Este fin de semana, la reina Isabel II cumpliría 74 años junto al amor de su vida, Felipe de Edimburgo. Es el primer aniversario de la pareja real tras la muerte del príncipe el pasado 9 de abril a los 99 años. La noticia, que golpeó a la monarquía británica, cerró uno de los amores más entrañables y únicos de la realeza.
Por ello, a diferencia de años anteriores, las redes sociales de la corona no recordaron el evento que ocurrió en 1947, cuando la entonces princesa y actual reina de Inglaterra se unió en matrimonio al entonces príncipe de Grecia y Dinamarca.
Aunque tal vez desde este año la reina Isabel II ya no celebre este día especial, es un hecho que es una fecha histórica que siempre será recordada por el idilio vivido entre la pareja.
Esta historia comenzó en 1939, cuando la entonces heredera del trono inglés, de solo 13 años, conoció a su primo Felipe, de 17, en una visita a la Academia Militar de Dartmouth, donde él estudiaba. Ese día, el apuesto príncipe de Grecia y Dinamarca la impresionó deliberadamente, con sus destrezas atléticas y su buen humor.
Descendientes ambos de la reina Victoria I y del rey Christian de Dinamarca, empezaron a escribirse. Varios biógrafos aseguran que desde entonces su tío lord Mountbatten empezó a urdir la unión de su sobrino, que había nacido en el destartalado y arruinado hogar del príncipe Andrés de Grecia y Alice de Battenberg, con la hija del rey británico.
Las maquinaciones de Mountbatten dieron resultado en 1946, cuando Felipe fue invitado por la Familia Real a Balmoral. Su estilo rudo y su ropa raída desagradaron a los reyes, pero a Isabel le encantaron sus chistes verdes y ese aire del mundo que le traía.
Loca de amor, la princesa se rebeló y amenazó al rey con renunciar al trono si no la dejaba casarse con el único hombre que había conocido y amado de verdad. Sus ruegos dieron resultado y la boda se celebró en noviembre de 1947, con toda la pompa, pese a la miseria de la posguerra.
Ser siempre el segundón y tener que caminar tres pasos atrás de su mujer no dejaban de frustrar a Felipe, pero en 1949 se liberó, al ser nombrado Segundo Comandante de la Armada en Malta, donde la pareja vivió uno de los raros periodos relajados de su relación. Ella era simplemente la duquesa de Edimburgo, por el título de su marido, y se comportaba como una esposa más de los oficiales, iba al salón de belleza, tomaba baños de sol y bebía cocteles con Felipe por las tardes.
Isabel subió al trono en 1952, con solo 25 años, y la tensión que le producía su nuevo rol solo pudo ser atenuada con los mimos de Felipe, quien le decía: “Dale una de las tuyas, Lilibeth”, cuando ella les hacia mala cara a los fotógrafos. Él la protegía, además, de los curiosos molestos: “Atrás, no ven que es la reina”. Así mismo, Felipe era el hombre que hacía reír a esta mujer, a menudo adusta, jefa de Estado de una de las naciones más poderosas del mundo.
Sin embargo, también es cierto que la reina tuvo que soportarle infidelidades y sus célebres imprudencias al apuesto príncipe, padre de sus cuatro hijos y último testigo de sus años de juventud, que hasta casi sus 100 años no podía evitar desnudar con la mirada a una mujer bonita y atraer con su aire malicioso a no pocas admiradoras.
*Este artículo fue publicado originalmente por la revista Jet-Set el 29 de febrero de 2012.