La polarización en que vive Colombia desde hace varios años no se detiene. El reporte del Índice Global Edelman (2023) nos sitúa en el grupo de países en los que más se ha roto el consenso nacional, al lado de Argentina, Estados Unidos, Sudáfrica y España. En medio de esta tendencia se ha venido generando una preocupante animadversión entre algunos sectores del actual Gobierno en torno al papel del sector empresarial.
Omiten con frecuencia que la percepción de la ciudadanía global identifica a los empresarios como una de las instituciones de mayor credibilidad, al lado de las ONG, en la actual transición de la economía mundial. El índice Edelman (2023), que promedia en un grupo de 28 naciones de diversas latitudes el grado de confianza de los ciudadanos en el Gobierno (51 por ciento) y en las empresas (61 por ciento), señala claramente el rol complementario del Estado y de la iniciativa privada para garantizar el desarrollo económico y el bienestar de la población.
Las cifras de favorabilidad en América Latina resultan incluso más desafiantes para quienes desde sus actuales funciones públicas quieren entronizar el nuevo “pensamiento único” del estatismo radical como solución a todos nuestros males. En el mismo reporte en consideración, la confianza de los ciudadanos en los empresarios en México, Colombia y Brasil resulta del 71, 68 y 64 por ciento, respectivamente, al tiempo que son más evidentes que en otras partes del mundo las brechas en relación con la confianza en los gobiernos, que es del 47 por ciento para México y del 40 por ciento para Brasil y Colombia. ¡En Argentina ese porcentaje es solo del 20 por ciento!
Esos funcionarios olvidan además que las empresas privadas, desde las pequeñas y medianas hasta las más grandes, son las responsables de la mayoría de los puestos de trabajo en nuestra región. Las cifras de la encuesta de hogares del Dane para Colombia así lo ratifican. En nuestro país aproximadamente el 90 por ciento de los empleos son claramente explicados por la empresa privada. Tal vez, por esa razón, en una coyuntura particularmente difícil, la más reciente encuesta Invamer de abril identifica al sector empresarial colombiano como una de las instituciones con mayor grado de confianza entre los agentes del desarrollo nacional, con un 58 por ciento de favorabilidad. Solo tres puntos porcentuales por debajo de las Fuerzas Militares, que se situaron en 61 por ciento.
No obstante, también es necesario reconocer que el 62 por ciento de los ciudadanos de América Latina considera que las empresas deben hacer más por el cambio climático, y el 60 por ciento opina que deben hacer más frente a la desigualdad, que en varios países –incluido Colombia– se asocia con la persistencia de monopolios y prácticas restrictivas de la competencia. Sin desconocer esta realidad, cabe preguntarse si en medio de las restricciones del Estado para impulsar el empleo y los ingresos de los hogares conviene secar a la “gallina de los huevos de oro” con una nueva cascada de medidas gravosas, como las hoy expresadas en una reforma laboral regresiva –para no hablar de otras reformas que asfixiarán la iniciativa empresarial–, con impactos muy negativos sobre la inversión y el empleo.
Resulta paradójica la lectura sesgada que algunos de esos sectores del estatismo excluyente hacen de Mariana Mazzucato, pues no les permite entender algunas de sus claves para superar los mitos de la tajante separación entre Estado y sector privado. Mazzucato enfatiza, con razón, en la importancia de una regulación inteligente que promueva la competencia y evite la concentración excesiva de poder económico. Pero su enfoque también busca aprovechar las fortalezas de cada uno de los dos sectores para impulsar la innovación, la productividad y el bienestar social. Este enfoque es convergente con quienes creemos desde la academia, así como desde los sectores público y privado, que solo es viable sacar adelante proyectos colectivos, si es que al fin logramos entender, más allá de las rígidas ideologías, que es posible construir consensos en medio del respeto por las diferencias. Uno de ellos podría ser (como diría Anthony Guiddens, el mentor de la “tercera vía”): que se requiere “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.
*Rector Universidad EIA y exministro de Hacienda.