Entre estos dos países hay 10715 kilómetros de distancia. También hay, sin embargo, coincidencias sorprendentes que llevaron a que los habitantes de las principales ciudades salieran a las calles indignados por la manera en que se manejan la verdad y el poder. En Turquía se pararon en silencio y se tomaron un parque. En Brasil las protestas continúan y ha habido gritos, millones de personas y hasta violencia. Esto no quiere decir que una situación no se pueda comprar con la otra. En ambos casos todo comenzó con reclamos pequeños y localizados: En Turquía por un parque, en Brasil por las tarifas de los autobuses. Después, estas protestas crecieron y resonaron en el resto de la población que salió a quejarse por la corrupción, la calidad de vida y la indiferencia del estado frente a las necesidades de sus habitantes. Así mismo, en ninguno de los dos casos el gobierno supo a responder a las exigencias que le estaban haciendo. Mandaron a los agentes antidisturbios a las calles y empeoraron la situación. En tercer lugar, la ciudadanía se unió a través de redes sociales. Es decir, no hay líderes ni movimientos. Solo un malestar colectivo que estalló. Esto lleva a la cuarta coincidencia: si no hay líderes, ¿con quién se negocia?, ¿a quién se encarcela? La colectividad de estas protestas ha servido para blindar a los ciudadanos. Por último, si algo quedó claro es que una nación próspera no es igual a una nación estable y feliz. Turquía y Brasil son países exitosos económicamente. Tal vez es este mismo crecimiento el que llevó a la gente a las calles; cuando los países crecen muy rápido a veces los gobiernos no pueden satisfacer la demanda de servicios públicos. Tal vez hay algo más y los ciudadanos se cansaron de la manera en que son liderados. A través del autoritarismo de Erdogan en Turquía o de la impunidad de los corruptos en Brasil. Lo único cierto es que se siente venir un cambio y se siente el temor de los gobiernos que ya saben que hay ciudadanos dispuestos a dejar la comodidad de sus casas y responder.