El rompimiento de los Beatles, como sucede con cualquier divorcio, fue un proceso largo y traumático. Pero si hay una fecha que los fanáticos consideran definitiva, es la del 10 de abril de 1970. Ese día, y mientras lanzaba su primer álbum como solista, Paul McCartney publicó un comunicado en el que decía que había “roto” con la banda. Es cierto que para entonces, John Lennon ya les había anunciado en privado su intención de irse, llevaban ocho meses sin grabar juntos y desde hace años sostenían desacuerdos legales. Pero ese día el mundo supo oficialmente que no iban más.
La noticia se regó como pólvora, desilusionó a millones y marcó el final de una era. Un periodista de televisión, conmovido, incluso dijo que comenzaba el fin del imperio británico. Fue algo tan traumático, que aún hoy, 50 años después, muchos tienen sus propias teorías sobre la separación de la banda y hay quienes siguen señalando culpables. Pero rompimiento aparte, el legado del cuarteto sigue intacto. Tanto que su música aún suena en todo el mundo y muchos les guardan una devoción casi religiosa.
El último concierto de los Beatles fue una sorpresa para los fanáticos: el 30 de enero de 1969 se tomaron por sorpresa el techo del edificio de la disquera Apple Records. Por eso, para conmemorar medio siglo de su separación, el periodista Craig Brown lanzó por estos días One Two Three Four: The Beatles in Time. Se trata de una especie de biografía en la que reúne anécdotas y detalles curiosos del cuarteto de Liverpool. Allí cuenta cosas que los más fanáticos se saben de memoria, pero también incluye episodios poco conocidos. En 1963, por ejemplo, cuando la banda pasó de tocar en bares de Liverpool a dar conciertos multitudinarios, Ringo Starr, quien se había unido al grupo al final, se sentía desubicado y en shock.
Una vez, cuando estaba de visita en la casa de una tía, se le regó un poco de té, y su familia se apresuró a limpiarle todo, como si fuera un príncipe: “Me di cuenta de que hasta ellos me trataban diferente –cuenta–. Me sentía en una tierra extraña, pero no podía pararme y decir ‘Trátenme como antes’, porque eso era dármelas de grande”. Mantuvo esa actitud sencilla casi durante toda la aventura de la Beatlemania. Tanto, que Brown lo alaba como uno de los mejores de la banda: “un caballo de trabajo en medio de ponis”, y dice que era quien los mantenía unidos.
Durante los últimos días de su vida como grupo, los desacuerdos musicales y legales entre Paul, John, Ringo y George aumentaron. En la imagen, cantando Let it Be, uno de sus éxitos. Sobre McCartney, el libro cuenta que era diligente y trabajador, pero muy interesado. También que solía ser el preferido de las fanáticas, que lo veían como el más guapo y solían odiar a sus novias: desde la actriz Jane Asher, a quien le decían “la horrible cara de pecas”, hasta su primera esposa Linda Eastman, que lo convenció de convertir a la firma de abogados de su papá en la asesora legal de la banda. Eso lo enemistó con los demás, que querían contratar a Allen Klein.
Brown incluso le dedica un capítulo a desmentir uno de los grandes mitos urbanos: la supuesta muerte de Paul en un accidente y su reemplazo por alguien muy parecido. De George Harrison dice que era muy terco y un gran fanático de la música india. También, que en los últimos años de la banda solía pelear porque McCartney casi no le dejaba espacio a sus composiciones en los álbumes. De hecho, en una grabación publicada por el diario The Guardian, se puede escuchar una discusión entre los cuatro, en la que Paul dice que las canciones de George “no son tan buenas” y John Lennon le responde, cáustico, que a ellos no les gustó Ob-La-Di, Ob-La-Da.
Ob-La-Di-Ob-La-Da fue una de las canciones de Paul McCartney que hicieron parte del llamado ‘álbum blanco‘ de los Beatles. El propio Lennon no sale muy bien librado: Brown dice que era un cobarde y que tenía un estado de ánimo cambiante e impredecible. Incluso menosprecia su compromiso con el movimiento hippie.
De Yoko Ono dice que antes de ser famosa, muchos en la escena artística de Nueva York pensaban que era “una estafadora”. Y cuenta que solía decirle a Lennon que ambos eran mucho más famosos que los Beatles. Sin embargo, recuerda que el propio McCartney dijo alguna vez que ella no había sido la culpable definitiva de la separación del grupo. El libro habla de las celebridades que fueron (y son) fanáticos de la banda, como la reina Isabel, quien los mencionó cuando cumplió 50 años en el trono, o Vladimir Putin, quien hace poco dijo que cuando los escuchó de niño, sintió como si se estuviera tomando “un trago de libertad”. Pero también les da visibilidad a quienes los detestaban, incluídos músicos como Cliff Richards, a quien desbancaron del primer lugar en 1963, o figuras como Muhammad Ali, quien cuando los conoció le preguntó a su asistente: "¿Quiénes son estas mariquitas?". También a la actriz Brigitte Bardot, quien se desencantó de Lennon cuando lo vio drogado con LSD.
El fenómeno de los Beatles fue tan grande, que protagonizaron películas taquilleras como The Yellow Submarine. Sin embargo, mucha gente los odiaba. Al final habla de las peleas que llevaron a que los cuatro amigos no se pudieran soportar. Todo a causa de varios factores: las frustraciones acumuladas de cada uno, la intromisión de personas externas como Yoko Ono, la muerte del manager Brian Epstein, las disputas legales entre Lennon y McCartney. Y también los desacuerdos musicales, visibles en el llamado álbum blanco (1968), que muchos califican como 4 discos solistas en uno.
Brown le dedica parte del libro a la devoción de los fanáticos. Hoy, cerca de 12.000 personas visitan cada año la casa de Liverpool en la que creció Lennon y un hombre llegó a pagar 59.000 dólares por un libro que McCartney usó en el colegio. La anécdota más extraña, sin embargo, es la del odontólogo que pagó 23.000 dólares por un diente de Lennon, con el fin de tener la prueba de ADN por si se presentaban personas que dijeran ser hijos del cantante. Él lo vio como una oportunidad de negocio, pero hasta ahora nadie lo ha buscado.