Sin embargo, en su tiempo, la comida enlatada era tan revolucionaria como cualquiera de los productos que lanzan los start-ups californianos. Y su historia revela cuán poco han cambiado los dilemas entorno a la innovación en los últimos 200 años.
Está el atractivo de tener una patente, claro está. Pero si realmente quieres promover el pensamiento novedoso, lo mejor es ofrecer un premio. Los automóviles que se conducen solos son un buen ejemplo. En 2004, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la Defensa de Estados Unidos (DARPA por sus siglas en inglés) ofreció 1 millón de dólares al primer vehículo que fuera capaz de conducirse por sí mismo en el desierto de Mojave. El resultado fue catastrófico: autos incendiados, otros se volcaron, algunos chocaron contra las vallas confundidos por plantas corredoras que crecen en el desierto. Nadie se llevó el premio.
Getty Image Sin embargo, un año después, un equipo de Stanford completó exitosamente la segunda vuelta del Gran Desafío, y se llevó 2 millones de dólares por su éxito. Menos de una década después, los carros autónomos son lo suficientemente confiables como para dejarlos circular en la vía pública. No obstante, Darpa no es la primera en ofrecer premios para fomentar la innovación. Guerras sin hambre En 1795, el gobierno de Francia ofreció un premio de 12.000 francos al que inventara un método para preservar la comida. Lo ganó Nicolas Apper, un comerciante parisino al que se le atribuye la invención del cubito de pollo, y -menos plausible- la receta del Pollo Kiev.
Getty Image A través de ensayos y errores, Apper descubrió que si se ponen alimentos cocinados en un frasco de cristal, se sumergen en agua hirviendo y luego se sellan con cera, la comida no se echaba a perder. ¿Por qué el gobierno francés quería preservar la comida? Por la misma razón que Darpa está interesada en vehículos que puedan conducirse solos a través de los desiertos: para ganar guerras. Napoleon Bonaparte era un ambicioso general cuando anunciaron el concurso. En aquel momento, Napoléon era el emperador de Francia, a punto de lanzar su fallida invasión a Rusia. Dicen que afirmó: "Un ejército marcha por su estómago". Su objetivo era diversificar las provisiones de carne salada y ahumada que llevaban los soldados.
El laboratorio de Appert fue un ejemplo temprano en la historia de un fenómeno que se volvió común: ejércitos en busca de soluciones promueven inventos que luego transforman la economía. Desde el GPS, el iPhone de Apple hasta Arpanet (el primer internet), Silicon Valley está construido sobre tecnologías auspiciadas por el Departamento de Defensa de Estados Unidos.
Getty Image Pero incluso cuando las ideas vienen del sector público, a veces necesitan una cultura empresarial para explorar su utilidad. Pasando el Canal de la Mancha Mientras tanto, otro francés, Philippe de Girard, comenzó a aplicar técnicas de conservación en latas, no en cristal. Pero cuando quiso comercializar su idea, decidió cruzar el Canal Inglés. ¿Por qué? Por la excesiva burocracia francesa, explica Normal Cowell, ex profesor de ciencias de alimentos en la Universidad inglesa de Reading.
El académico comenta que el sistema financiero británico de aquel momento priorizaba a las empresas, y había muchos capitalistas dispuestos a asumir riesgos. Girard contrató a un comerciante inglés para que patentara su idea, un subterfugio necesario porque Reino Unido estaba en guerra con Napoleón. Luego, el ingeniero y empresario Bryan Donkin compró la patente por la pequeña suma de £1.000. Un Girard moderno en busca de una empresa dispuesta a asumir riesgos seguramente hubiese ido a Silicon Valley. Por décadas, muchos han tratado de emular su habilidad para generar ideas y emprender negocios, o, si habláramos en términos modernos, para crear "ecosistemas innovadores". Los economistas afirman que facilitar las formas de montar un negocio y promover el vínculo con la academia son algunos de los ingredientes para construir un ecosistema de innovación. Pero nadie tiene la receta perfecta. Uno de los elementos que es muy debatido es cómo regularlos. Las flexibilidades burocráticas atrajeron a Girard a Inglaterra, pero la comida enlatada estaba a punto de demostrar por qué las regulaciones y las inspecciones son tan importantes.
Getty Image Un fiasco En 1845, luego de que la patente de Donkin expirara, la marina británica decidió ahorrar dinero y encontrar suministros más baratos. Después de muchas quejas de los marineros, los inspectores navales comenzaron a chequear los almacenes. En una ocasión, inspeccionaron 306 latas de las cuales solo 42 estaban en buen estado. El resto contenía sorpresas como riñones putrefactos, órganos enfermos y lenguas de perro.
Sue Shephard cuenta en su libro de historia sobre la preservación de la comida "Encurtido, conservado y enlatado", que el escándalo fue publicado en los periódicos en un momento inoportuno. La Gran Exhibición de 1851 había presentado a los londinenses delicias enlatadas que hasta el momento solo estaban disponibles en mercados de lujo.
Getty Image La oferta incluía sardinas, trufas, alcachofas y sopa de tortuga. No se suponía que riñones putrefactos fuesen parte de la narrativa. Ante la creciente calidad y los precios más bajos, parecía que la comida enlatada estaba destinada para las mayorías, pero tomó años recuperar la confianza sobre esta forma de conserva. Parecía que la comida enlatada era ideal para las grandes mayorías. La refrigeración no se había inventado todavía y almacenar comida de esta manera podía diversificar el menú y mejorar los niveles de nutrición.
Pero no siempre es fácil anticipar cómo las nuevas tecnologías van a evolucionar y si las regulaciones deben contribuir a su crecimiento, impulsarlas en una dirección específicas, o no coartarlas del todo. Por ejemplo, ¿la inteligencia artificial profundizará la desigualdad? ¿Deben los gobiernos intervenir? ¿Cómo? Estas preguntas suscitan mucho debate, e incluso algunos de Silicon Valley están preocupados por si sus inventos pueden llevarnos a escenarios apocalípticos. Estamos "patinando sobre un hielo cultural muy fino", opina un ex alto administrativo de Facebook en la revista New Yorker, y detalla sobre sus preparativos: compró terreno en una isla y está almacenando armamento. Otros han comprado un búnker bajo la tierra y tienen un avión listo para huir en caso de que haya una explosión social. Estiman que al menos la mitad de los multimillonarios de Silicon Valley ya están preparados para un escenario de caos.
El progreso puede ser frágil, como lo vivió Nicolas Appert en carne propia. Invirtió su premio de 12.000 francos en expandir su producción de enlatados, y todo terminó destruido tras la invasión de Prusia y Austria que ocasionó la derrota de Napoleón. El mundo parece mucho más estable ahora, y quizás los empresarios "super preparados" están preocupándose demasiado, pero si sus peores temores se vuelven realidad, uno de los recursos que podría volver a ser más necesario sería precisamente... la comida enlatada. BBC.