Hace un cuarto de siglo, Oprah Winfrey ya era la reina de la pantalla chica estadounidense por sus reportajes a personajes como Michael Jackson, quien en 1993 le había dado su primera entrevista en 14 años. El programa batió un récord en su género, con 90 millones de espectadores, que aún se mantiene.

Acto seguido, Winfrey ambicionó tener en su set a Diana de Gales, la mujer de mayor popularidad en el planeta, en plena guerra con su marido, el príncipe Carlos, heredero al trono. Por eso viajó a Londres para tratar de convencer a la princesa, que la invitó a tomar el té en el palacio de Kensington, pero la despidió con las manos vacías. Muy perceptiva, a Lady Di no le inspiró confianza la adulación de la presentadora.

Ahora, de cierta manera, Oprah obtiene por fin lo que quería. Diana está muerta, y su hijo Harry se ha dejado seducir por ella junto con su esposa, Meghan Markle, su compatriota. Al cierre de esta edición, el mundo llevaba semanas de expectativa por la primera confesión in extenso de la pareja, que ha sumido al milenario trono en una trifulca familiar de dominio público que no se veía desde los tiempos de Diana.

La pareja anunció en 2020 que renunciaba a la realeza, en medio de un escándalo, y en adelante sus actos no han dejado de generar polémica. El último episodio del drama es esta entrevista, que tomó tres años en concretarse, y no se diría que la iniciativa partió, como se esperaría, de Oprah.

En marzo de 2018, ella volvía al palacio de Kensington, convidada por Harry y Meghan, protagonistas del nuevo cuento de hadas.

Ella, actriz de la serie Suits, era la cenicienta que había cautivado al “príncipe de las cervezas”, como lo llamó su propio hermano, William, por “tomatrago”. Además, era amigo de la marihuana y piedra de escándalo por disfrazarse de nazi y ser pillado desnudo por un fotógrafo con una amante en Las Vegas.

A los dos meses, Oprah era una de las invitadas al casamiento de la pareja en el castillo de Windsor, y, desde entonces, el cortejo mutuo entre ella y los nuevos duques de Sussex no se detuvo. Cuando ellos se mudaron a California, compraron una mansión de 14 millones de dólares en Montecito, no muy lejos de Promised Land, el rancho de su nueva mejor amiga Oprah.

Al escándalo de la entrevista se sumó el de las acusaciones de matoneo a Meghan por parte de sus exempleados en el palacio de Kensington. | Foto: BBC - PA MEDIA

¿Por qué la presentadora resultó en la boda si solo había visto a los novios una vez? La respuesta sale a la luz ahora: beneficio mutuo. Una figura poderosa como Oprah (artífice de la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca) es la plataforma que los Sussex necesitan para volverse populares en Estados Unidos. Ellos, con su halo de realeza, le ayudan a Oprah a mantener su prestigio.

Eso seguro no lo ven quienes, con razón, son presa más bien del morbo por lo que van a decir los duques de Sussex en sus dos horas de programa, que cobró 200.000 dólares por 30 segundos de publicidad, dado el tenso ambiente que lo ha precedido.

Días antes, la pareja anunció que definitivamente no retornaría a la familia real. La reina Isabel lo hizo formal con un comunicado: decía que ellos no ejercerían más el servicio público, a lo que Harry y señora replicaron que seguirían trabajando porque “el servicio es universal”.

Harry está resentido por lo mucho que sufrió su madre, la fallecida Lady Di desde que se unió a la familia real.

Esto fue visto como una altanería, pues en el Reino Unido la reina, una venerable anciana de 94 años, es la madre de la nación y no se le contesta. Harry estaba muy molesto con ella, ya que lo despojó de los títulos militares, algo muy caro para él.

Al pelirrojo además le llovieron calificativos como “indelicado” e “indolente” porque no paró la transmisión de la entrevista sabiendo que su abuelo Felipe de Edimburgo, de 99 años y a quien los británicos adoran tanto como a la reina, está hospitalizado, muy frágil de salud.

En uno de los clips publicitarios del cara a cara con Oprah, cuenta que su meta es evitar que Meghan repita la historia de su madre.

Es bien conocido el infierno que Diana vivió en la familia real, que no se portó como tal, según ella misma.

La consideraban estúpida y loca, y menospreciaban su modo diferente de actuar. Su esposo, Carlos, no la amaba y la despreció por su querida, Camilla Parker Bowles. El resultado fue una fuerte bulimia, depresión e intentos de suicidio.

La monarquía, además, la dejó a merced de los paparazzi, quienes no pararon de cazarla a donde fuera desde 1981 hasta 1997, cuando murió perseguida por una caravana de reporteros.

Harry admite que su alcoholismo y locuras fueron fruto del duelo silenciado por su madre y la impotencia de no haber podido defenderla.

Ahora, ve a Diana en Meghan y siente que su misión es salvarla, según reflexiones de Tim Lewis, en el diario antimonárquico The Observer. En otras palabras, lo moverían la venganza y el resentimiento.

La otra poderosa conjetura es que él descubrió que no es hijo de Carlos, sino de James Hewitt, entrenador de equitación de su madre. El viejo rumor es reforzado por el extraordinario parecido entre los dos, y la confesión del romance por parte de Diana en su explosiva entrevista para el programa Panorama, en 1995.

Al saber la verdad de su origen, dice el runrún, él habría preferido mudarse a Estados Unidos, donde nadie lo verá como un bastardo y sí como una celebridad del otro mundo, en un país que flipa por la monarquía.

Todo eso puede salir a la luz cuando toquen en el reportaje temas obligados como la raza, pues Meghan es la primera mujer de raíces afro en emparentar con los Windsor. Si su sola nacionalidad le vale el despectivo apelativo de “la americana”, se cree probable que su etnia le haya valido desplantes.

A Harry lo han calificado de altanero con la reina Isabel y desconsiderado con el príncipe Felipe, quien ha estado muy delicado de salud.

Otros asuntos infaltables serán la salud mental y el asedio de los medios, que, al parecer, los duques consideraron imposibles de cargar. Algunos creen que deberían dejar de victimizarse y seguir el ejemplo de Diana, quien lo aguantó con estoicismo y más bien les sacó provecho a los periodistas cuando los necesitaba.

El palacio de Buckingham estaba preparado para la virulencia de las indiscreciones que pudieran revelarle los Sussex a Winfrey. Cuando salieron las promociones del especial, los cortesanos se pusieron en guardia y se encargaron de que llegara a la redacción de The Times, el diario más prestigioso del país, el cuento de las acusaciones de matoneo que le hicieron a Meghan sus exempleados en Londres. El que pega primero…

La entrevista de Diana en Panorama renueva su vigencia al guardar coincidencias con la de su hijo y su nuera. Ella criticó abiertamente a la casa real, y desde ese momento Isabel ordenó su divorcio de Carlos y le quitó la protección de la monarquía para siempre. Si, al igual que ella, los Sussex estuvieron muy chismosos con Oprah, es posible que la respuesta sea el portazo final de su majestad la reina.