Desde hace 18 años Marleny Córdoba se ha especializado en el trastorno bipolar. De hecho, el psiquiatra que trata a su hijo se refiere a ella con cariño como “colega”, pues después de tanto tiempo ya conoce a la perfección todos los factores relacionados con esta enfermedad. Pero no siempre fue así.

Cuando diagnosticaron a su hijo, primero con esquizofrenia paranoide y luego con trastorno bipolar, “fue algo devastador, muy, muy doloroso. Realmente es muy, muy difícil aceptar una condición mental, pero a medida que pasa el tiempo, que uno conoce la enfermedad y asiste a charlas, comienza a entender y a aceptar”.

Uno de los lugares en donde encontró información y apoyo fue en la Asociación Colombiana de Bipolares. “Llegué buscando que curaran a mi hijo, pero con el tiempo entendí que eso no iba a suceder. Afortunadamente encontré todo el apoyo, fue un consuelo saber que no solo yo estaba viviendo esto, que había muchas personas y familias que pasaban por lo mismo, encontré orientación, conocimiento”, recuerda.

El trastorno bipolar es una enfermedad en la que debido a un desequilibro químico del cerebro y otros factores, la persona tiene cambios de ánimo que pueden ir desde la depresión y el intento de suicidio o el suicidio, hasta la manía, que es salirse de la realidad. Algunas personas necesitan hospitalizaciones frecuentes, otras no, y por lo general el tratamiento incluye medicamentos, terapia y cambios en el estilo de vida como hacer ejercicio, dormir muy bien, evitar el estrés y no consumir drogas ni alcohol.

Según Myriam Jimeno, presidenta de la Asociación Colombiana de Bipolares, “los grupos de apoyo en psicoeducación son muy importantes, porque son el medio por el cual las personas se encuentran con otros que están pasando por situaciones similares y pueden expresar su angustia, preocupación, preguntas y aprender sobre esta condición y cómo se maneja. Los grupos cumplen una doble función: conexión social de soporte solidario y enseñar”.

Marleny también encontró en estos grupos la opción de conectar con un especialista que les hizo terapia de familia a ella y a su hijo, y dice que fue muy útil para ambos. También ha estado con dos psiquiatras y una psicóloga porque “a uno también le toca buscar ayuda. El manejo es difícil, pesado y lo más importante es tratar de entender a la persona enferma”.

Desde su diagnóstico, el hijo de Marleny ha tenido 25 hospitalizaciones, y durante los últimos tres años ha estado en una depresión de la cual no ha podido salir. “Pasan años y años y no es fácil, uno siempre piensa que esto va a desaparecer y no es así. Yo pasé por muchas cosas, pensé que era brujería, que mi hijo estaba en las drogas, que le habían hecho rezos. Ya hoy, después de 18 años, lo he aceptado y soy consciente de que es una enfermedad mental que tiene tratamiento, pero no cura, y que a pesar de los medicamentos y apoya al paciente, existe el riesgo y la posibilidad de las crisis”.

El papel de la familia

La primera gran dificultad para una familia es aceptar que su ser querido tiene una enfermedad mental, luego entender que es crónica, que necesita ayuda especializada y, por último, que es necesario aprender mucho para poder acompañarlo. Una vez se dan todos estos pasos, los familiares se convierten en un gran apoyo, como lo es Marleny para su hijo. Siempre han vivido juntos y como ella es pensionada desde hace 12 años, ahora tiene tiempo para estar con él, cuidarlo, acompañarlo a las terapias, hacer las vueltas para que le entreguen los medicamentos en la EPS.

La psiquiatra Victoria Pérez explica que el primer muro al que se enfrenta la familia ante la enfermedad mental de un ser querido es salir de la negación, que es la primera reacción que tienen los seres humanos cuando viven una situación de duelo, de pérdida, de malestar. Después las familias deben entender de qué se trata. “Es importante informarse de las mejores fuentes, que no serán TikTok ni Instagram, sino profesionales en el tema”, afirma.

Luego la familia debe trabajar unida, teniendo en cuenta que las enfermedades mentales y emocionales suelen afectar mucho las relaciones. Además, hay que buscar estar bien, cuidarse y ojalá conversen del problema y de cómo lo manejarán entre todos”.

Myriam Jimeno ha vivido todo este proceso. Cuando a su hija le diagnosticaron un trastorno bipolar a los 25 años no tenía idea de qué se trataba, así que llegó a la asociación y encontró información, después se quedó trabajando allí y ahora es su presidenta. “Cuando uno llega está desorientado, puede sentirse culpable, agobiado, cansado con la situación porque no se resuelve rápidamente. Muchas personas están desesperanzadas. Uno ve cómo esto cambia con el tiempo, lo vi conmigo misma, yo entendí qué pasaba, que no es algo que se trabaja un día y que basta con tomarse una pepita. Es algo que exige trabajar en el día a día y en el estilo de vida”, precisa Jimeno.

Por lo pronto, Marleny encontró la fortaleza para seguir adelante en el amor que tiene por su hijo y en su espiritualidad. “He sacado la fortaleza de pensar en mi hijo, sé que tengo que mantenerme firme para ayudarlo y que no se derrumbe, aunque hay momentos muy complicados. La otra fuente de fortaleza ha sido estar de la mano de Dios, esas son las dos cosas que me mantienen en pie”.