De la mano de Susan Sontag, la intelectual y librepensadora estadounidense que amó por casi dos décadas, Annie Leibovitz viajó a Sarajevo en 1993, en medio de un cruento conflicto civil. Hasta ese entonces, la célebre fotógrafa no había sentido la posibilidad de morir de un balazo. Por 23 años había enfocado su trabajo en retratar a la crema y nata del entretenimiento y la vida pública. Estrellas de Hollywood, ídolos del rock, jefes de Estado fotografiados en el confort creativo de su estudio o en locaciones y situaciones dirigidas. Pero, en realidad, no era la primera vez que se exponía a perecer por cuenta de su trabajo.En 1975, cuando a sus 25 años era la fotógrafa jefe de la revista Rolling Stone, siguió cada paso de la gira estadounidense de la legendaria banda del mismo nombre. Entonces pensaba que para tomar la mejor fotografía debía integrarse a fondo con sus personajes. Pasaba dos, tres días con ellos para captar esencia, profundidad e intimidad del momento. Pero los Stones vivían su pico máximo de sexo, drogas y rock’ n ’roll, por lo que esas seis semanas casi la matan. Quedó sumida en una fuerte adicción a la cocaína. Ocho años después, sin arrepentirse de nada de lo que hizo, se alejó de la revista y abrió otro capítulo en su vida. Como aseguró a la cadena radial NPR: “Conseguí ayuda profesional y funcionó”.Hoy, Leibovitz, a sus 66 años, sigue enfocando con sus particulares ojos tristes y se mantiene enérgica y franca. Según afirma, sus tres hijas, Sarah, Samuelle y Susan, han iluminado su vida y le han dado color a su mundo. En 2001, a sus 51 años, dio a luz a la mayor, y recibió a las gemelas gestadas en un vientre de alquiler en 2005. Y si bien les dedica tiempo y vive por ellas no abandona la pasión de su vida. Siempre se ha considerado una fotógrafa a secas y recibe todavía el insistente llamado de Vogue y de Vanity Fair, revistas que recurren a su estética para sus tareas más delicadas. Anna Wintour, editora jefe de Vogue US, aseguró que siempre creyó a Leibovitz demasiado profunda para esa revista, pero que contar con ella es fantástico pues nadie equipara su nivel de compromiso creativo. “A nadie le importa tanto como a ella le importa”, concluye.En 2015, Pirelli le pidió darle un vuelco total a su calendario, e incluso un banco suizo desprestigiado como el UBS la buscó para humanizar su maltrecha imagen. Ambos sabían que sus retratos tienen impacto inmediato en la percepción pública. La actriz Whoopi Goldberg da testimonio de ello. En 1984, después de una sesión con Leibovitz, una fotografía publicada en Vanity Fair surgiendo de una tina de leche la convirtió en una estrella global en cuestión de horas.Pragmática, Leibovitz desdibujó hace mucho la línea entre su trabajo comercial, personal y de revistas. Los considera parte de un todo que solo separa temáticamente para sus libros y exhibiciones. Abrió su más reciente muestra en Londres a comienzos de febrero. Women: New Portraits ofrece una mirada recargada del proyecto Women que concibió en 1999 con Sontag, basado en retratos de mujeres que la inspiran. Considera esas iniciativas personales una labor interminable, pues las alimenta con nuevo material y las presenta alrededor del mundo.Después del éxito rotundo de la muestra en la capital británica, New Portraits visitará diez ciudades más en 2016, entre las que figuran Nueva York, San Francisco y Hong Kong. La exhibición demuestra que por su vasta experiencia Leibovitz ya no aspira a captar fielmente a sus personajes. Suma 100 mujeres en campos diversos. Destacan entre muchas la reina Isabel II, que en 2007 se molestó por la cantidad de equipo que llevó para la toma y le aconsejó “seguir su camino”, así como Adele, Taylor Swift, Misty Copeland, Lena Dunham, Aung San Suu Kyi, las Kardashian, Lupita Nyong’o, Amy Schumer. Y claro, también hubo espacio para Caitlyn Jenner, la transgénero que retrató para Vanity Fair y cuya portada agitó como ninguna otra el año pasado.Leibovitz ve la fotografía como un arte que glorifica momentos, y, por eso, persigue imágenes memorables. Gloria Steinem, periodista y escritora feminista cuya foto hace parte de la muestra y quien ayudó en su curaduría, aseguró a Vogue: “Annie captura a las mujeres en toda su variedad, idiosincrasia, simplicidad, miedo y coraje. Una palabra tan limitada como género no alcanza a encapsular las muchas verdades que revela esta exhibición”. Y a pesar de que su fama la precede y pocas personas escapan a su lente, le hace falta una pieza clave del rompecabezas. Tiene pendiente fotografiar a la que considera la mujer más importante del mundo hoy día, Angela Merkel.Una en un millónLa American Society of Magazine Editors escogió en 2005 las mejores portadas estadounidenses desde 1940, y Leibovitz se alzó con las dos primeras. El gremio destacó en primer lugar la gloriosa y dolorosa portada publicada por Rolling Stone en 1981, que muestra a John Lennon totalmente desnudo abrazando a una Yoko Ono de mirada lejana. Cinco horas después de posar para esa foto en 1980, el ex-Beatle perdió la vida abaleado en la Gran Manzana. En segundo lugar figuró la imagen de Demi Moore publicada en 1991 por Vanity Fair. Al terminar la sesión, Moore le pidió a Leibovitz que le tomara un desnudo, y el resultado espontáneo las impactó: la actriz aparece retratada en su gloria, embarazada, sin ropa y segura de sí misma. Considerando lo transgresor de la foto, Susan Sontag no corrió riesgos, llamó a Vanity Fair y se aseguró de que saliera en la portada. El efecto mediático fue impresionante.Leibovitz entró a trabajar en Rolling Stone cuando apenas terminaba estudios de arte en San Francisco y rápidamente descolló por su talento. Su estilo evolucionó de lo improvisado y natural a lo planificado. Hacia el final del paso por esa publicación su evolución se hizo evidente. Desnudó a Bette Midler y la cubrió en una mar de rosas para ilustrar una nota sobre la película The Rose. Según relata el documental Life Through a Lens, el célebre Richard Avedon, pionero del retrato neoyorquino, escribió a la revista para exaltar esa fotografía como la mejor propuesta de portada que había visto en décadas.La llegada de internet le amargó el trabajo. En declaraciones recientes al diario The Telegraph dijo que “las revistas pasaron por una etapa en la que no sabían si seguirían con vida. En ese momento recurrieron a lo que vende, al sexo que vende, y creo que podemos hacer cosas mucho mejores. El público es inteligente”. Como consecuencia, “a menudo me pasa que no tomo las fotografías de lo que quiero de la manera que quiero”. Y si bien sus portadas han quedado en la retina y memoria de millones, confiesa que el trabajo que más le satisface es el que se ve en las páginas interiores. La portada vende revistas, las fotos de dentro cuentan la historia.Solo una vidaAnna Lou Leibovitz creció en el seno de una familia humilde que se reubicaba constantemente porque el padre era miembro de las Fuerzas Armadas. Es la tercera de seis hermanos que crecieron viendo el mundo a través de la ventana del carro, impulsados hacia el arte por una madre bailarina.A Vanity Fair llegó de la mano de la brasileña Bea Feitler, una mentora de gran ojo editorial que no temía anotarle cuando su trabajo no estaba a su altura. Feitler la involucró en la revista de Condé Nast desde su comienzo en 1983, y desde entonces su carrera no hace más que avanzar.Ha sobrellevado fuertes voltajes emocionales. Lidió con la enfermedad terminal de dos de sus seres más cercanos en un corto lapso, su padre Samuel y su amante Susan Sontag, y lo hizo mientras fotografiaba sus momentos más oscuros. Ella misma sugiere esa palabra para referirse a la relación que sostuvo por años con Sontag, una de las más admiradas escritoras y ensayistas críticas de la cultura estadounidense.Es difícil creer que en 2009 Leibovitz estuvo a punto de perder todas sus fotografías a manos de sus acreedores. Pidió préstamos millonarios a la gente equivocada y tuvo dificultades para pagar. Con esfuerzo y abogados logró zafarse y mantener los derechos de las miles de obras que componen su legado. Hoy, considera esa etapa como la consecuencia de ser tan desprendida del dinero. Y más allá de ello, sus prioridades son las mismas. Piensa en su pasión, en sus amores del pasado y del presente, y no ha dejado de marchar. Por eso, sigue siendo la gran retratista norteamericana que le ha hablado al mundo desde la lente de su cámara.