Los padres suelen marcar fuertemente el futuro de sus hijos y muchos de estos siguen sus pasos, para bien o para mal. Esa sencilla afirmación adquiere, sin embargo, visos siniestros cuando se habla de los retoños de quienes causaron muerte y destrucción desde el gobierno de sus países. Pero no hay que entrar en pánico: aunque algunos emularon a sus padres en crueldad, otros siguieron destinos diferentes y a veces completamente opuestos.
En efecto, el autor y periodista estadounidense Jay Nordlinger va más allá del estereotipo o de las suposiciones en su libro Children of Monsters. La obra relata episodios que vivieron los hijos de los 20 dictadores más sangrientos del siglo XX, y si algo prueban sus historias es que no hay destinos marcados. Entre ellos hay víctimas, victimarios, tiranos suicidas, defensores de sus padres, sucesores y, también, desertores y gente que bordeó la normalidad. Nordlinger revela rasgos de hijos de personajes como Stalin, Mussolini, Franco, Mao, Ceausescu, Kim, Gadafi, Huseín, Bokassa e incluso Pol Pot, entre otros. “Es un libro sobre individuos con un destino similar”, asegura en el epílogo, “si se reunieran, tendrían mucho en común de qué hablar”. A Edda Mussolini y a las hijas de Sadam Huseín, Raghdad y Rana, sus padres les mataron a sus maridos. Tanto Vasily Stalin en Rusia, como Nicu Ceausescu en Rumania violaron, abusaron, torturaron y se regocijaron en su maldad y poder, y murieron apenas pasados los 40 por beber demasiado. El ayatola iraní Rujola Khomeini, el tirano ugandés Idi Amín y el almirante japonés Hideki Tojo fueron contra todo pronóstico padres dedicados, cariñosos y pendientes. El genocida camboyano Pol Pot, quien fue padre a sus 61 años, después de ejercer una dictadura que condenaba a gente hasta por usar gafas, aconsejó a su hija hasta el fin de sus días. Sin embargo, “pocos han vivido una vida serena”, asegura Nordlinger. En su mayoría, los herederos crecieron en medio de privilegios marcados por guerras, exilios, inestabilidad emocional, delirios y la crueldad extrema de sus allegados. Pero no por ser hijos de tigres, salieron siempre pintados. El caso más diciente es el de Nicu y Valentin, los hijos del rumano Nicolae Ceausescu. “Se criaron en el mismo ambiente y tuvieron las mismas oportunidades. Nicu escogió –si la palabra cabe– ser un monstruo. Valentin no lastimó ni un pelo a nadie en su vida. Casos así reviven el debate entre el peso de la naturaleza humana y de la educación que cada quien recibe”, asegura el autor. Aun así, con monstruos como Uday Huseín, cuyos excesos en brutalidad fueron retratados en la pantalla grande, y del hijo de Mobutu, que a punta de abusos se ganó el apodo de Sadam Huseín, la idea del heredero del tirano no es una caricatura. De hijas y desamores “Mussolini hizo muchas cosas terribles, pero con nadie fue más cruel que con Ida Dasler y con Benito Mussolini Junior”, asegura Nordlinger. El Duce se casó con Rachele Guidi en 1915, con quien tuvo cinco hijos ‘oficiales’, aunque procreó más retoños en varios amoríos. Un mes antes de casarse con Guidi, Mussolini reconoció a Benito Junior, hijo recién nacido de una de sus amantes, Ida Dasler. Pero, cuando asumió el poder en 1922, ambos se convirtieron en un estorbo. Dasler reclamó sus derechos al tirano y llamó impostora a Rachele. El Duce arremetió y encerró a Benito Junior y a Dasler en sanatorios mentales y los condenó a morir como desahuciados. Ida falleció en 1937, Benito Albino en 1942.
Mussolini también fue duro con su hija favorita, Edda. Nacida en 1910, siempre fue la niña de los ojos del Duce. Pero su marido, el conde Ciano, un ‘tumbalocas’ que ella adoraba, y que ofició como ministro de Relaciones Internacionales de Italia entre 1936 y 1943, se vio salpicado por un complot para derrocar al fascismo y fue condenado a muerte. Edda le rogó a su padre que intercediera pero este no movió un dedo. “Ya no te considero mi padre”, le escribió Edda al Duce en una carta que concluyó renunciando por siempre a su apellido. Dos de sus hermanos, Vittorio y Romano, defendieron a su padre hasta el final de sus días. Vittorio, el más viejo, murió de 80 años tranquilo, en su cama, y en vida sirvió de enlace entre el régimen de su padre y el de Hitler. Por su parte, Romano, el más joven, tocó el piano, fue pintor y se casó con la hermana de Sophia Loren. Con Romano Mussolini All Stars alcanzó a compartir escenarios junto a íconos de la talla de Ella Fitzgerald, Duke Ellington, y Dizzy Gillespie. El generalísimo Franco también adoró a su única hija. Carmen Franco y Polo, Nanuca para sus allegados, nació en 1927 y le producía al general una ternura inusitada. Según varias biografías, “fue la verdadera alegría de su vida y, cuando nació, lo volvió loco de la felicidad”. Ella retribuyó el cariño de su padre con veneración eterna y bautizó a su primer hijo en su nombre. Carmen, como Edda, se casó con todo un playboy de la época, el cirujano Cristóbal Martínez-Bordiú. Carmencita todavía vive y a sus 89 años, después de recibir muchas muestras de odio hacia el nefasto legado de su padre, sigue defendiendo su honor a capa y espada. El de Svetlana Stalin, quizás, la más famosa de los hijos de dictadores, es el caso contrario. Para Nordlinger dos motivos la elevan sobre el resto. Primero, desertó del régimen comunista en 1967 y, segundo, fue capaz de reconstruir sus memorias con alto grado de calidad y detalle. Las tres memorias que publicó demuestran su talento narrativo. Svetlana nació en 1926, tuvo un hermano mayor, Vasily, y un medio hermano, Yakov. Su madre fue la segunda esposa de Stalin, Nadya Alliluyeva, de tan recio carácter que José era el más cariñoso de la pareja. Svetlana fue la niña mimada del déspota. Pero cuando su madre se suicidó y Stalin, en venganza, mató a muchos familiares de ella, Svetlana tomó distancia del régimen comunista y de sus métodos. Murió en Estados Unidos, y muchos atribuyen su personalidad al hecho de que creció con una nana que la trató con cariño. Su hermano Vasily fue siempre un descarriado, pero Nordlinger explica que “si bien no lo justifica, se debe entender que lo educaron los guardaespaldas de Stalin, los hombres más rudos y despiadados de Rusia”. Como esa, Nordlinger comparte cientos de anécdotas que ilustran que nadie que culpe a sus padres de los complejos que sufre se ha puesto en los zapatos de un hijo de un tirano.