Hace 25 años, el peligro acechaba en las ciudades por cuenta de los carteles, y manejar por las carreteras colombianas era un acto de fe. Pero ni esa delicada situación, que a muchos disuadió, detuvo la cruzada de Juan Mario Gutiérrez. A los 24 años se propuso llevar niños a lugares maravillosos de Colombia y, desde allá, motivarlos a sacar lo mejor de sí mismos.La idea de montar un campo de verano no le llegó de la nada. De niño y joven, Juan Mario era el primo mayor en una familia numerosa y gozaba al guiar a los más jóvenes en sus travesías. Y a la par, mientras eso sucedía, se chocaba con la educación tradicional. “No era desjuiciado, sí inquieto por el campo y la naturaleza”, dijo a SEMANA.A los 22 años conoció un campo de verano en Estados Unidos, y esa “poderosa” experiencia lo encaminó. A su regreso, como proyecto universitario, se propuso ofrecer una réplica de lo vivido en esos días que alimentaron valores positivos y su amor propio. Dos años después, en 1992, le dio alas a ese sueño y desde entonces ha luchado contra viento y marea por mantenerlo a flote respetando su misión y su visión.Puede leer: Embajadora del PacíficoEntre 1992 a 2017 su obra, Kajuyalí, ha recibido a 14.000 niños, impactado a más de 8.500 familias y, en ese proceso, ha capoteado quiebras, temas de seguridad que lo obligaron a operar en Ecuador, Guatemala y Costa Rica y la alegría de los buenos momentos, por ejemplo, su regreso a Colombia a comienzos de la década pasada. Hoy opera en cuatro sedes y, con cabeza fría, evalúa una potencial expansión a Guainía o al Chocó.Gutiérrez sueña con hacer de su iniciativa un colegio. Porque lo suyo no es entretener sino educar desde lo vivido. “Educar a un niño es sacar lo mejor, volverlo un líder que conoce sus límites, que quiere mejorar, que encuentra en la sociedad y en las relaciones la posibilidad de crecer, que ve en la naturaleza su medio”, sentencia.Su primer campo nació en los Llanos Orientales. Gracias a una veintena de familias que enviaron a sus hijos y al staff que compartía sus valores, todo salió bien. “Era una locura, pero confiaron en nosotros”, dice Gutiérrez.Recomendamos ver: En video: Escuelas digitales para dignificar a los campesinosGutiérrez bordea los 50 años, aunque no los aparenta, un hecho que explica por la juventud que lo rodea, pero también por la fortuna de hacer lo que hace: “Tenemos un proyecto para el desarrollo humano. Cada uno de nosotros –y me incluyo– estamos en una transformación a través del trabajo, en escuela permanente.La mayoría de sus competidores de hoy (hay cuatro compañías en el mercado colombiano) han hecho carrera en Kajuyalí. Su valor como semillero es innegable, y así lo entiende Gutiérrez: “He visto pasar muchas personas, que avanzan, se van a otra empresa o crean la suya, y salen destrezas, con confianza y ganas de cambiar las cosas”.Con el tiempo, Gutiérrez entendió que los colegios desarrollan su modelo académico, pero relegan el perfeccionamiento de competencias claves para sus pupilos, y que él y Kajuyalí podían cubrir esa falencia e ir más lejos. Más que entretener niños y niñas, quiere reforzar un modelo educativo, crear líderes bajo el precepto de la educación experiencial.También sugerimos: Un sueño de 300 millonesLos niños, niñas y jóvenes que asisten a un campo como Kajuyalí provienen, con contadas excepciones, de hogares privilegiados. Juliana Castro, quien asistió cinco años a campos de verano, le dijo a SEMANA: “Esa educación saca a los niños de su zona de confort, de su estrato 6. Conocen otra zona, otra gente, y sienten un amor especial por el país. Por otro lado, mis papás me decían que les servía mucho, para despegarse un poco, dejar ir”. Alejandra Villa, joven emprendedora que asistió a campos y trabajó como staff, afirma que la suya fue “una experiencia maravillosa que ojalá todos pudieran vivir. Parte de loque soy se lo debo a Kajuyalí. Me encanta el modelo que inspira. De niño se ve a los ‘counsellors’ como modelos por seguir, jóvenes, deportistas, sanos, ejemplos vivos de personas valiosas”. Esto no sorprende, aprendieron de Juan Mario Gutiérrez, un pionero y un transformador.