Cuenta la leyenda que el emblemático Salto de Tequendama fue creado por un mesías de cabello blanco y largo que salvó a los muiscas de morir ahogados por la furia del cielo. Las torrenciales lluvias, provocadas por una mujer llamada Huitaca, tenían a toda la sabana bajo el agua. Los cultivos de maíz, principal producto los indígenas, fueron eliminados por el líquido preciado que cayó durante cuatro días. Le puede interesar: ¿Cuáles son los afluentes de la cuenca baja que alimentan el río Bogotá? El Zipa, líder del pueblo chibcha, no tuvo más remedio que acudir a un hombre viejo, alto y con larga barba plateada que vivía en una de las mesetas de la sabana. Su nombre era Bochica, un foráneo que conocía los secretos de la tierra. Lo más curioso es que el sabio anciano era el esposo de Huitaca, una mujer joven que no soportaba a los indígenas. Luego de recorrer varios sitios de la cuenca del entonces llamado río Funza, Bochica encontró que la inundación se debía a un gran montículo de piedras y árboles que no dejaba fluir el agua. El sabio, luego de orarle al cielo, puso su bastón dorado sobre las rocas, causando una explosión acuática que liberó a los muiscas de su agonía. Como castigo para la responsable de la tragedia, Bochica la convirtió en lechuza.
Bochica, el gran mesías de los muiscas, rompió una imponente roca que le dio vida al Salto de Tequendama. Foto: Jhon Barros. La ruptura de la inmensa mole de roca le dio vida al Salto de Tequendama, un imponente cañón bañado por los tonos verdosos característicos del bosque de niebla por donde cae el río Bogotá desde una altura de 157 metros. El majestuoso sitio luego enamoró a académicos como Alexander von Humboldt, José Celestino Mutis y Agustín Codazzi, quienes en sus diarios de viaje no hicieron más que echarle piropos. En 1923, al tradicional Salto de Tequendama le llegó un nuevo visitante. Una casona de cinco pisos con vistos de la arquitectura francesa construida por órdenes del presidente Pedro Nel Ospina. La infraestructura de 1.470 metros cuadrados, inaugurada en 1927 y que hacía parte de la estación del Ferrocarril del Sur, fue nombrada como El Refugio del Salto, un hotel que recibiría a las personas más adineradas de la alta sociedad colombiana.
En 1923 fue construido El Refugio del Salto, un hotel que hacía parte de la antigua estación del tren. Foto: Fundación GEP. Los miembros más pudientes de la aristocracia colombiana fueron los principales clientes del hotel. Todos los fines de semana llegaban mujeres encopetadas y vestidas con abrigos de pieles y trajes tejidos a mano, acompañadas de sus esposos de traje y sombrero negro para hospedarse en las nueve habitaciones y danzar el minué, un baile francés. Le puede interesar: Humedales de Soacha están a punto de desaparecer Desde los enormes ventanales blancos, los visitantes del hotel quedaban asombrados con la majestuosa caída del río Bogotá, en esa época libre de basuras, espumas, vertimientos y olores nauseabundos. Las fotografías de la época tenían como común denominador el robusto hilo de aguas perpetuas decorado por la vegetación nativa y la niebla.
Desde el interior de la casona se ve cómo cae el río Bogotá por el Salto de Tequendama. Foto: Javier Tobar. Llegó la decadencia En 1950, el hotel llegó a su fin para convertirse en restaurante. En lugar de hospedar a las personas más acaudaladas, ahora sólo se encargaría de ofrecer platos de comida tradicionales. Pero el incremento de la contaminación en Bogotá y Soacha, detonado por el desbordado crecimiento poblacional, ya empezaba a agonizar la vida del río sagrado de los muiscas, por lo cual sus visitantes fueron mermando. Le puede interesar: El SOS del Salto del Tequendama para afrontar la pandemia Cada vez eran menos los aristócratas que iban al restaurante a desayunar, almorzar o comer, ya que los olores fétidos les impedía probar bocado. Sumando a esto, el Salto de Tequendama se convirtió en un escenario para ahogar las penas de amor. Por la zona se corrió el rumor de que las almas de los suicidas corrían libres por el viento de San Antonio de Tequendama y Soacha. En los años 80 el restaurante fue clausurado. Muchos creían que la casona era el hogar de espantos y demonios, un mito falso que llevó a una muchedumbre iracunda a tratar de quemarla en 1986. Lo que fue un emporio de fiestas, bailes y brindis quedó a la deriva del tiempo. La vegetación empezó a cubrir la fachada rocosa y blanca, los pisos de ajedrez fueron perdiendo su brillo y los techos se cayeron a pedazos.
La sala de baile del antiguo hotel era el sitio donde la aristocracia danzaba melodías francesas. Foto: Fundación GEP. La salvadora En 1994, María Victoria Blanco, una bogotana recién graduada como veterinaria en la Universidad Nacional, decidió radicarse del todo en la vereda San Francisco, en Soacha, uno de los sectores que hace parte del Salto de Tequendama. Llegó con su esposo y sus dos hijos y compraron una casa rural en la vereda e iniciaron un proyecto de ganadería sostenible, un tema que a María Victoria le apasionó desde sus años como universitaria. Pero algo la distraía: el imponente castillo en ruinas.
María Victoria Blanco se ha encargado que la memoria del Salto de Tequendama permanezca viva. Foto: Fundación GEP. Luego de investigar sobre la historia del emblemático lugar, la decidida mujer tomó cartas en el asunto. Con el fin de empezar a tocar puertas para restaurar el antiguo hotel, primero creó la Fundación Granja Ecológica El Porvenir (GEP). Le puede interesar: Ganado no tiene cabida en los suelos de la cuenca del río Bogotá "Finalizando el siglo XIX, los esfuerzos del Estado se concentraron en la instalación de vías férreas que comunicaran todas las regiones y resaltaran el turismo nacional. Debido a la gran cantidad de turistas que frecuentaban el Salto de Tequendama, el presidente Ospina ordenó la construcción de la línea sur del ferrocarril hasta el Salto. La edificación fue concebida originalmente para servir como estación de tren con servicio de hotel y vista sobre la catarata", recuerda María Victoria. Según Blanco, en 1912 se conoció el primer borrador de lo que sería la Terminal del Sur, que se construyó entre 1923 y 1927. "La estación ferroviaria permaneció al servicio de los usuarios del tren hasta mediados del siglo XX. Poco tiempo después, la casa fue utilizada como restaurante. La imponente construcción cerró definitivamente las puertas al público hacia 1980 debido a la alta contaminación del río Bogotá".
Antes de la cuarentena, la Casa Museo era visitada por más de 400 turistas los fines de semana. Foto: Fundación GEP. En 2011, María Victoria logró comprar el predio, y dos años después, con una inversión de 300.000 euros por parte de la Unión Europea, inició su reconstrucción. "Hacia 2009, la Fundación GEP logró establecer contacto con los propietarios del antiguo hotel para proponerles la iniciativa de restaurar el inmueble. Luego de varios meses, se concretó la negociación". Pero la veterinaria no quería poner un restaurante o un hotel, sino concretar un sitio en donde los colombianos pudieran conocer la historia del lugar mientras apreciaban la caída del río por el cañón. Entonces decidió que su proyecto sería conformar la Casa Museo Tequendama. "La remodelación contó con el apoyo de la arquitecta restauradora Claudia Hernández, quien donó su conocimiento para realizar el levantamiento arquitectónico de la casa y la propuesta del proyecto de museo. A ese trabajo se sumó el ingeniero Luis Guillermo Aycardi, quien desde su gran experiencia en el tema estructural realizó los estudios necesarios para desarrollar el reforzamiento estructural del inmueble.
Los antiguos pisos de ajedrez fueron restaurados. Foto: Fundación GEP. Simultáneamente, Blanco y su esposo Carlos Cuervo realizaron una investigación profunda de la historia y trayectoria del sitio, lo que permitió encontrar datos claves para determinar la clase de materiales y elementos que hicieron parte de la construcción original del antiguo hotel. Le puede interesar: El pasado persiste: Historias de mastodontes, panches y caminos reales “Se reconstruyeron el antiguo lobby del hotel, la sala de música, la de banquetes, los balcones, la suite presidencial y las demás habitaciones. Se restauró el piso de ajedrez, su fachada blanca y todo el tejado. Cuando empezaron las obras sólo había 3.000 de las 14.000 tejas”, recuerda María Victoria. En 2013, con el respaldo de la Unión Europea, la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD) y la Embajada de Francia, se dio inicio a la restauración del antiguo hotel del Salto para convertirlo en la Casa Museo Tequendama, bajo un convenio de cooperación técnica.
Una docena de habitantes de la región trabaja como guías turíticos de la casa museo. Foto: Fundación GEP. "En 2016 el sueño se convirtió en realidad. El proyecto inició en modalidad de puertas abiertas, en la que el público podía visitar la obra y las exposiciones del Sistema de Patrimonios y Museos de la Universidad Nacional de Colombia", dice Blanco. Hoy en día, cerca de 400 turistas visitan la Casa Museo todos los fines de semana. En su interior hay fotografías de 1940 con los cachacos de camisa, chaleco y corbata posando de espaldas al río. La exhibición también cuenta con cajas fuertes de la época, una réplica de la Virgen Negra del Tuso y figuras con los rostros de muiscas y faunos.
Los visitantes pueden aprenciar la caída del río Bogotá desde 157 metros de altura. Foto: Fundación GEP. Cuando contempla la caída de las aguas contaminadas del Bogotá, a María Victoria la agobia la nostalgia. “Duele que el Salto de Tequendama solo sea recordado como un lugar de suicidios. Desde que lo conocí me enamoré de él, por eso me da rabia que hoy solo hablen de los olores y los mitos de espantos. En el pasado fue el principal centro cultural y turístico del país”. Le puede interesar: Un experto en biodiversidad que nunca pisó un salón de clases Esta veterinaria destaca que el Salto de Tequendama es el único sitio de la cuenca del río Bogotá que le inyecta algo de vida al cuerpo de agua, razón por la cual se molesta cuando cierran el caudal. “Esa caída lo revive. Pero cuando en el embalse del Muña cierran compuertas, no cae nada de agua. Menos mal la sentencia para descontaminar el río Bogotá ordenó que siempre debe haber caudal”.
Los diferentes lugares del antiguo hotel fueron restaurados respetando su construcción original. Foto: Fundación GEP. El trabajo de María Victoria también fue el principal combustible para que el Salto de Tequendama fuera declarado como patrimonio cultural y ambiental de Colombia. "Hace parte de nuestra historia, por lo cual estamos en la obligación de conservarlo. La Casa Museo estuvo más 30 años en completo abandono, pero hoy es visitada por turistas de todas las regiones del país, curiosos por conocer sobre el lugar y su recuperación".
El Salto de Tequendama es el único lugar turístico en la cuenca que tiene al río Bogotá como protagonista. Foto: Javier Tobar. La primera medida se dio a finales de julio de 2009, cuando el Salto de Tequendama fue declarado patrimonio cultural de la región por un decreto de la Gobernación de Cundinamarca. Luego, el 28 de marzo de 2014, cuando se expidió la sentencia del Consejo de Estado a favor el río Bogotá, fue declarado como bien patrimonial de Colombia. Le puede interesar: La herencia de Bogotá a los habitantes de la cuenca baja "El 18 de septiembre de 2018, el Ministerio de Cultura declaró Casa Museo Tequendama como bien de interés cultural nacional y el 20 de noviembre de 2019, el Ministerio de Ambiente, con el respaldo de los inventarios desarrollados en la fundación, declaró al Salto de Tequendama patrimonio natural de la nación", afirma Blanco.
Desde mediados de marzo, nadie puede visitar la Casa Museo debido a la cuarentena por el coronavirus. Foto: Javier Tobar. El Salto antes del hotel En el siglo XIX, antes de la construcción del hotel, el Salto fue uno de los mayores atractivos turísticos de los habitantes de Bogotá. En Biografía del Salto de Tequendama, publicación de 2010 escrita por María Victoria, cuenta que en la vieja Santafé y la Bogotá de antaño, las clases más populares hacían paseos previos a diciembre por la zona para recoger lama, musgos o quiches y así vestir sus pesebres. Pero los paseos más importantes eran los de la gente de las esferas sociales más altas, que al contar con dinero y buenas cabalgaduras iban al Salto a tomar meriendas campestres. La imponente catarata era el mayor atractivo de los visitantes.
El Salto de Tequendama fue un sitio sagrado para los muiscas. Foto: Jhon Barros. “José Celestino Mutis realizó la primera medida de la altura de la catarata y visitó los bosques aledaños para recolectar plantas: una de ellas la denominó espino del Tequendama. También estuvieron en la zona Francisco José de Caldas, Agustín Codazzi y Alejandro Humboldt. En 1827 fue visitado por el Duque de Montebello y en 1982 por Pedro Bonaparte, primo de Napoléon III”, cita la publicación. Le puede interesar: ESPECIAL: Personajes con el alma incrustada en el río Bogotá Respecto a la época muisca, la obra hace referencia a mitos como Bachué, madre de los hombres, Bochica, proyector y organizador, y Cuchaviva, quien con el arcoiris les recordaba la promesa del perdón del diluvio. "El Salto no sólo fue la salvación del pueblo muisca al permitir recuperar la sabana para cultivos y habitación, sino que se convirtió en un lugar de adoración fundamental”, dice Blanco.
Antes del hotel, el Salto de Tequendama era un lugar de recreo de la aristocracia de Soacha. Foto: Jhon Barros. Biodiversidad extrema Los alrededores del Salto de Tequendama están gobernados por bosques de selva andina, una vegetación dispersa entre los 2.400 y 3.500 metros sobre el nivel del mar. Son zonas con nubosidades y nieblas frecuentes donde abundan las plantas que acumulan agua, como los quiches y orquídeas. Hay registros de 120 especies de animales y 81 especies de árboles, plantas y flores, pertenecientes a 52 familias. Los árboles predominantes son los encenillos de hojas pequeñas y brillantes, cedrillos, gaques, yarumos, nogales, robles, quinas, manos de oso, sagregados, canelos, cucharos y siete cueros.
Además de su importancia cultural, el Salto de Tequendama es una de las joyas biodiversidad de la cuenca del río Bogotá. Foto: Javier Tobar. La Fundación GEP ha logrado restaurar 140.000 metros cuadrados del bosque de niebla del sector, donde se han sembrado más de 7.000 árboles nativos. "Hemos realizado varios inventarios de flora y con el apoyo de la Universidad Nacional", cita Blanco. En cuanto a la fauna, el Salto alberga faras o cuchas, oso perezoso, armadillo, murciélago frutero, zorro, ardilla, ratón silvestre, borugo, conejo de monte y soches. Las aves también hacen presencia. Cotinga, tucán, azulejo, soledad, garcita, gavilán, colibrí, tingua, lechuza, búho, golondrina, monjita, mirla, pava de monte y perdiz, aletean por el sector.
La fundación también se dedica a restaurar las zonas del bosque de niebla con la siembra de árboles nativos. Foto: Fundación GEP. Al ser considerado por expertos y ciudadanos como uno de los escenarios ambientales y paisajísticos más importantes del país, el Ministerio de Ambiente designó a la cascada del Salto de Tequendama como patrimonio natural de Colombia, medida que tiene como fin aportar a la conservación de la diversidad biológica, recreación, educación, mejoramiento de la calidad ambiental y la valoración social de la naturaleza. El área declarada está ubicada al interior del Distrito Regional de Manejo Integrado del Sector Salto de Tequendama - Cerro Manjui, 10.422 hectáreas que le aportan agua a 340.000 personas de San Antonio del Tequendama, Tena, La Mesa, El Colegio, Anapoima, Apulo, Tocaima, Agua de Dios, Ricaurte, Girardot, Zipacón, Anolaima, Cachipay y Viotá. * Este es un contenido periodístico de la Alianza Grupo Río Bogotá: un proyecto social y ambiental de la Fundación Coca-Cola, el Banco de Bogotá del Grupo Aval, el consorcio PTAR Salitre y la Fundación SEMANA para posicionar en la agenda nacional la importancia y potencial de la cuenca del río Bogotá y sensibilizar a los ciudadanos en torno a la recuperación y cuidado del río más importante de la sabana.