El libro se llamaba Frankenstein, y el subtítulo intentaba explicar que la historia allí narrada equivalía a la de un “Prometeo moderno”. Corría el invierno de 1816, cuando la escritora inglesa Mary Shelley, de tan solo 20 años y desde una casa en el lago de Ginebra, se dedicó a contar la vida del médico suizo Víctor Frankenstein: un hombre obsesionado por llevar la ciencia al límite y abrir una puerta hacia lo profano. En su afán, Víctor reúne y cose partes de cadáveres diseccionados y forma con ellas un cuerpo aterrador de 2,44 metros de altura, al cual, mediante un choque eléctrico, una noche le da vida.Lo que Shelley, probablemente, no sabía es que al igual que lo hacía su monstruo, ella misma también estaba dándoles vida a unos personajes para la eternidad. Víctor Frankenstein y su criatura no solo la sobrevivirían, sino que encarnarían durante dos siglos una parábola sobre la lucha del hombre por superarse, a pesar de arriesgar por ello una y otra vez su propia existencia.El libro, la primera gran obra de ciencia ficción, apareció finalmente el 11 de marzo de 1818, primero sin mencionar el nombre de su autora. Eran tiempos en que una temática tan aparentemente oscura no tenía cabida en el mundo literario, por lo cual las primeras críticas que aparecieron la etiquetaron de inmediato como “horrible” y “absurda”.Pero, con el tiempo, la historia del monstruo fabricado en un laboratorio, que huyó de su creador, que luego debió sufrir la exclusión y el rechazo de los hombres y al final terminó cometiendo crímenes, se convirtió en un tratado sobre los límites del poder humano y la moral. Tres años después de publicada la primera edición, Jules Saladin la tradujo al francés. Y, en 1823, el dramaturgo Richard Brinsley Peake escribió una obra de teatro basada en el relato. Ahí, el mundo no solo conoció el nombre de Mary Shelley, sino que también descubrió su propia obsesión por el destino de Frankenstein y su engendro.Hoy, la obra de Shelley ha encontrado un lugar entre los clásicos de la literatura universal. El pasado diciembre, la BBC, el servicio público de radio, televisión e internet del Reino Unido, ubicó a la novela en el puesto nueve entre las 100 más importantes de la literatura británica. Frankenstein ha inspirado a innumerables pensadores y artistas y se ha convertido en el motivo de películas, series de televisión, cuentos y personajes de ficción que han marcado a varias generaciones. En algunas culturas, incluso, el apellido del doctor sirve para describir un invento que se salió de las manos, o para criticar los excesos a los que puede llegar el ser humano.Con el cambio de siglo, la invención de Frankenstein solo ganó influencia. Conquistó el cine en 1910 en un cortometraje mudo de J. Searle Dawley rodado en Nueva York. Aunque allí sufrió su primera variación –Dawley puso al monstruo a salir de un caldero hirviente–, el inquietante mensaje moral de la historia de Shelley permaneció igual.El engendro de la inglesa siguió recorriendo el cine y pasó incluso por Italia hasta llegar a Hollywood en 1931, cuando Universal Pictures financió la megaproducción de James Whale titulada Frankenstein, el hombre que creó un monstruo. La película, cuya estética se inspiró en el expresionismo alemán, fue un éxito de taquilla con más de 12 millones de dólares en ventas y reposa hoy en el Registro Nacional Fílmico de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos, al ser considerada “revolucionaria” y de un valor definitivo para la historia del cine.La versión de Whale tuvo varias secuelas, y la primera de ellas, La novia de Frankenstein (1935), contó con el inglés Boris Karloff, cuya interpretación del monstruo de frente amplia, quijada cuadrada, cicatrices en las mejillas y dos tornillos en el cuello se convirtió en el emblema de la creación de Shelley. La figura dominó docenas de producciones que siguieron y protagonizó, en 1971, otra obra clave: Drácula vs. Frankenstein de Al Adamson, un director estadounidense obsesionado con la sangre y las escenas terroríficas.Cuatro años después, el comediante y director Mel Brooks retomó la historia en El joven Frankenstein, película que el propio autor considera la mejor de su obra completa. Siguieron, entre muchas otras, el musical de terror The Rocky Horror Picture Show, de Jim Sharman, y Frankenstein de Mary Shelley, esta última protagonizada por Robert De Niro, orientada a reivindicar algunos detalles olvidados de la novela original y exitosa en la taquilla junto a sus contemporáneas Drácula, de Bram Stoker (1992), de Ford Coppola, y El secreto de Mary Reilly (1996). En diciembre de 2015, 20th Century Fox presentó, sin mucho éxito, la más reciente versión de la saga.En total, las andanzas del doctor Víctor Frankenstein han inspirado más de 90 producciones cinematográficas. Y no se ha quedado atrás la pantalla chica, cuya presentación más entrañable del monstruo nació en dos series estadounidenses producidas simultáneamente entre 1964 y 1966: The Munsters y The Addams Family (en 1991, una película del mismo título fue un éxito global). Además de recorrer todos los géneros, “la bestia”, como la propia Shelley lo llamó, ha aparecido incluso en caricaturas y en películas y series animadas.En principio, cuesta imaginar que un personaje tan caricaturesco como el monstruo del doctor Frankenstein haya estado presente en los relatos de la humanidad durante dos siglos. Sin embargo, sobre todo en tiempos en que la investigación científica y la tecnología avanzan con más rapidez que nunca, el fondo de la historia explica su relevancia: los límites de la capacidad que tienen los humanos para crear nuevas formas de vida, que se asemejen a ellos mismos, siempre serán un dilema moral.