Son muchas las apuestas del nuevo director del Icfes Andrés Molano Flechas. Entre ellas, que la institución contribuya a mejorar la calidad del sistema educativo, de la mano con los gobiernos nacional y local, rectores, docentes y estudiantes. No menos importante será fortalecer la medición de las habilidades sociales y emocionales, tras los coletazos que dejó la pandemia en el sector.
“No queremos seguir siendo el ‘coco’ de la educación”, dice Molano, psicólogo y magíster en Educación de la Universidad de los Andes, con un PhD en Educación de la U. de Harvard. Su idea es que los resultados de las pruebas que realiza la entidad sirvan a los docentes para redefinir algunas prácticas pedagógicas en el aula.
¿Qué retos apremian en la entidad?
Andrés Molano (A.M.): Somos todo un instituto para evaluar la calidad de la educación del país, en sus distintos niveles, y eso nos plantea un reto importante: que así nos empiecen a conocer. Somos mucho más que una prueba de Estado para evaluar si un estudiante logra o no unas competencias al final de un ciclo académico. Buscamos estar atados a la evaluación formativa: cómo logramos que los docentes tengan información que los ayude a tomar decisiones sobre el currículo; que los estudiantes tengan retroalimentación de su desempeño, no para juzgar, sino para que descubran los retos a afrontar. La evaluación formativa la necesita el instituto. Otro gran reto: medir cosas que no son fáciles de medir, como las habilidades sociales y emocionales.
¿Cómo lograr que los resultados que entrega el Icfes contribuyan, realmente, a transformar la práctica pedagógica en el aula?
A.M.: En la evaluación formativa hay un papel de apropiación de la información, de quiénes somos, qué necesitamos y cuáles son los recursos pedagógicos que podemos implementar para potenciar el desarrollo humano... La información que el Icfes debería brindarle al docente –y en eso vamos a trabajar– es una serie de oportunidades para su desarrollo y el de los estudiantes. No creo que debamos ranquear, pero, en ciertos puntos, sí se tiene que decir ‘se lograron algunas habilidades’ y en qué nivel se lograron. Yo soñaría que eso no fuera, simplemente, un puntaje, sino que esos resultados le den al estudiante una idea de orientación vocacional, un perfil.
¿Cómo cree que se puede mejorar la transición de la educación básica y media, a la superior?
A.M.: No creo que sea ‘cerrar los ojos’ y pensar, única y exclusivamente, en la cohorte de once grado. Realmente, quienes llegan al último grado de secundaria –difícil expresarlo así– son los estudiantes que han sobrevivido al sistema educativo. Que han resistido el riesgo de deserción o de repetición. Si se asume así, el trabajo de transición a la educación superior debe comenzar desde muy temprano, en sexto grado, con orientación vocacional. En sexto grado no tengo que tomar la decisión, pero puedo empezar a explorar algunas cosas.
En noveno grado tampoco tengo que tomarla, pero, en la medida en que yo tenga más información y más oportunidades de exploración, mejor y más informada va a estar mi decisión.
¿Qué estrategias deben desarrollarse para orientar mejor a los estudiantes sobre su futuro?
A.M.: El aprendizaje experiencial puede ser importante. En noveno grado, podrían explorar, experiencialmente, opciones profesionales: por ejemplo, prestar servicio comunitario y entender cuáles son los retos en salud pública o en temas ambientales de una comunidad específica; allí encontrarán áreas de trabajo que despierten su vocación. También pueden dar clases de matemáticas a estudiantes de primeros grados, lo cual sirve para algo que no podemos desconocer: ayudar a cerrar las grandes brechas que tenemos en el logro académico de todos los estudiantes.
El desempeño en las pruebas Saber 11 determina, en gran medida, el ingreso a la educación superior. ¿Qué nos dicen del actual nivel de aprendizaje de los estudiantes?
A.M.: Al mirar los desempeños en lenguaje y en matemáticas, la mayoría de estudiantes de calendario B están en los niveles superiores, y la mayoría de estudiantes de calendario A, en los inferiores. Ambos calendarios tienen enormes retos en ciencias naturales y en cien-
cias sociales, lo que nos dice mucho como sistema educativo: los resultados muestran que hay desafíos importantes en la comprensión de fenómenos naturales y sociales. También existen grandes brechas, entre calendarios A y B, en inglés. En calendario B, la mayoría alcanza niveles altos, mientras que la mayoría de estudiantes de calendario A están en los niveles más bajos.
Desde el Icfes, ¿qué se puede hacer para contribuir a cerrar esas brechas?
A.M.: Somos un instituto técnico que da cuenta de la calidad de la educación, pero no es el técnico que dice: “ahí está el reporte y mire a ver qué hace”. La pandemia nos dejó un aprendizaje: trabajar de manera conjunta.
Debemos sentarnos a pensar con el Ministerio de Educación, las secretarías de educación, los rectores y los docentes, qué tipo de información necesito recoger, cómo se la voy a devolver al sistema educativo y usted, docente, qué va a hacer o qué podría hacer con esa información. Hay que trabajar con todos los actores del sistema para que esos resultados tengan sentido. La evaluación, tradicionalmente, se ha visto como el ‘coco’, y yo no quiero que nos vean como el ‘coco’, sino como una oportunidad para mejorar un sistema educativo.
¿Se tiene pensado rediseñar las pruebas?
A.M.: Nosotros siempre estamos reformulando ítems, trabajando en nuevas preguntas... Es un proceso arduo. Me gustaría, en unos años, empezar a evaluar el pensamiento creativo, un constructo interesante que está asociado a esa idea del aprendizaje holístico y no solo al desempeño en áreas académicas. Es un proceso que tengo que anticipar dos o incluso cuatro años antes, porque crear una pregunta o un ítem requiere que el instituto trabaje en equipo con docentes, con expertos en el área.
¿Qué nos dicen hoy las pruebas Saber TyT y Saber Pro de quienes están en la educación superior?
A.M.: Sería irresponsable dar conclusiones generales, porque cada una de esas pruebas está atada a diferentes áreas del conocimiento y distintos programas de formación técnica, tecnológica y profesional. Además, cada una de ellas contiene partes específicas que miden las competencias de los estudiantes que decidieron seguir esa línea vocacional. De lo que sí puedo hablar es de los retos: empezar a utilizar esa información para retroalimentar a los programas académicos, sus currículos, pues uno espera que haya habilidades similares en quienes se forman en una misma disciplina, independientemente de la institución donde lo hagan.