Siapana es un lugar de ensueño donde el azul del cielo se transforma en un negro profundo adornado por miles de estrellas. Para llegar hasta el mágico sitio se necesitan dos días de viaje en la vía Tapaja, una carretera destapada y la única que se utiliza en época de lluvia, que conecta a Riohacha con Uribia.Allí, en medio del desierto aparecen unas modernas construcciones hechas con material ecoamigable que les han cambiado la vida a los habitantes de esta zona de la alta Guajira. Son 205 nuevas casas para los wayúus, entregadas por el Fondo Adaptación y que cuentan con una estructura en acero, pisos y muros fabricados con madera plástica -material que aísla el calor- y tejas en PVC pintadas de blanco para disminuir entre 5 y 8 grados centígrados la temperatura.Aurora Fernández es una indígena wayúu de 67 años que vive con sus tres hijas y tres nietos, mientras que Lucinda Pascuala González, de 62 años, siempre está acompañada de sus seis hijos. La alegría que muestran en sus rostros lo dice todo. Entre esas caras que generalmente son serias y rígidas, brotan las sonrisas y la felicidad es evidente. Hace seis meses cambiaron las rancherías por estos nuevos hogares que además tienen paneles solares. Desde entonces su vida mejoró.“Vivimos felices. La vida sí nos ha cambiado. Ahora los niños pueden comer ‘bolis’ (refresco congelado) porque podemos conectar la nevera, tomar agua fría y hacer jugos. También podemos conectar los celulares para comunicarnos con los de afuera para lo que necesitemos”, asegura Lucinda Pascuala.Las casas del proyecto Sianapa son un claro ejemplo de construcciones adaptadas al cambio climático y de proyectos sostenibles que permiten mejorar ostensiblemente la calidad de vida de sus habitantes.“Cambiamos ranchos de 10 y 20 metros cuadrados por casas de 47 metros, con un área social para colgar sus chinchorros, cocina, dos habitaciones y una batería de baño aislada; diseñadas junto con ellos para respetar sus usos y costumbres”, comenta Iván Mustafá, gerente del Fondo Adaptación, mientras dialoga emocionado con los habitantes de la región.El orgullo con que se hace la entrega está justificado. Las viviendas son de alta durabilidad, resistentes a termitas e insectos, no se pudren, tienen una base palafítica para evitar posibles inundaciones y su estructura de acero les permite mantenerse en pie aunque los frecuentes vientos de la región azoten sin clemencia.Por eso, a sus 90 años Alirio Jusayu, autoridad tradicional de la comunidad teshimana y quien vive con cinco hijos y su esposa, no dudó en emprender el camino de dos horas para llegar al internado de Siapana donde se hizo el evento. Tomó esa decisión cuando supo que el gerente del Fondo Adaptación visitaría la región. Su único objetivo era saludarlo y agradecerle.Jusayu estaba emocionado. A pesar de su avanzada edad, este hombre vestido con sirra (ropa tradicional compuesta por una manta y un taparrabo) estaba acostumbrado a ver cómo los ranchos que construía se caían constantemente. Esta vez era diferente, la alegría tomó control de él al ver por primera vez una verdadera casa en la que podría vivir sin pensar que se vendría abajo de repente.