Ada Lovelace, matemática y única hija legítima del célebre poeta británico Lord Byron, creó el concepto de sistema operativo, y en la década de 1830, cien años antes de que aparecieran los primeros computadores, formuló teóricamente la idea de la programación. Sus escritos sobre el potencial de una máquina programable para varios fines fueron visionarios y la elevan aún hoy como una figura inspiradora en el mundo de la tecnología. Y sin embargo, ella sola no hubiera logrado dejar una huella. Lovelace recogió el trabajo de su amigo, el también matemático Charles Babbage, inventor del motor analítico (al que jamás vio actuar), y gestó programas para la creación de Babbage basándose en logaritmos. Ambos lograron así crear el primer computador rudimentario y consignaron un legado desde el cual otros siguieron construyendo. Por su importancia como pionera Walter Isaacson abre con ella su último libro: The Innovators: How a Group of Hackers, Geniuses and Geeks Created the Digital Revolution (Los innovadores: Cómo un grupo de ´’hackers’, genios y ‘geeks’ crearon la revolución digital), una visión humanista y optimista que relata la historia de varios individuos que, usualmente trabajando en grupo, tomaron ideas y las llevaron al límite para crear una cultura digital en la que hombre y máquina conviven. Los hechos que compila el libro van desde los tiempos de Lovelace hasta el surgimiento de Google en 1998. El autor de 62 años, amante desde niño de la tecnología y escritor de la exitosa biografía de Steve Jobs, busca demostrar que la articulación de esfuerzos ha logrado más avances que los genios solitarios con ideas vanguardistas, muchos de los cuales vieron su esfuerzo perderse en el olvido. Como John Vincent Atanasoff, quien por su cuenta inventó un prototipo casi funcional de un computador en la Universidad Estatal de Iowa en 1942 pero no lo patentó, y tras ser reclutado por el ejército lo dejó atrás. En cambio, hoy el mundo recuerda a John Mauchly y J. Presper Eckert, los académicos de la Universidad de Pensilvania que patentaron Eniac, la primera computadora electrónica multipropósito, que vio la luz en 1946. “A través de la historia, el mejor liderazgo ha venido de equipos que combinaron gente con talentos complementarios. Ese fue el caso con la fundación de Estados Unidos. Los líderes incluyeron a un ícono de rectitud, George Washington, pensadores brillantes como Thomas Jefferson, hombres de visión y pasión como John Adams y un sabio conciliador como Benjamin Franklin”, afirma en su libro el investigador, para establecer un paralelo entre los fundadores de Estados Unidos y los padres de Arpanet, una versión previa de internet. El equipo inventor de esta red incluyó a genios como Joseph Licklider, a ingenieros con capacidad de tomar decisiones como Larry Roberts y a hombres hábiles para manejar gente como Bob Taylor. Es larga la historia de los creadores de las computadoras, el software, los microprocesadores, el internet, las computadoras personales y los buscadores. No empezó con Bill Gates sino mucho antes con personalidades que contradijeron el individualismo y fueron capaces hasta de sumarse a quienes podían ser su competencia. Jack Kilby y Robert Noyce son un ejemplo. Concibieron desde empresas distintas la idea del microchip, pero fueron capaces de mejorarlo con base en el trabajo del otro. Para Isaacson eso fue posible porque “eran dos personas decentes, procedentes de comunidades muy unidas y muy estables”. Vannevar Bush y el ya mencionado Joseph Licklider moldearon y condujeron el trabajo de Kilby y Noyce. Todos ellos eran hombres de visión que dimensionaron el futuro de la computación personal y del internet mucho antes de que los primeros computadores, esas enormes neveras, fueran una realidad. El caso también es representativo de muchos de los pioneros de la era tecnológica, que crecieron en pueblos del Medio Oeste estadounidense y se hicieron a un lugar en los círculos científicos del Ejército. Robert Noyce y Gordon Moore hicieron parte del grupo de trabajo de William Shockley, lo abandonaron para hacer parte de la Fairchild Semiconductor Corporation y luego fundaron Intel en 1968, una compañía que desde sus inicios estuvo al frente de lo que hoy se conoce como Silicon Valley. Pero no solo el genio de ambos llevó a la compañía al éxito, pues las contrataciones fueron vitales: “Las visiones sin ejecución son alucinaciones. Robert Noyce y Gordon Moore fueron visionarios, por lo cual fue muy importante que contrataran en Intel en primer lugar a Andy Grove, alguien que sabía imponer procedimientos de gerencia, enfocar a la gente y lograr resultados –insiste Isaacson-. Los visionarios que no tienen equipos a su alrededor suelen pasar a la historia como una nota al pie”. En esencia, los equipos exitosos incluyeron a un genio que pensaba ideas, un ingeniero que se aseguraba de hacerlas funcionar y una persona con visión de negocio que lo veía todo como un producto y encontraba un mercado. La dinámica entre la visión de Steve Wozniak de diseñar computadores que integraran monitor, teclado y terminal y la capacidad de Steve Jobs de ver cómo este podría llevarlos de un nicho limitado de mercado al enorme negocio de la computadora personal, sirve para entender en términos actuales la dimensión de ese tipo de sociedad. Varios de los creadores que abandonaron el beneficio personal por conectar al mundo reciben el crédito por ello. Tim Berners-Lee no tuvo jamás la intención de mantener como suyos los derechos de la World Wide Web, una invención que basó en los protocolos HTTP, HTML y URL. Jimmy Wales abrió su Wikipedia al mundo, Evan Williams creó las primeras plataformas de blogueo que empoderaron la voz de los cibernautas y Larry Page escribió el primer algoritmo de Google que llevó orden a la web. En contraparte, hay personajes que el autor presenta bajo una luz más oscura, cargada de egos y comportamientos cuestionables. Por ejemplo, al controvertido William Shockley, figura vital en el desarrollo del transistor mientras trabajó en el mítico Bell Labs (una de las organizaciones científicas más innovadoras del siglo XX), lo abandonó su equipo por su mala maña de tomar crédito a costa del trabajo de otros. Pero fue clave su alianza con Pat Haggerty, de Texas Instruments, quien tuvo la visión de usar el transistor en los radios y revolucionar el mundo. También menciona el caso del mezquino John McCarthy, quien se rehusó a conectar la computadora de su universidad a la primera versión de internet, para no compartir sus recursos. A medida que avanza el libro los personajes son más conocidos. El texto pasa de Bell Labs en Manhattan a Seattle, donde Microsoft creó su emporio, y a California, donde Google y Apple desarrollaron el suyo. El libro de Isaacson cierra con la llegada del siglo XX, y no considera el impacto de las redes sociales, o la realidad del robo de información. Su mirada optimista se enfoca en las historias de los visionarios que dibujaron en siglos pasados el presente y el futuro de un mundo que para algunos de ellos resultaría irreconocible.