El pasado 28 de diciembre, España amaneció con la noticia de la ruptura entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler. Luego de ocho años de noviazgo, decenas de portadas en revistas del corazón y miles de fotografías en fiestas, conciertos y vacaciones de ensueño, el escritor peruano, de 86 años, y la socialite filipina, de 71, ponían fin a una de las relaciones más sonadas e inusuales de Europa.
Desde entonces, detalles sobre los motivos de la separación, lo vivido por la pareja y los malos términos en que acabó todo recorren a placer los medios españoles.
Juan Colina Alonso es un periodista que ha seguido de cerca la vida de Preysler desde que era esposa de Julio Iglesias. Y recuerda los primeros años en los que la filipina se movía en los círculos sociales madrileños, en donde deslumbraba con su exótica belleza.
“Se casa con Iglesias en el 71. Eran la pareja de moda, portadas en todas partes, ambos guapísimos. Llegaron los hijos, pero el amor les duró pocos años, siete, porque ella se cansó de las infidelidades. Isabel tuvo otros dos matrimonios más con hombres de poder: un noble, Carlos Falcó, y después con un ministro, Miguel Boyer. Por eso lo de Reina de Corazones: si hablabas de la Preysler, no podías obviar a sus maridos, que, además, la dejaron millonaria”, le cuenta Colina Alonso a SEMANA.
La filipina –relata– llegó a Madrid con 17 años, enviada por sus padres para alejarla de un amor de juventud. Alta, delgada y bella, se instaló en casa de una tía materna, casada con el embajador Miguel Pérez Rubio. En la alta sociedad madrileña conoció a Carmen Martínez-Bordiú, nieta del dictador Francisco Franco, que se convirtió en su mejor amiga con el pasar de los años.
Desde ese momento, Preysler se convirtió en “un ícono de la moda, de las fiestas, una anfitriona excepcional. Una referencia del estilo, el glamur y las buenas formas. Cuando confirmó su relación (con Vargas Llosa) en 2015, fue el desconcierto. ¿Qué hacía un premio nobel, un hombre que escribía libros y hablaba de política con una mujer que se movía a sus anchas en la frivolidad y el espectáculo?”.
Ambos se conocieron en los ochenta cuando Preysler entrevistó al autor en 1986 para la revista ¡Hola! Por ese entonces, estaba casada con Boyer, y Vargas Llosa, con Patricia Llosa. Ambas parejas se hicieron cercanas.
Para 2015, coincidieron en un viaje organizado por Porcelanosa –grupo empresarial español– para visitar a Carlos de Inglaterra en el palacio de Buckingham. La filipina había enviudado el año anterior y Llosa seguía casado.
El amor entre ambos surgió. “Al poco tiempo, se confirmó la noticia en España. Y a muchos los tomó por sorpresa, incluso a la propia Patricia (Llosa), que nos hizo llegar a los periodistas un comunicado en el que desmentía todo. Decía que la prueba era que acababan de celebrar sus bodas de oro en Nueva York. Pero, acá Vargas Llosa e Isabel ya se dejaban ver tomados de la mano. La prensa española tenía un bocado suculento: un amor otoñal entre dos famosos que parecían tener muy poco en común”.
Parecía un amor de novela, dice el periodista, que ha trabajado en medios como la Cadena Ser. En 2020, durante la celebración del décimo aniversario de su Premio Nobel, el peruano les contó a los medios españoles que su nueva pareja había renovado en él su vocación de escritor. Es, decía, la mejor cosa que le había pasado en la vida.
¿Un idilio de papel?
Pero ahora, a la luz de la ruptura, parece que el idilio solo estaba reservado para las revistas del corazón.
Ángel Mustienes, periodista dedicado a cubrir temas de entretenimiento en España y Portugal, sostiene que el enamoramiento fue solo cosa de un par de años “por el lado de Vargas Llosa. Él vio en Preysler un seguro económico desde que se fueron a vivir juntos en Villa Meona, la lujosa residencia de Preysler en Puerta de Hierro. Vivía sin pagar nada y tenía una lujosa rutina, desconocida por muchos, que incluía a un mayordomo que le preparaba la ropa cada vez que salía e incluso le ayudaba a vestir. Y eso a ella ya comenzaba a cansarla desde hacía varios años”.
“Y no se entiende”, asegura Mustienes, pues el peruano tiene una fortuna “calculada en más de 10 millones de euros y un contrato con una editorial, que le paga por adelantado un millón y medio de euros antes de la publicación de sus libros”.
En opinión del periodista, el peruano se valía de Preysler para tener repercusión en sus lanzamientos literarios, dada la atracción que la filipina genera en la prensa.
De acuerdo con Mustienes, lo que ha seguido después de la ruptura se asemeja más a “cosas de adolescentes que a dos personas de edad serena y madura”.
Preysler, quien en un comienzo atribuyó la ruptura a los celos excesivos e injustificados del escritor, les contó hace poco a los medios que desde hace un par de años quería terminar con Vargas Llosa, pero sintió “lástima por él”, dada su avanzada edad.
Además, se encargó de filtrar una carta que le envió la propia Patricia Llosa poco después de que Preysler iniciara su romance con el escritor. “Lo ha hecho otras veces”, le advertía una decepcionada esposa, un gesto que la filipina ignoró.
El nobel, por su parte, lejos de dar declaraciones a la prensa –y al más puro estilo de Shakira–, le ha tirado dardos a su ex con lo que mejor le sale: la literatura.
Mediante un cuento que tituló Los vientos, y que se publicó cuando aún convivían en Puerta de Hierro, Vargas Llosa daba luces ya del desamor hacia Preysler.
En el relato, el protagonista es un señor mayor se siente amargado por el presente y por haber dejado a un amor de juventud, Carmencita (quien sería Patricia Llosa), por un arrebato sexual “violento y pasajero” del que ha olvidado hasta el nombre (¿Isabel Preysler?).
“De Carmencita, mi mujer por muchos años, me acuerdo muy bien (...). Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena. Ella nunca me perdonó, por supuesto, jamás pude amistarme con ella”, se lee en el cuento.
Y se atreve a decir más: que lo suyo fue “un enamoramiento de la pichula” (una manera de decir pene para los españoles), aunque después ni siquiera disfrutaba del sexo.
Tal como relata Mustienes, ahora Vargas Llosa está buscando refugio en su exesposa, quien se casó con el peruano cuando solo tenía 18 años para luego convertirse en su asistente personal. También en sus hijos, que nunca quisieron a Preysler. “Aún se preguntan cómo sobrevivió el Vargas Llosa escritor en esa frivolidad”, dice el periodista.