*Artículo tomado de Jet SetLo primero que Natalia Ponce de León le pregunto a su cirujano, Jorge Luis Gaviria, fue cuánto tiempo le quedaba de vida. Ahora, dos años y 23 cirugías después, cada vez que se mira al espejo piensa que él es un ángel. Su relación de paciente-médico empezó el 28 de marzo de 2014 cuando se hizo cargo de su caso en el Hospital Simón Bolívar de Bogotá. “Tengo un recuerdo vago, estaba débil y aunque no entendía muchas cosas tampoco tenía ganas de preguntar”, dice Natalia.Jorge Luis, quien estaba muy impactado con la severidad y la profundidad de las lesiones que produjo el ácido en su cara y cuerpo, le daba reportes minuciosos a la familia; y a ella, las indicaciones de los cuidados por seguir. “También recuerdo su voz advirtiéndoles a las enfermeras que no podían moverme y que no me dieran nada de comer”. El día que le quitaron los vendajes ella pudo ver el rostro del doctor que siempre le hablaba con tono tranquilizador.Él, quien decidió especializarse en ese tipo de casos desde que hizo una asistencia de seis meses en la Unidad de Quemados del Hospital de Michigan, estaba acompañado de un grupo de la misión Médicos por la paz. “Las primeras cuatro cirugías fueron estresantes, me angustiaba. Estudiaba todo el tiempo y lo consultaba con cirujanos extranjeros, porque uno nunca tiene la verdad absoluta”.Con el tiempo, después de que Natalia se fue a su casa, los dos se encontraban para las curaciones y planear las nuevas intervenciones. Las conversaciones se hicieron más extensas y la joven comunicadora social dejó de ser para el médico una más de los 45 casos de quemaduras que había atendido hasta entonces. “Empecé a admirarla. A pesar de su condición y que le hicieron un daño terrible, ella se interesó en ayudarle a la gente. Es una mujer con una fuerza y una entereza que la hace brillar por sí sola”.Ella, que reconoce ser muy intensa, recuerda que le pidió el número del celular, y cada vez que tenía una duda lo llamaba. La dulzura con la que respondía a sus inquietudes le inspiraba cariño y aun le da fortaleza para no desfallecer cuando debe regresar una y otra vez al quirófano. Jorge Luis aclara que nunca perdió de vista que a Natalia le cambió completamente la vida y que la tenía que tratar con mucho cariño y cuidado.“Fue mi salvación, quien me dio la esperanza de vivir. Nos volvimos amigos y empezó a explicarme todo lo que me había hecho. La relación es espectacular, me cuida y no me habla solo en términos científicos. Como cuando decidió sacarme más injertos de la cabeza y tenía que raparme otra vez. Me dejé una cresta, y con toda la calma del mundo se sonrió y me dijo que tenía que ser todo el pelo”. Se ríen de las ocurrencias de Natalia, y ella siente que es la musa de Jorge Luis.
Ella lo describe como un artista y gracias a la seguridad que le inspira, le ha permitido que pruebe en su cara y su cuerpo procedimientos con plasma y láser para luego regalárselos al mundo científico. “Está haciendo a una mujer desde cero, porque yo quedé sin cara y el cuerpo muy quemado. Siempre recalca la felicidad que le produce ver cómo ha reaccionado mi piel y mi mente, me dice que nunca ha tenido una paciente como yo”.Natalia ya es experta en ponerse las vendas y hacerse ella misma las curaciones. Es la única persona atacada con ácido que en Colombia ha tenido una reconstrucción continua y con el mismo médico, y en eso también radica el éxito de su proceso. “Me he vuelto su escultor con el bisturí, pero también hay que tener en cuenta que hay cosas que se salen de las manos porque la cicatrización es complicada, por ejemplo hemos tenido que hacer varias intervenciones en la boca. La ventaja que tiene Natalia es su constancia y compromiso”.Entre ellos se respira complicidad, pero algunas veces también el humo de un par de cigarrillos, el placer que se acolitan. Ella deja de fumar un día antes de las cirugías y él no le prohíbe nada, “como si no fuera suficiente con todo lo que le ha pasado como para quitarle eso también”, dice Jorge Luis. Ella, que se confiesa maniática y ordenada, ha sido muy constante con su tratamiento, y si él le dice que debe hacerse 20 masajes al día, lo hace, e igual cumple con las 60 flexiones que le aconseja.Su encuentro en la vida no fue casualidad. Ahora dan charlas juntos, como ‘Dejando huella’ en la Universidad Nacional, y trabajan en la Fundación Natalia Ponce de León creada para defender, promover y proteger los derechos humanos de las personas víctimas de ataques con químicos, ella como presidenta y él desde la junta directiva.Tenía que pasar así: que Jorge Luis hubiera ido ese viernes al hospital, sin tener turno a llevar unos documentos, y que la cirujana que se puso al tanto del caso tuviera que irse: “No me imagino en manos de un médico diferente. Ahora es parte de mi familia, que como la de él tiene raíces santandereanas”. Su amor es fraternal. Aunque ella lo ve como un “churro” igualito a Freddie Mercury, sus planes no son de ir a comer o ver una película juntos. Natalia le consulta cada paso, y él la anima a que se vaya de viaje y a que salga de rumba.Él, quien acaba de ser nombrado coordinador de la Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar donde ha trabajado 24 años, vive de lleno su vida profesional y su tiempo libre lo dedica a escribir artículos científicos para publicaciones internacionales, a su mamá y a sus dos perros.A medida que Natalia avanza, se deshincha después de las cirugías y se ve el progreso de las cicatrices, él decide con qué continuar. “Me gusta que es participativa en el plan quirúrgico, porque me ha dado claridad en las prioridades. Yo pensaba que la lesión de la boca era más urgente que la de los párpados, pero para Natalia eran prioritarios sus ojos”.Cada vez las cirugías son menos frecuentes. En 2015 fueron diez, una tras otra, pero este año lleva solo dos, en las que han visto grandes avances como la sensibilidad en sus labios, la forma achinada de los ojos y la recuperación de sus bonitas cejas pobladas. A Jorge Luis no le importa, pero a Natalia sí le aburre que siempre les pregunten cuántas operaciones faltan. Ninguno puede dar una cifra exacta, porque la ciencia evoluciona todo el tiempo y él es tan apasionado con el tema que no para de investigar sobre la terapia regenerativa para reemplazar la piel.“Igual cada día me veo mejor, me acepto y me valoro. Sé que mi cara no va a ser la misma porque lo que hace Dios no lo hace el ser humano, pero me alegra recuperar rasgos característicos como mi mirada. La verdad me veo muy bonita”. Jorge Luis también la ve cada vez más bella y se alegra de que ese espíritu que conoció antes que su apariencia física, se vea reflejado en su nueva cara.*Este artículo fue publicado por Jet Set en noviembre de 2016.