El miércoles, cuando todos estaban pendientes de los ataques con misiles balísticos de Irán, el palacio de Buckingham recibió una bomba que hizo vibrar sus cimientos. En un comunicado en su cuenta de Instagram, el príncipe Harry y su esposa, Meghan, duques de Sussex, informaron su intención de tener un papel más “progresivo”, por lo cual renunciaban a ser miembros de la realeza, pero mantendrán el apoyo hacia la reina. Esto significa que no tendrán deberes reales, aunque conservarán sus títulos honoríficos. Además, manifestaron su deseo de buscar independencia económica de la Corona al establecer su residencia en Norteamérica, pero con visitas periódicas al Reino Unido. Aunque la pareja había estudiado este brexit real durante meses, no contó con el visto bueno de la reina Isabel II ni del príncipe Carlos, padre de Harry y heredero al trono. Por este motivo, el anuncio los tomó por sorpresa y lo recibieron con indignación, tristeza y, obviamente, mucha rabia. El palacio de Buckingham, de manera sutil, sugiere en un comunicado que la familia “entiende que quieran un nuevo papel, pero estos temas son complicados y toman tiempo en resolverse”.
Tras las rejas del palacio, sin embargo, trascendió que la reina sintió una profunda desilusión y está furiosa con su nieto por lo que muchos consideran una traición. Después de todo, dejar la monarquía es, según un consejero real, “igual a presionar el botón nuclear”. La crisis de la Reina Isabel II El anuncio llegó en el peor momento. La reina no se recupera aún del oso mundial que hizo su tercer hijo, el príncipe Andrés, durante una entrevista en televisión para limpiar su imagen ante las acusaciones de sexo con menores en propiedades de su amigo Jeffrey Epstein, el millonario pedófilo que se suicidó en prisión. El hecho motivó a la soberana y al príncipe Carlos a relevarlo de sus funciones públicas. La reina Isabel, que próximamente cumplirá 94 años, dijo en su mensaje de Navidad que este había sido un año duro, pero todo indica que 2020 podría resultar peor. Sin duda, la salida de Harry revivirá el momento en que el rey Eduardo VIII abdicó al trono en 1936 por casarse con otra divorciada norteamericana, Wallis Simpson, lo que causó caos entre los Windsor.
Las raíces de esta abrupta decisión se remontan al noviazgo de Harry y Meghan, quienes se conocieron en 2017. Al enterarse de la relación con la actriz de la serie Suits, William, su inseparable hermano y gran confidente, le habría dicho a Harry que no acelerara la boda. Pero Harry hizo caso omiso y anunció su compromiso en diciembre de 2017, cuando llevaba menos de un año de noviazgo con la actriz. Al acercarse la ceremonia empezaron los roces debido al deseo de Meghan de controlar los detalles de su gran día, desde el olor de la iglesia hasta la tiara que llevaría. Después, durante la prueba de los vestidos de las damas y pajes, Meghan hizo llorar a su cuñada Kate, duquesa de Cambridge. La insatisfacción de Meghan tuvo eco en un Harry que siempre ha sentido que su familia favorece a su hermano y que su papel en la realeza carece de sentido. Para ese entonces, las fisuras entre los dos hermanos ya eran visibles. Pese a los esfuerzos por calmar los rumores de un distanciamiento entre ambos, en noviembre de 2018 los duques de Sussex, que ya esperaban a su primer hijo, anunciaron que trasladarían su residencia a la casa de campo de Frogmore, una propiedad de la reina en Windsor. Meses después llegaron rumores de que la duquesa era exigente, controladora y derrochadora. En efecto, los gastos de la pareja motivaron más escrutinio: gastaron 3 millones de libras esterlinas en renovar su casa, que asumieron con dinero de los contribuyentes. Y la opinión consideró excesivos los viajes de Meghan, con ocho meses de embarazo para asistir a showers de bebé en Nueva York. Con los medios de comunicación también tuvieron rifirrafes cuando aquellos publicaron las cartas que Meghan le escribió a su padre y por su intención de mantener en secreto lo relacionado con su hijo. Todo eso hizo que la duquesa se sintiera juzgada ante cada paso que daba.
Su gira por Sudáfrica marcó un momento de inflexión porque los duques entablaron un pleito con The Mail on Sunday, una movida poco estratégica si se tiene en cuenta que la realeza siempre ha necesitado de los medios para subsistir. Y al final del viaje remataron con una entrevista en la que Harry confirmó que él y su hermano iban “por diferentes caminos”, y Meghan manifestó las dificultades de ser miembro de la familia real.
Apartarse de los deberes reales, pero con un pie en la institución ha hecho que los vean como dos egoístas que quieren tener lo mejor de dos mundos. La insatisfacción de Meghan tuvo eco en un Harry que siempre ha sentido que su familia favorece a su hermano y que su papel en la realeza carece de sentido. Hace poco, el diario The Times informó sobre la molestia de Harry por una foto oficial de la reina con los tres sucesores al trono, Carlos, William y George, y por el hecho de que durante el mensaje televisado de fin de año no hubiera fotos de él y su familia sobre su escritorio. A eso se suma la duda que persiste sobre su verdadero padre. La prensa siempre ha especulado que sería hijo de James Hewitt, uno de los amantes de Diana. Esa duda podría haberle creado falta de pertenencia. ¿De qué vivirán los Duques de Sussex? La gran pregunta ahora es cómo van a sostener ese estándar de vida de millonarios ahora que no recibirán el estipendio de la Corona, calculado en 2 millones de libras esterlinas al año. Los ejemplos cercanos no ofrecen muchas esperanzas. En ese intento fracasaron Sara Ferguson, la ex del príncipe Andrés, y Sophie Wessex, la esposa del príncipe Eduardo, el hijo menor de Isabel II. No faltan quienes, en tono burlón, dicen que ahora que es libre Meghan podría postularse para interpretarse a sí misma en la serie The Crown. Pero muchos dicen que la pareja tiene el carisma suficiente para lograr mejores ingresos solos que con la familia real. Hay que aclarar que no parten de cero. Harry tiene una fortuna de por lo menos 356 millones de libras compuesta por herencias de la princesa Diana, y de fondos de su abuela y bisabuela, así como del ducado de Cornwall. Por su parte, Meghan con su trabajo en la televisión alcanzó a generar un patrimonio de 4 millones de dólares.
Expertos financieros señalan que la pareja podría tener muy buenos ingresos solo con entrevistas, libros, programas y patrocinios. Ronn Torossian, CEO de una firma de relaciones públicas de Nueva York, le dijo al Daily Mail que “con el nivel de reconocimiento de ambos, muchas empresas se los pelearán para hacerles propuestas como embajadores de marca y muchas cosas más”. Otros expertos en redes sociales creen que los duques podrían seguir los pasos de famosos como Michelle y Barack Obama, quienes dan conferencias por sumas astronómicas y publican libros sobre su vida que se convierten en best sellers instantáneos.
Todos pensaban que Meghan ayudaría a afianzar la relación entre William y Harry. Pero con el tiempo, la distancia entre los dos hermanos se hizo más grande. Ahora, Harry, Meghan y su hijo, Archie, vivirán en Canadá. Además, cuentan con los recursos para contratar personas que los ayuden a perfilar sus nuevos negocios, y un círculo de amigos como Hillary y Bill Clinton, George y Amal Clooney, Oprah Winfrey y Elton John. No faltan quienes, en tono burlón, dicen que ahora que es libre Meghan podría postularse para interpretarse a sí misma en la serie The Crown.
Aunque esta salida es triste y dolorosa, lo cierto es que la realeza ha cambiado. En los viejos tiempos, los miembros de una familia real solo podían casarse con príncipes y princesas de otras casas reales. Meghan viene de una familia afroamericana de estrato medio, ha estado divorciada dos veces y nada de eso impidió que se casara con el nieto de la reina Isabel II de Inglaterra. Por eso, muchos esperan que este episodio, en lugar de destruir a la familia real, le ayude a modernizar esta monarquía, una de las más longevas del mundo. Lo necesita para sobrevivir.