En 2004 el propio Carlos expresó que “nadie sabe lo infernal que es ser el príncipe de Gales”. Pero algo parece seguro: no es más difícil que convivir con él. En Rebel Prince: The Power, Passion and Defiance of Prince Charles, el periodista e investigador Tom Bower, de 71 años y amplio recorrido, presenta su biografía no autorizada del heredero de la reina Isabel II, un libro que sin dudas golpeará aún más la pobre imagen que tiene frente al público británico. A pesar de los esfuerzos de su equipo de imagen por mostrarlo bajo una luz más amable en los años posteriores a la muerte de Lady Di, Rebel Prince revela el carácter del personaje desde sus caprichos y decisiones más polémicas. Se basa en los testimonios de más de 120 personas, entre empleados y personas con acceso a Clarence House, residencia del futuro monarca y de su mujer, Camilla Parker-Bowles. El libro contiene, entre otros muchos, los siguientes detalles.La familia políticaEl príncipe no vio con buenos ojos que su hijo William y su esposa, Kate Middleton, decidieran pasar Navidades con la familia de Kate en Bucklebury, en vez de permanecer en Sandringham con la familia real. Carlos sintió celos de los Middleton, pues pensó que estos tendrían así una mayor cercanía con sus nietos, y no se tragó su enojo pasivo-agresivo. Él y varios de sus cortesanos asumieron desde entonces un trato abiertamente desobligante con Carole Middleton, que enfureció a William. Para revertir la situación, William tuvo que acudir a su abuela la reina para que pusiera en cintura a su padre y remendara el daño. La reina, diplomática y canchera, invitó a Carole a la mansión Balmoral, en Escocia, y un camarógrafo registró el momento.Puede leer: La díficil pelea de los hijos de Lady Di con Camilla ParkerLa familia directaSegún Bower, Charles ignoró en buena medida el dolor de sus hijos y el enorme resentimiento que, luego de la muerte de Diana, le cargaron a la mujer que fue su amante, Camilla Parker-Bowles. Hoy las fotos los muestran sonrientes a todos, pero durante años William y Harry veían a Camilla y no podían pensar en el tormento que vivió su madre. Por esta razón, cuando visitaban Clarence House entraban por la puerta del servicio. Evitaban a toda costa encontrarse con la feliz pareja.En otra muestra de su curiosa mezquindad, que ni siquiera su mujer comparte, Charles se siente desplazado por su hijo William y su esposa en la opinión pública. A las muchas encuestas que prueban una y otra vez que el público británico preferiría tener de rey a William (solo un tercio de los encuestados hoy quisieran a Carlos en el trono), la realidad golpeó fuertemente al primero en la línea de sucesión cuando el gobierno de Canadá le pidió posponer su gira hasta después de la de su hijo. Camilla se tomó más deportivamente la llegada de Kate Middleton, e incluso cuando decían que Kate sería la primera plebeya, corregía con risa, “esa soy yo”.Sin embargo, Camilla sí respondió estratégicamente a los ataques de Lady Di. En público mantuvo la cabeza abajo, pero junto con Carlos contrataron a un especialista para revertir la imagen negativa de Camilla y a la vez pintar a Lady Di como una mujer histérica y manipuladora. Los resultados no fueron tan buenos como esperaban.Con la reina Isabel II también ha tenido sus encontronazos. Muchos por cuenta de Camilla, a quien la soberana consideró una mujer malvada por largos años, y solo vino a aceptarla públicamente cuando se casó con su hijo en 2005. Además, la reina también odiaba al asesor personal más cercano al príncipe, Michael Fawcett, quien le organizaba los eventos para recaudar fondos para sus organizaciones caritativas. Fawcett usualmente daba muestras de pésimo gusto, pero Carlos lo consideraba su mano derecha. Para muchos, Fawcett se convirtió en el Rasputin del príncipe, y no tuvo inconvenientes en establecer que, por el precio correcto, millonarios y poderosos podían compartir mesa con él. Sin importar sus antecedentes de fraude, por ejemplo, el multimillonario turco Cem Uzan pagó 200.000 libras por la experiencia y para que su mujer quedara sentada al lado del príncipe. Esas prácticas dieron luz en su momento a la frase “rent a royal”, algo así como “alquile un miembro de la realeza”.Le puede interesar: El intento desconocido de asesinar a la reina Isabel IILos amigosBower establece que Carlos desarrolló un exagerado gusto por lo fino y costoso como respuesta a la dura educación a la que su padre, Philip, lo condenó en el rudo y nada lujoso internado Gordonstoun, en Escocia. Si no viaja en aviones o trenes privados, la pataleta es segura, lo mismo que Camilla.Otros caprichos alcanzan un nivel de película. Para una visita a casa de unos amigos en el norte de Inglaterra, Charles ordenó trasladar los cuartos de él y de su esposa a la casa de sus huéspedes. Es decir, despachó camiones con sus muebles, su cama, sus sábanas, retrete, licor, agua embotellada e, incluso, retratos. Por eso no sorprende que tenga la costumbre de hacer llegar su propia comida y sus cocteles a donde va. Previo a su llegada a cualquier evento, su guardia personal lleva el martini del príncipe y el vaso en el que lo consumirá, mientras sus asistentes llevan su comida. Y no deja que nadie se atreva a probarla. En una cena en India, regañó a un comensal gringo por tratar de tocar su pan italiano, “¡Es solo para mí!”, exclamó. Bower señala que ni la reina tiene ese quisquilloso comportamiento y come lo que le ofrecen.Puede leer: Carlos de Gales, un príncipe abusado y matoneadoY eso es cuando aparece. Bower relata una ocasión en la que para recibirlo en Gales, sus huéspedes prepararon todo, contrataron personal y ordenaron flores y comida en cantidad. En principio, el príncipe dijo que llegaría el sábado y no el viernes como había acordado. El sábado les dijeron que no llegaría al almuerzo, sino a la cena. Y luego les canceló la visita. Como anota el diario The Times, la excusa de Charles, lejos de calmar a los huéspedes, los humilló. Argumentó que le había sido imposible abandonar la belleza de su jardín en Highgrove, perfectamente iluminado por el sol.El gobiernoEl diario The Guardian, que poco o nada escribe sobre realeza, puso la lupa en la relación con el gobierno que Bower dibuja. El recuento incluye a Tony Blair, quien asegura que tuvo una relación tóxica con Carlos, y cuenta que el príncipe de Gales le gritó a David Cameron en 2010, “¿Qué sabe mi mamá de parques reales?” , para rechazar una decisión sobre el control de estos espacios, también aprobada por la reina.El autor del texto propone una conclusión tremenda. Bower asegura que el legado del príncipe Charles está teñido por su adicción al lujo, por sus malos manejos financieros, su falta de lealtad hacia gente profesional y la tórrida relación con su familia. Y mirando hacia el futuro, expone consecuentemente un panorama desolador: “Cuando sea rey -Carlos III-, actuará solo, sin nadie que lo restrinja. Para los monarquistas comprometidos, esa independencia es alarmante, y solo les queda esperar lo mejor”.