Una cosa quedó clara: su actitud en la cancha es la misma que lo lleva a luchar contra cualquier adversidad fuera de ella. Dicen sus biógrafos que esa fuerza mental de Novak Djokovic fue forjada en su niñez en Belgrado durante la guerra de Bosnia, en 1999, cuando el joven Nole, como suelen llamarlo cariñosamente, tenía once años y aspiraba a ser un tenista profesional.
Tuvo que esconderse en los refugios para escapar de las bombas que llovían en ese territorio, que alguna vez fue la República Federal de Yugoslavia. “Ahí era donde permanecíamos. Nos levantábamos de dos a tres de la mañana por los bombardeos. Eso me hizo fuerte, más hambriento por el éxito, me hizo un campeón”, dijo en una entrevista a CBS en 2011.
No hay tenista tan completo como él. Es según el diario El País, de España, “la máquina ideal. Alma de titanio, cuerpo de chicle y un elenco técnico de golpes fastuoso”. Esos atributos le han granjeado 20 Grand Slams y ahora quiere defender el 21 y ponerse encima de Federer y Nadal, con quien está empatado.
Y esta vez lo hizo fuera de las canchas ante las autoridades australianas y ante el mundo, con la tenacidad con que ha logrado sacar adelante una final que todos daban por perdida. Pero hay un premio que todavía le es esquivo: el cariño de la gente. Aún muchos recuerdan el episodio en Madrid en 2013 cuando Grigor Dimitrov le ganó la partida, y la gradería lo abucheó y silbó sin cesar durante horas.
Una humillación similar se pudo ver una vez más con el último escándalo que protagonizó esta semana por los trámites para ingresar a Australia sin vacuna contra la covid, algo que en ese país no se le concede a nadie, a no ser que muestre una prueba médica para no hacerlo. Y es que desde que manifestó su renuencia a vacunarse las críticas le han llovido por doquier.
Su argumento para rechazarlas es que quiere decidir qué poner en su cuerpo, lo cual es respetable. Lo que no le perdonan es que desde sus redes, un micrófono poderoso para llegar a muchos, haya hablado de métodos no muy científicos para mantener las defensas contra el virus y se ha convertido en un promotor de creencias poco validadas que no ayudan a la salud colectiva.
El año pasado, para no ir muy lejos, Djokovic organizó un torneo cancelado por la cantidad de jugadores que resultaron positivos con el virus. Tampoco le perdonan sus mentiras. El número uno del tenis consiguió una excepción médica y no presentó prueba de vacunación, lo que generó que muchos montaran en cólera por lo que consideraron un trato especial.
No por ser el número uno en tenis, residir en Montecarlo y tener una fortuna de más de 100 millones de dólares le da derecho a pasar por encima de las normas, especialmente cuando los australianos han vivido bajo restricciones severas. A su arribo a Melbourne se le negó la visa, por lo que fue llevado a un hotel para inmigrantes.
Sus críticos, triunfantes, decían que las reglas son las reglas. El lunes, sin embargo, fue ventaja para Djokovic cuando el juez que supervisaba su caso indicó que podía quedarse en el país. Si bien no contaba con la vacuna, el deportista había tenido covid en diciembre y eso le daba inmunidad natural.
Pero de nuevo, el mundo no se dejó seducir por sus argumentos. Muchos lo abuchearon de otra manera: con declaración a la prensa. Martina Navratilova, ganadora de 18 Grand Slams, dijo en Good Morning Britain que habría deseado que Novak se vacunara desde el principio. “Él es un gran atleta, pero no puedo defender su opción de no vacunarse. Si quieres ser líder, tienes que dar el ejemplo”.
El drama se intensificó el miércoles cuando Djokovic admitió que había participado en una sesión de fotografía y en una entrevista en Serbia durante los días en que era positivo de covid-19, lo que indicaría que también violó las normas de la pandemia en su país, además de engañar a las autoridades australianas en el papeleo migratorio. Igualmente, habría estado en una premiación a la que asistieron niños. Otros interrogantes, como –por ejemplo– si viajó a otros países en los 14 días previos a su arribo en Melbourne, siguen sin respuesta.
El serbio señaló que había sido un error de juicio haber ido a la entrevista. No es la primera vez que este deportista debe disculparse por sus acciones, que generan admiración y críticas en todo el mundo. Ha justificado sus tretas para enmarañar algunos partidos, o los raquetazos contra el asfalto, los enfrentamientos con el público y el pelotazo que le dio accidentalmente a un juez de línea en Nueva York, que le mereció la descalificación del US Open.
El viernes el ministro australiano de Inmigración, Alex Hawke, canceló nuevamente el visado de Djokovic, lo que dio paso a su deportación. La decisión se tomó “por motivos de salud y buen orden”, sobre la base de que era de interés público hacerlo. En el mundo se oyó algo similar al “out” que canta el referí en las cachas. Aunque sus abogados alcanzaron a apelar esa decisión, el grande Djokovic estaba fuera de la competencia.
Para sus defensores, sin embargo, el serbio hizo todo con las reglas y merece una disculpa al haber sido tratado como un criminal por las autoridades australianas. Cientos de fanáticos se agolparon frente a su hotel a protestar y cantar “Stay strong Novak” (mantente fuerte Novak) al tiempo que la policía intervenía para disiparlos.
El episodio es una una escena más que sin duda tiñe de color al deporte blanco, caracterizado por la caballerosidad dentro y fuera de la cancha. “Solo tenía buena intención”, señaló la jugadora Donna Vekic, que participó en las protestas. “Mi hijo no está bien anímicamente, pero saldremos de esta con más fuerza”, aseguró su padre, Srdjan. “Es terrible lo que se está diciendo de Novak”, reaccionó Dijana, su madre, de quien existe un mosaico en un museo de Belgrado donde fue representada como la Virgen María.
La autora de la obra dijo que lo hizo así porque ella es considerada la madre de un hombre grandioso que es orgullo de todos. “Dijana es una santa”. Y es que, detrás de Novak, hay padres tan firmes en sus opiniones y tan polémicos como él.
Para ellos su hijo es una suerte de Espartaco del mundo libre a quien comparan con Jesucristo. Así, no es raro que hubieran apelado a todos los australianos, a las autoridades serbias y a la mismísima reina Isabel II para alzar “la voz contra el terror y las brutales violaciones de los derechos humanos del mejor tenista del mundo”, como gritó Srdjan durante las manifestaciones en Belgrado, donde el tema se ha vuelto un asunto de Estado. No es raro. Djokovic allí es considerado un símbolo patrio y ese amor es correspondido. El tenista ha proclamado a los cuatro vientos su pasión sin límites por su país.
Globalmente, Djokovic es la figura más reconocida de Serbia y, según el periodista Saša Ozmo, se lo valora mucho por la labor humanitaria y por la manera en que trata a la gente por las calles. “Decir que no se le quiere a Novak es una exageración, porque tiene millones de seguidores en todo el mundo. Quizá Nadal y Federer son más queridos en la parte oeste, pero en Asia, Suramérica y el Este de Europa él es tan querido como ellos”, aclaró el escritor.
En este momento, cuando los casos de ómicron están en las nubes, no hay Jesucristo que valga. Australia únicamente quiere asegurarse de que Djokovic no será una amenaza para la salud de sus ciudadanos. El domingo el serbio fue deportado y como lo dijo The New York Times, el torneo empezó con tenistas del mundo menos uno de apellido Djokovic. Esta vez su corazón de platino y su mente robótica, que lo llevan a cantar victoria en las canchas, no le ayudaron a salir airoso de este escándalo y a defender su título a partir del 17 de enero en Melbourne. Y lo que sigue ahora es luchar porque este episodio no sea un precedente que le impida participar en otros compromisos este año.