El pasado 18 de noviembre, miles de nicaragüenses se volcaron a las calles –sin importar las férreas restricciones en materia de orden público– para celebrar lo que muchos en este pequeño país centroamericano, de menos de 7 millones de habitantes, consideraron un hecho histórico: Sheynnis Palacios Cornejo, su representante en Miss Universo, se convirtió en la mujer más bella del planeta.
A la final, que tuvo sin aliento a muchos, Sheynnis llegó junto con las representantes de Australia y Tailandia, la favorita de la prensa. Pero la pregunta hecha por el presentador puso las cosas en su lugar. “Si pudieras vivir en los zapatos de otra mujer por un año, ¿a quién escogerías?”.
La periodista de 23 años se lució con su respuesta: “Escogería a Mary Wollstonecraft (filósofa y escritora inglesa), porque fue la primera mujer que abrió brecha a los derechos de las mujeres. Haría lo posible para que las brechas salariales fueran la oportunidad para que muchas mujeres pudieran trabajar en cualquier área, porque no hay límite para la mujer. Eso fue en el siglo XVIII; es 2023 y estamos haciendo historia”.
Entonces, pasó lo inevitable: Sheynnis Palacios se convirtió en la primera centroamericana en quedarse con el cetro y la corona (llamada Force of Good, que tiene un valor cercano a los 5,3 millones de dólares) del más importante certamen de belleza en el mundo.
Y esa noche, sonriente y nerviosa a la vez, Sheynnis –también productora audiovisual y modelo– le dedicaba el triunfo a sus coterráneos: “Quiero decirles, a todos los nicaragüenses que me están viendo, lo logramos, hicimos historia (...) mi país va a cambiar y se van a abrir muchas puertas”.
En Nicaragua y el mundo sabían a qué se refería: el régimen de Daniel Ortega completa ya 16 años en el poder, en medio de una feroz persecución contra sus opositores políticos, líderes sociales y hasta la propia Iglesia católica.
En 2018, cansados del desgobierno y una pobreza que no para de crecer, muchos de quienes aplaudieron en las calles el triunfo de su reina ese 18 de noviembre se tomaron las vías para protestar. Sheynnis, por esa época una joven de no más de 20 años, fue una de ellas. Celebrar este año una corona fue mucho más que eso: una suerte de bálsamo para un país que vive sus días más difíciles.
Sheynnis lo sabe. Y no le extrañó que Ortega le impidiera la entrada al país el pasado fin de semana, tal como lo había hecho ya con la directora de Miss Nicaragua, Karen Celebertti, cuando se disponía a regresar junto con su hija, procedente de México, luego del triunfo de Palacios.
Pese a todo, Sheynnis, hija de una madre soltera, que creció en el seno de un hogar muy humilde, se declara contenta de “darle una alegría” a su país. “Porque han disfrutado de este triunfo, al igual que yo, de ser la primera centroamericana en convertirse en Miss Universo”, asegura la reina en SEMANA.
Y entonces se devuelve a sus orígenes. A los días en que vendía buñuelos y tamales con su mamá, en medio de una estrechez económica. “Que una reina como yo, que creció en uno de los países más pobres del mundo, haya ganado un premio como este es un mensaje de esperanza para millones de niñas en todo el mundo. Porque a veces toca crear las oportunidades. Nosotras somos las escritoras de nuestro libro de vida y si queremos escribir un buen futuro debemos luchar por él, con dedicación, con determinación”.
En su caso, cuenta la reina, fue criada por dos madres solteras: “Mi mamá, que me tuvo a los 19 años, y mi abuelita materna, que tuvo a mi mamá muy joven también, a los 17 años”. Por eso, el primer ciclo generacional que quiso romper “fue precisamente ese: no ser una mamá joven y no quedarme en modo supervivencia. Eso es una decisión diaria. A pesar de las dificultades económicas, busqué la forma de estudiar, becada, porque mi mamá se quedó sin trabajo, como sucede en muchos hogares latinoamericanos”.
A veces, dice, le tocaba regresar caminando a casa, “bajo la lluvia, sin un peso en los bolsillos para pagar un pasaje. O había días en los que ese almuerzo que con tanto amor me preparaba mi abuela se dañaba por el calor de Nicaragua. Días en los que vendía en la universidad los buñuelos que hacía mi mamá para ayudar en la economía de la casa. Lo mismo hacía mi hermano, de 12 años. Y hoy lloro de emoción al recordar esas vivencias, porque me digo, con orgullo: ‘Lo logré’. Por eso, quiero ser vocera de todas esas mujeres que todos los días se esfuerzan en medio de esa adversidad”.
Con el tiempo, gracias a su belleza se convirtió en modelo de varias marcas. “Y fue con eso que pude empezar a ayudar a mi familia. A mejorar nuestras condiciones de vida. Hoy creo que lo que me hizo fuerte fue tantas veces que me dijeron no. Yo ignoraba eso y escuchaba mi voz interior para no desfallecer”.
Poco antes de convertirse en Miss Nicaragua, Sheynnis había desistido de los certámenes de belleza. “Incluso, me corté el cabello, lo que sorprendió a muchos, pues la ‘norma’ es que las reinas luzcan de pelo largo. Es el estereotipo, cabello largo con extensiones. Pero yo, que he estado en reinados desde los 13 años, en algún momento dije: ‘No más belleza, me voy a concentrar en mi carrera’”..
Sheynnis quería buscar una beca en España como productora audiovisual, “ese era mi sueño. Pero la vida me tenía esta sorpresa: representar a mi país y traerle esta alegría. Cuando supe que el reinado sería en El Salvador, pensé que no podía dejar pasar la oportunidad”.
Ahora, más allá de la política, como Miss Universo, Sheynis quiere darles visibilidad a sus iniciativas sobre salud mental, de la cual es una activista desde hace varios años, pues ha sido diagnosticada como paciente con ansiedad. “Hay que dejar de lado los estigmas sobre este tema. Los problemas de salud mental existen, lo digo como paciente de ansiedad, una enfermedad que me ha costado tratar y superar. Después de la pandemia, crecieron los casos de muchas de estas enfermedades. Entonces, me parece importante que una reina los mencione con nombre propio. Sobre todo, porque, según la Organización Mundial de la Salud, las mujeres tenemos mayores probabilidades de experimentar estas enfermedades”.
Sheynnis le dedica su triunfo a todas las niñas: “Porque yo fui una niña que admiró desde muy pequeña los certámenes de belleza y sé que ahora muchas me admiran a mí. Quiero decirles que lo pueden lograr, que crean en su voz, que tienen un poder grande para cumplir cada uno de sus sueños y sus metas”.