Gustavo Francisco Petro Urrego se convirtió este domingo en el hombre de izquierda que en la historia de Colombia más cerca ha estado de llegar a la Presidencia. Hace un año, cuando las apuestas estaban en su contra, ni sus más cercanos amigos creyeron que su candidatura se convertiría en el gran fenómeno de la campaña.
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Petro llegó hasta este punto de su vida política en medio de dos visiones radicalmente opuestas de lo que significa su proyecto político: la de algunos sectores que lo perciben como un populista de extrema izquierda que llevará a Colombia a un modelo similar al de Venezuela, y la de una ola de personas que lo asocian con un líder que conducirá al país por un camino de justicia social en el que los pobres y los campesinos por fin llegarán a ser tenidos en cuenta.
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Más allá de esas dos caras tan disímiles, la irrupción de Petro en la campaña terminó desembocando en una verdadera hazaña, aún cargando con una cruz de la cual era difícil deshacerse: la crítica -con o sin razón- de haber sido un mal administrador en su inestable paso por la Alcaldía de Bogotá.
Que Petro haya pasado a la segunda vuelta con vientos y mareas en su contra, le cambió los planes a personajes que toda la vida han soñado con llegar a la casa de Nariño. Sergio Fajardo es uno. A pesar de representar la antipolítica, quienes han seguido el recorrido del exgobernador de Antioquia saben que ese siempre ha sido su anhelo. Pero que Petro hubiese sacado de la contienda de la segunda vuelta a Germán Vargas Lleras, nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo y a quien siempre se le consideró el más seguro presidenciable, puede interpretarse como un verdadero cimbronazo para el establecimiento y para algunas elites y empresarios que le temen.
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Sobre todo porque Gustavo Petro, a diferencia de la mayoría de políticos que han ocupado el cargo de presidente durante el último siglo, no pertenece a una familia aristócrata. Nació el 19 de abril de 1960 en Ciénaga de Oro, Córdoba, un pueblito caluroso alejado de la modernidad y del desarrollo que ya se percibía en las grandes ciudades.
No tenía más de 6 años cuando su familia se trasladó a Zipaquirá, en Cundinamarca. Algunas veces Petro ha hablado de la influencia de su papá, un modesto profesor del que pudo haberle aprendido la disciplina para el estudio. Algunas veces ha recordado el día en que lo llevó por primera vez a un teatro para ver El doctor Zhivago, una película que no era para niños, pero que a partir de ese momento se volvió su favorita.
Gustavo Petro encarnó desde sus años de adolescencia eso que ahora llamarían un nerd. Era flaco, algo desgarbado y nunca se quitaba unas enormes gafas redondas de aumento. El gusto por las matemáticas lo llevó a plantearse la idea de estudiar economía o medicina. Finalmente, con una beca a la que accedió por ser uno de los mejores bachilleres del país en las pruebas Icfes, se decidió por la primera. Y se fue para Bogotá a estudiar en la Universidad Externado de Colombia.
Petro era inquieto. Así lo recuerda José Miguel Sánchez, un amigo suyo con quien años después se enrolaría en el M-19. Se reunían esporádicamente para preparar la edición de una revista de economía de poco tiraje. Desde esa época a Petro lo recuerdan como un joven introvertido y de muy pocas palabras en el trato cotidiano, pero que tenía claro que quería volver a Zipaquirá para hacer política. A los 21 años fue personero y a los 22 ya era concejal en el pueblo.
Pero hasta ese momento Petro no había experimentado la dureza de la vida en carne propia. Esa que lo ha llevado a decir que es un luchador y un resistente. En la militancia guerrillera fue que casi encontró la muerte. En sus discursos en tarima actuales, nunca pierde oportunidad para recordar los años en los que fue encarcelado y torturado. Uno de sus mejores amigos de la vida, Pacho Paz, estuvo con él en dos de esos momentos.
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La primera vez que Petro sintió que lo podían matar fue en 1982. Junto con Paz andaban en la clandestinidad. Ambos iban en un bus intermunicipal para Aguachica, Cesar, a una reunión con campesinos que estaban luchando por no se ser desalojados de unas tierras. En la mitad del trayecto, el Ejército paró el vehículo. Eran tiempos del controvertido estatuto de seguridad de Julio César Turbay. Paz dice que en aquellos días los guerrilleros temían a lo que llamaban la violencia de Estado. Los soldados se subieron al bus. Petro y Paz estaban nerviosos porque sabían que cargaban en sus maletines propaganda del M-19. En ese momento creyeron que hasta ahí llegaría su historia. Pero los uniformados centraron sus miradas en una joven a la que juzgaron sospechosa y olvidaron requisarlos.
El otro episodio fuerte que vivieron juntos transcurrió en la cárcel La Modelo, en Bogotá, a donde Petro había llegado en muy malas condiciones de salud. Lo capturaron ese mismo año bajo una orden administrativa que regía en todo el país. Una noche, a la madrugada, varios hombres entraron a las celdas y se llevaron casi en secreto a Paz y a Petro. Los dos creyeron que los iban a desaparecer. “Fue el momento más difícil. Fueron segundos de demasiada tensión”, dice. Al final se trataba de un intempestivo traslado a la cárcel de Ibagué.
Tal vez por esas situaciones vividas hace más de treinta años es que Petro se hizo a un carácter duro. Algunos piensan que lleva una coraza. El país conoció esa faceta recia sobre todo en las épocas en las que denunció la parapolítica como senador de la República. Eso le costó a Petro amenazas y seguimientos ilegales del DAS. Ricardo Bonilla, quien fuera secretario de Hacienda en la Alcaldía de Petro, asegura sin embargo que su exjefe es más callado y analítico de lo que muchas creen. Según este profesor de la Universidad Nacional, Petro se transforma en la plaza, allí donde encontraría finalmente la plataforma política en la que se sentiría más cómodo. Andrés, uno de los seis hijos que Petro, dice incluso que en la intimidad familiar su papá puede llegar a ser más silencioso aún. “Es como si se guardara las palabras para irlas a decir afuera”.
Y es que sus discursos frente a la multitud, a diferencia de lo que puede ocurrir en sus círculos privados, suelen ser proverbiales. Pueden durar hasta tres horas ininterrumpidas. En ese escenario, Petro vuelve a repasar una y otra vez su vida como si estuviera ante el relato épico de un héroe que fue oprimido y que ahora ha vuelto al ágora del pueblo. Oligarquía, mafias y corruptos son palabras que siempre salen de su boca.
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Durante una época en la dirigencia del M-19, Petro se fue vivir a Bucaramanga. Allí conoció a Mary Luz Herrán, con quien tuvo dos hijos: Andrés y Andrea. Era una relación de amor pero también ideológica. Los primeros recuerdos que Andrés tiene de su papá se ubican en Bruselas, a donde Petro había llegado como agregado diplomático luego de haber sido constituyente y representante a la Cámara. Las amenazas también lo habían hecho salir. Fue César Gaviria quien le dio la opción de irse a Europa. Andrés recuerda a su padre en la sala de la casa armándole una pista de carros y a veces poniéndose bravo cuando no se tomaba la sopa. Podía ser tan cariñoso como serio en temas de disciplina.
Si algo caracteriza a Petro es que cree en las causas perdidas. No se amilanó cuando lo destituyó el procurador Alejandro Ordóñez y no diezmó su ánimo en los primeros meses de esta campaña presidencial que no lo daban como favorito en las encuestas. Pero esa insistencia en los imposibles viene de tiempo atrás.
Muy pocos recuerdan a Petro como candidato a la Alcaldía de Bogotá en 1997, esas elecciones que curiosamente ganó Enrique Peñalosa. Había acabado de regresar de Bruselas y en el mundo político de la ciudad era prácticamente un desconocido. José Cuesta Novoa, que tenía una fundación en el barrio la Asunción de Puente Aranda, fue quien lo convenció de que se lanzara. La campaña la hicieron con las uñas. Se iban por los barrios del sur a planear reuniones para hablar de justicia social. Finalmente Petro solo lograría 7.000 votos en la contienda.
Petro, y en eso coinciden todos sus allegados, tiene una capacidad particular de concentrarse. Alguna vez, cuando era representante a la Cámara, Petro se la pasó tres días enteros preparando un debate en la parte de atrás de un carro en el que viajaba de Bogotá a La Guajira. Para Pacho Paz ese fue uno de los paseos más aburridos de su vida. Petro estaba tan metido en los papeles que ni siquiera le hablaba.
A lo mejor esa es la razón por la que a Petro muy pocas veces se le ve sonreír en el trabajo. Aunque no tiene fama de malgeniado, sí de serio e introvertido. Con muy pocos amigos se ha dado el lujo en años de tomarse unos tragos y de bailar porro, la música que más le gusta. En casa las carcajadas se las roba casi siempre su hija Antonella, de 9 años. Petro ahora vive con su segunda esposa Verónica Alcocer, su otra hija Sofía, de 16; y Nicolás Arbeláez, un hijo de crianza al que quiere como si fuera propio.
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El gran reto de Petro para la segunda vuelta presidencial será revertir uno de sus mayores defectos: el de no ser un hombre de consensos. Ese ha sido su talón de Aquiles y tal vez uno de los mayores obstáculos que tendrá a la hora de gobernar si llega a la Casa de Nariño. Aunque durante los últimos días de campaña centró su discurso en hablar de un gran pacto nacional sobre lo fundamental, muy al estilo del desaparecido Álvaro Gómez, su limitada capacidad de maniobra en el Congreso lo pondrá en escenarios complicados y divididos. Solo el tiempo dirá si en un eventual gobierno de Petro pesarán más sus virtudes o cualidades. O viceversa.
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