Desde el fin de semana pasado millones de personas en el mundo están enganchadas con la cuarta temporada de The Crown, la famosa serie de Netflix sobre la vida de la reina Isabel y su familia. Y no es para menos: en los más recientes capítulos aparece, con todo detalle, la frustrada historia del matrimonio entre la princesa Diana de Gales y el príncipe Carlos, que comenzó como un cuento de hadas moderno y terminó convertida en una tragedia familiar. Un hito de la cultura popular de los últimos tiempos que ha fascinado a todas las generaciones y que se ha llevado cientos de titulares en los medios durante los últimos 30 años.
Pero mientras muchos disfrutan de las actuaciones de los protagonistas y de la recreación de varios hechos conocidos, en la familia real de Inglaterra y en diversos medios británicos hay una gran indignación. Creen que la serie trata de manera injusta a la realeza y acusan a sus creadores de reabrir heridas que aún no han terminado de cicatrizar. Sobre todo porque todo el escándalo relacionado con la princesa Diana, desde su fallido matrimonio hasta su muerte, ha generado la peor popularidad de la monarquía británica en las últimas décadas.
Lo cierto es que a lo largo de la historia casi todas las familias reales han sido tan imperfectas como la que hoy vive en el Palacio de Buckingham. Prácticamente todos los reyes fueron adúlteros y Enrique VIII decapitaba a sus esposas para poder reemplazarlas. Otros monarcas asesinaron a sus familiares para quedarse en el trono y varios protagonizaron escándalos homosexuales. El menor de los pecados era el de la corrupción. Aunque a ninguno de ellos les tocó enfrentar, mientras estaban vivos, que el planeta entero pudiera ver toda esa decadencia en una serie de televisión.
En cierto sentido, contar las fallas humanas, las intimidades y los secretos de la familia real de Inglaterra de manera tan detallada afecta el halo de misterio que debe tener esa entidad para sobrevivir. Especialmente ahora que muchos consideran a las monarquías instituciones anacrónicas cuya única tarea es ser símbolos de unidad nacional y proyectar la imagen de familias perfectas ante sus súbditos. La cuarta temporada de The Crown echa al traste esas tradiciones y pone a los ingleses a pensar si vale la pena pagar impuestos para mantener una familia tan disfuncional.
El problema de fondo es que, para fines dramáticos, la serie combina eventos reales con elementos de ficción. En otras palabras, todo lo que aparece en la pantalla sucedió, pero los diálogos y los detalles son inventados. Eso no era un problema antes, cuando The Crown mostraba historias que ocurrieron hace 50 años, pero sí lo es ahora, que expone asuntos bastante más recientes.
En una de las primeras escenas, por ejemplo, lord Mountbatten –tío del príncipe Felipe de Edimburgo– tiene una confrontación telefónica difícil con el príncipe Carlos por su romance con Camilla Parker, una mujer casada. Carlos, quien amaba a su tío abuelo, termina llamándolo traidor y este, sorprendido, opta por devolverle la afrenta con una carta en la que le dice que es una “vergüenza para la familia” y que debe conseguir una esposa y tener hijos.
El príncipe, sin embargo, solo lee la carta una vez Mountbatten ha sido asesinado por el IRA. Aunque el atentado es real, Peter Morgan, el creador y guionista de la serie, reconoció que tanto la llamada telefónica como la carta son inventadas, y que escribió eso basado en lo que le dijeron que pensaba Mountbatten antes de morir. Eso ocurre en el primer episodio. De ahí en adelante la imaginación y la creatividad de Morgan vuelan, según varios historiadores y expertos en la realeza.
Algunas escenas, de hecho, han sido calificadas como absurdas. Sobre todo en las que aparece la reina haciendo adivinanzas sobre el gabinete de Margaret Thatcher frente a ella o en las que las dos compiten en una especie de juego infantil ridículo después de la cena en el castillo de Balmoral. Mucho más graves son las escenas que hieren a los protagonistas que están vivos o a sus hijos. Por ejemplo, aparece Thatcher diciendo que prefiere abiertamente a su hijo Mark sobre su melliza Caro. También se ve al príncipe Felipe diciendo que, de sus cuatro hijos, la favorita es la princesa Ana.
Por su parte, la princesa Margarita, quien ya falleció, es presentada como una bruja (una persona que es capaz de ser malvada y cruel hasta con la primera ministra de Inglaterra), una mujer con una gran libido sexual y múltiples amantes. Eso puede haber sido verdad, pero no debe ser grato para los hijos y otros descendientes saber que todo el pueblo inglés está viendo esas escenas.
En cuanto al tema principal de esta temporada, que es el triángulo amoroso entre Diana, Carlos y Camilla Parker, mucho de lo que se cuenta es conocido. No obstante, las escenas de amor, las de celos y las peleas son poco oportunas para la imagen de la monarquía, teniendo en cuenta que el príncipe Carlos está a muy poco tiempo de convertirse en rey, y Camilla, de pronto, en reina. Ella era muy impopular por haberle quitado el marido a Diana, pero su discreción y su falta de pretensiones han cambiado esa imagen, y hoy, según una reciente encuesta hecha en el Reino Unido, el 50 por ciento de los participantes aceptaría que llevara la corona.
El otro problema de esta temporada es que más allá de esos detalles ficcionados, incluso los hechos reales evocan situaciones familiares que nadie quisiera revivir. Es cierto, por ejemplo, que Diana era bulímica e intentó suicidarse, que a Carlos lo obligaron prácticamente a buscar una esposa virgen y de buena familia, y que la familia real adoró a Diana cuando era novia y la odió cuando era esposa. Algunos, en ese sentido, han llegado a preguntarse qué sentirán, por ejemplo, los príncipes William y Harry al ver en televisión las imágenes de su mamá vomitando en el baño o cortándose las venas con una gillete en un intento de suicidio. O qué sentirán al revivir la traición a la que la sometió Carlos con la mujer que hoy es su madrastra y a la que ven casi todos los días.
Para maximizar efectos dramáticos, además, los personajes de la serie tienen caracterizaciones simplistas. Gillian Anderson, la actriz de Los Archivos secretos X, logra parecerse físicamente a Margaret Thatcher, pero su acento artificial exageradamente esnob la hace ver como una caricatura. La primera ministra era una mujer de clase media, quien se superó a punta de sudor y esfuerzo. Como la sociedad inglesa es clasista, le tocó aprender a hablar como la clase alta. Para imitar ese acento, la actriz de la serie tuvo que acudir a los mejores fonetistas. El resultado ha sido objeto de comentarios críticos.
A Diana, por otro lado, la hacen ver como una víctima, una mujer que fue llevada al desespero por el desprecio y la indiferencia de su familia política. Esta puede ser una versión muy popular, pero no corresponde del todo a la realidad: Diana era una mujer complicadísima, inestable y caprichosa y, como seguramente se verá más adelante, también tuvo amantes, entre ellos el oficial del ejército británico James Hewitt, de quien las malas lenguas dicen que es el verdadero padre del príncipe Harry. Camilla Parker Bowles es todo lo contrario, pero es presentada como un símbolo del adulterio a quien no le importan ni su marido ni sus hijos. De hecho, en la serie muestran cómo vive su romance con Carlos abiertamente, sin importar el qué dirán.
La que mejor queda en todo este salpicón es la reina Isabel. Olivia Colman logra transmitirle dignidad al personaje durante toda la historia. Aunque también le inventan situaciones ridículas y comentarios clasistas, logra salir airosa y proyecta mesura, disciplina y equilibrio, cualidades que deben corresponder a la vida real.
No sucede lo mismo con el príncipe Carlos. Si hay una conclusión de todo lo que se ve en la serie es que el heredero a la corona es un idiota. Independientemente de si eso es verdad o mentira, hacerlo público antes de que suba al trono no contribuye a la imagen ni al futuro de la monarquía, sobre todo cuando las encuestas de popularidad más recientes muestran que los británicos prefieren que su hijo William asuma en lugar de él una vez muera la reina.
No en vano ha trascendido que la familia real está furiosa. Carlos no ha podido dar sus propias declaraciones criticando la serie. No obstante, varios de sus voceros le dijeron a la prensa inglesa que el príncipe estaba indignado y que no iba a ver ni un capítulo. Una reacción muy diferente fue la de Camilla, quien por medio de una amiga mandó a decir que ella sí la verá: “Me voy a tomar una copa de vino mientras lo hago y no voy a hacer un drama acerca de lo que se inventen”, habría dicho. Falta ver si los millones de británicos que están reviviendo la historia, y que hace unos años la detestaban por el affaire, piensan lo mismo.