Willy García es actualmente una de las voces más potentes de la escena salsera en el país. Su anhelo de hacer música comenzó cuando era solo un niño, en el barrio Lleras Camargo de su natal Buenaventura, cuando ninguna olla o balde de la casa se salvaba de convertirse en un improvisado instrumento.
García soñaba con que su voz se escuchara en el coliseo del principal puerto sobre el Pacífico. Pero la vida lo premió con mucho más: llegó a las puertas de Jairo Varela, que lo convirtió en una de las voces más consentidas del Grupo Niche, con el que grabaría grandes éxitos como Gotas de lluvia y La magia de tus besos. Después, lanzaría junto a Javier Vásquez el que sigue siendo, hasta hoy, uno de los dúos más exitosos del género: Son de Cali. Más tarde, decidió hacer su camino en solitario, y ya completó 13 años siendo simplemente Willy García.
En medio de la celebración de estas tres décadas, el vallecaucano repasa en SEMANA su vida y carrera musical.
SEMANA: Su historia comienza en Buenaventura, la ciudad que lo vio nacer, llena de riqueza musical, pero también de mucha pobreza. ¿Cómo fue crecer allí?
Willy García: Ilusionarse con hacer música allá es fácil: todo el mundo tiene ritmo, todos cantan. Nací en una familia muy musical, empezando por mi abuela, que cantaba muy lindo, al igual que mis tíos. Y en ellos y en los vecinos encontré complicidad para soñar con hacer música y comenzar a dañarle las ollas, los baldes y las tapas a mi mamá, que llamaba a los compañeritos y todos salían a bailar con ese sonido. Fue una niñez de muchas carencias, pero muy feliz.
SEMANA: ¿Qué recuerdos conserva de La Combinación, esa primera orquesta que usted creó siendo adolescente, en el barrio Lleras?
W.G.: La creamos varios amigos que, al igual que yo, veíamos futuro en la música. Alquilábamos instrumentos, timbal, guitarra eléctrica. Y éramos felices, sentíamos como si tuviéramos una orquesta grande. Hasta que nos juntamos con Memo Cabezas, pianista, y llegamos a otro nivel, porque él tenía instrumentos y ya no teníamos que alquilar. Así creció La Combinación. Nos convertimos en el grupo que tocaba en las verbenas, las fiestas de fin de año, las del hotel Estación y las de empresas pesqueras.
SEMANA: Y estando en esas, a usted le llegó una propuesta que pudo cambiar su vida: le ofrecieron irse de polizón...
W.G.: Creo que tenía unos 16 años. Era un niño. Y en esa época uno veía a muchos amigos que se iban de polizones, camuflados en barcos, a Estados Unidos. Y llegaban con plata, ropa cara y muchas de esas cosas que uno de muchacho quería, pero que eran imposibles para hogares tan humildes como el mío. Les decíamos ‘los norteños’ a todos esos que llegaban desde Nueva York con dólares en los bolsillos. Uno sentía que si muchos lo habían logrado y tenían una vida distinta, pues uno también podía hacerlo. Se fue quedando como en la cultura de muchos porteños que la solución era irse a Estados Unidos.
SEMANA: ¿Entonces usted alcanzó a acariciar esa idea en serio?
W.G.: Sí, estuve a punto de irme de polizón a Estados Unidos y entrar ilegalmente. Un día, previo a una presentación en Puertos de Colombia, alguien nos dice: “Miren, ingresar a los puertos es lo difícil. Ustedes van a entrar a tocar. Lo que podemos hacer es que, estando allá, se pueden meter en uno de los barcos. Hay uno que sale en la madrugada; ahí hay panela, agua, atún. Es una oportunidad para que vayan a Estados Unidos y cumplan sus sueños”.
SEMANA: ¿Y por qué finalmente no ‘zarpó' y se quedó en tierra firme?
W.G.: Siempre escuchaba que a algunos de los que se metían en eso los tiraban vivos al mar. Pero, estando en grupo, pues uno se contagia. Todos dicen: “¡Vamos!”. Y seguí el plan que teníamos: terminábamos de cantar la última tanda y nos metíamos al barco. Pero, cuando se acercó el momento de definir, me pudo más el miedo que la ilusión. Uno sabía que la aventura no era bonita, era un riesgo enorme, había que estar muy decidido o muy desesperado, porque se sabía que podía pasar cualquier cosa. Por eso, ya en el último momento, me bajé del bus. Pensé en mi mamá; soy su hijo mayor y la estaba ayudando. Pensé: “No la voy a dejar sola”.
SEMANA: Y la vida lo premió con una enorme oportunidad musical...
W.G.: Sí, en La Suprema Corte, a donde llegué recomendado para cantar unos coros, me pagaron un montón de plata, y yo, feliz. Luego me dijeron: “¿Por qué no pruebas con una canción?”. Y así se me dio la oportunidad que me cambió la vida; apostaron por mi talento.
SEMANA: Después de eso, aparecieron en su camino Jairo Varela y el Grupo Niche...
W.G.: Sí, con la Suprema Corte ensayábamos y grabábamos en Estudios Niche. Un día, después de grabar el primer álbum, Andrés Viáfara, el director musical, hizo una alianza con Niche, y por eso me presentó al maestro Varela. “¿Y canta bien?”, dijo Jairo. “Probalo”, respondió Viáfara. Ya en el año 93, me contrataron como cantante para hacer los coros de todos los grupos que iban a Estudios Niche a grabar. Había ganado fama de que era buen improvisador y creativo, y me pusieron a dirigir voces. Un año después, mientras Varela grababa el álbum Huellas del pasado, me hizo llamar, me pasó un papel y me pidió que cantara. Yo arranqué: “Gotas de lluvia, no es el rocío, lágrimas que vienen del corazón”. La grabé toda y me fui. Solo me dijo: “Gracias”.
SEMANA: Sin pensar en el tremendo éxito que iba a ser Gotas de lluvia...
W.G.: Sí, canté y me fui para mi casa. Y al llegar, mi esposa me dijo que Varela me había llamado. Y me tocó volver a agarrar bus y regresarme. Cuando llegué a Estudios Niche, vi a un montón de periodistas; me imaginé que habían ido a entrevistar al maestro. Pero mi sorpresa fue tremenda cuando Varela les dijo a todos: “Les presento al nuevo cantante del Grupo Niche”. Yo no lo podía creer.
SEMANA: Alguien muy cercano a Varela contó que usted fue una de sus voces favoritas. ¿Cómo lo recuerda a él?
W.G.: Como un genio, pero todos los genios tienen sus peros. Era muy estricto y perfeccionista. Pero con él encontré la complicidad para desarrollar mi voz, mi estilo. Creo que él agarró mi talento, mi forma de cantar, y la enriqueció, pero sin quitarme la esencia.
SEMANA: Uno de los álbumes que grabó con Niche fue A prueba de fuego, que se dio justo cuando Varela estaba en prisión...
W.G.: Fue tenaz. Yo me aprendía las canciones que él había compuesto para ese álbum; después, con el maestro José Aguirre, nos íbamos a la cárcel y nos tocaba hacer fila para entrar y solo estar por unas horas, y entonces sentarnos a acordar con Varela los arreglos y después marchar al estudio a grabar. Era muy loco. Él llamaba desde la cárcel y escuchaba el material. “Esto no me gusta, esto no se hace así”... ¡Y entonces corregir! Fue un álbum muy sufrido en su producción, pero maravilloso porque se lograron canciones muy importantes para el momento que vivía Jairo, que tenían toda su esencia como artista y compositor. En lo personal, fue gratificante poderlo acompañar en ese momento tan difícil de su vida.
SEMANA: ¿Por qué decide cerrar esa etapa en Niche y partir para crear Son de Cali?
W.G.: Cuando murió Varela, recuerdo que estábamos distanciados porque a él no lo hizo muy feliz que Javier Vásquez y yo montáramos Son de Cali. Pero es una etapa de mi vida que recuerdo con mucho cariño. Juntos hicimos un álbum que estuvo nominado al Grammy Anglo, con canciones sonando superfuerte en Estados Unidos, Suramérica y Europa. Lo que vivimos con Son de Cali fue mágico, pero después de varios años, ambos queríamos dar el siguiente paso.
SEMANA: Y ya como solista usted lleva 13 años...
W.G.: Sí, en todo esto lo importante siempre ha sido la complicidad del público. He encontrado en el público un equipo, otra orquesta, que ha acogido mis canciones y las ha hecho suyas. Como Willy García he logrado dos nominaciones al Latin Grammy, a los Premios Lo Nuestro, a los Hit.
SEMANA: ¿Cómo ha vivido esta carrera como hombre de familia, como esposo de Sandra y hasta como abuelo?
W.G.: Sandra es la mitad de Willy García. Ella hace parte no solo de mi proyecto de vida, sino de la parte laboral. Ella siempre ha estado ahí. Es mi cómplice, mi socia. Y, claro, uno con los socios pelea, pero el amor se ha mantenido en estos 30 años. Ella y mis tres hijos han sido mis críticos, pero también mis fans. Mis nietos también han sido cómplices en todo esto. Mi familia entera, desde mi mamá y mi abuela, que sabían desde que era niño, allá en el barrio Lleras, que yo amaba la música. Siempre he estado rodeado de gente muy valiosa que me ha ayudado a crecer. Especialmente, mujeres: mi mamá, mi abuela, mi esposa, mis hijas, mi manáger. He sido un bendecido.
SEMANA: ¿De sus hijos, quién va a recoger su legado musical?
W.G.: Mi hija Lala. Ella grabó por primera vez cuando tenía solo 10 años. Y está haciendo ahora fusión, aunque primero cantó salsa conmigo, en 2009. Cantó conmigo una versión de Te amo, que hizo muy famosa. Después, se ausentó un montón de años y ahora, en medio de la celebración de los 30 años de mi carrera, como que sintió la presión del público y está apostando por su propio camino. Ya está preparando un álbum, y eso me hace sentir muy orgulloso. La veo y siento que en el fondo nunca he dejado de ser.