaron a la empresaria.
Era 1998 y la presidenta de Bergdorf Goodman le pidió que no le mostrara los bolsos a nadie más y le preguntó cuándo tendría lista “la colección”. Nancy González, que no se había soñado eso, se lanzó al agua y se comprometió a llevarle en dos semanas ocho carteras en cinco colores.
Y puso entonces a los artesanos de su fábrica a elaborar todos esos bolsos, a mano, uno de los sellos característicos de su marroquinería. En el punto más alto de su carrera, la diseñadora explicaba que sus bolsos estaban hechos con más de 350 colores. En su fábrica se confeccioban aproximadamente 40.000 bolsos cada año.
El delito que la llevó a una cárcel de Estados Unidos
En ese tiempo de esplendor, González nunca ocultó que sus productos de marroquinería tuvieran como materia prima la piel de animales exóticos, pues ese fue el atractivo que llevó a que sus accesorios conquistaran el mercado estadounidense y terminaran por venderse en más de 300 tiendas exclusivas a nivel mundial.
Fue el comienzo de una leyenda que se derrumbó. El pasado 8 de julio, González fue capturada en Colombia por presuntamente enviar de manera ilegal a Estados Unidos artículos de marroquinería elaborados con pieles de animales exóticos y en peligro de extinción.
Junto a Nancy fueron capturados Diego Mauricio Rodríguez Giraldo, su trabajador de confianza, y Jhon Camilo Aguilar Jaramillo, señalado de ejecutar las maniobras comerciales para garantizar la salida de los artículos fabricados con pieles de animales en vía de extinción de Colombia hacia Estados Unidos.
La investigación de la Fiscalía General de la Nación indica que la mujer elaboraba carteras, bolsos y diversos productos con pieles de babillas, caimanes, serpientes y otras especies silvestres. El ente señala que para enviar los productos a Estados Unidos contactaban personas en el Valle del Cauca que los llevaran a modo de encomienda. De esta manera, si las autoridades les preguntaban sobre los artículos, afirmaran que se trataba de obsequios para familiares, aunque estos terminaran en reconocidas tiendas de lujo. Un final que dista mucho de la historia de cuento de hadas que vivió la colombiana en más de dos décadas.