Varias generaciones de británicos no han conocido a otra persona en el trono más que a Isabel II, quien hoy ostenta la marca del reinado más largo en la historia de su país. A los 94 años es, así mismo, la monarca más longeva del planeta y sorprende cómo sigue firme en la jefatura del Estado, en pleno uso de sus facultades y con una salud de hierro.
Pero, por la ley de la vida, el fin de la madre de la nación está más cerca que lejos y por eso la Corona ya tiene claros los pasos que seguirá apenas ese doloroso hecho suceda.
Todo está fríamente calculado en la London Bridge Operation (Operación Puente de Londres), nombre en clave de una serie de acciones que involucrarán a la casa real, el primer ministro, la Iglesia anglicana, la Commonwealth, la prensa, la policía de Londres y las Fuerzas Armadas, entre otras entidades. El plan fue diseñado en la década de 1960, pero es actualizado varias veces en el año.
Todo comenzará cuando, tras el deceso de Isabel, su secretario privado, sir Edward Young, se comunique con el primer ministro de turno y le dirija el lacónico mensaje: “London Bridge is down”. El jefe del Gobierno sabrá de qué se trata y activará la estrategia.
Primero, transmitirá la noticia a los gobiernos de los otros quince estados en que Isabel también es reina, como Australia, Nueva Zelanda y Canadá, así como a los miembros de la Commonwealth. Luego, la noticia será publicada en un caballete en las puertas del Palacio de Buckingham. La BBC será el canal oficial para comunicar la noticia al mundo, y ningún otro medio inglés podrá publicar la noticia antes.
A raíz del duelo, cerrarán la bolsa, la banca y el comercio. El logo rojo de la BBC cambiará a negro y la cadena se concentrará en programas sobre la monarca. No habrá espacios de humor en televisión.
En esos días se cumplirá aquello de “la reina ha muerto, ¡que viva el rey!”, pues de inmediato asumirá el trono Carlos, su hijo mayor, quien dirigirá la primera alocución a los súbditos y visitará a los líderes de los otros países que forman el Reino Unido además de Inglaterra, es decir, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. En Hyde Park se detonarán 41 salvas de artillería en honor del nuevo rey. Serán 21 reglamentarias más otras 20 por tratarse de un parque real.
En ese mismo momento, el príncipe tendrá que escoger su nombre como rey. Es posible que elija reinar como George VII, en honor de su abuelo, George VI, y no como Carlos III, pues sus antecesores con ese nombre tienen muy mala fama.
El sepelio de su mamá, de todas formas, será entre diez y doce días después del fallecimiento. A los cuatro días de su muerte, como sucedió en 1952 con su padre, George VI, el catafalco de la reina será conducido del Palacio de Buckingham al Palacio de Westminster, escoltado por sus regimientos. Allí permanecerá en capilla ardiente. El día de los funerales, las campanas del Big Ben tocarán a duelo a las 11:00 de la mañana, el país se silenciará y no habrá bolsa, bancos ni comercio.
Durante los cuatro días de capilla ardiente, Carlos, sus hermanos y demás miembros de la familia real se turnarán para velar el féretro, cubierto con el estandarte de la reina. Las puertas de Westminster Hall se abrirán para que los súbditos le rindan sus respetos a Isabel. En 1952, cientos de miles hicieron largas filas para despedir a George VI y sin duda la escena se repetirá con su popular hija.
Al funeral, en la abadía de Westminster, asistirán también testas coronadas de todo el mundo y dignatarios de más de 150 países. Luego, el féretro será conducido a la capilla de St George del Castillo de Windsor, donde la reina descansará junto a sus antepasados.
Pasada la pompa, el reino caerá por fin en la cuenta de que despide una era e inaugura otra. Ello se manifestará en hechos sencillos como el cambio de las monedas y los billetes, o tan complejos como las transformaciones que le imprimirá el nuevo rey a la Corona. Incluso, se prevé la conversión en repúblicas de algunas naciones en que su madre reinó.
Todo terminará un año después de la muerte de la reina, cuando la abadía de Westminster volverá a presenciar la coronación de un rey, esta vez Carlos. La gran incógnita es si él repetirá el aparatoso rito religioso, que implica varios cambios de ropa y lucir dos pesadas coronas de casi cuatro kilos. Habrá que esperar para verlo.