La invasión de pantomima de hace dos semanas, denominada “Operación Gedeón”, le dio un golpe duro a la credibilidad del presidente interino Juan Guaidó. Aunque sus asesores renunciaron, y han intentado escudarlo del escándalo diciendo que todo fue a sus espaldas, no va a ser fácil pasar de agache.
Más allá de si Guaidó firmó o no el famoso contrato, el solo hecho de que haya autorizado a sus asesores cotizar mercenarios para dar un golpe de Estado demuestra una preocupante falta de criterio. Todavía hay muchos interrogantes sobre la verdad de lo sucedido, pero la realidad es que abrió las puertas a recriminaciones en la oposición.
El G4 la coalición de Juan Guaidó
Guaidó lidera una coalición variopinta de partidos. El espectro va, de la izquierda a la derecha, desde Acción Democrática (AD), Un Nuevo Tiempo (UNT), Primero Justicia (PJ), a Voluntad Popular (VP). A la derecha de estos cuatro partidos, que componen el denominado “G4”, está el movimiento de María Corina Machado. Y a su izquierda, la oposición, o seudooposición –según a quien se le pregunte–, de Henri Falcón.
De los cuatro que componen el G4, el más antiguo es Acción Democrática, uno de los históricos junto con el desaparecido Copei. En términos colombianos, es el equivalente de la vieja maquinaria del Partido Liberal. Su dirigente, Henry Ramos Allup, por ejemplo, tiene la edad de Horacio Serpa. Un Nuevo Tiempo, quizás el más pequeño del G4, tiene sus raíces regionales en el estado Zulia y tiene como líder a Manuel Rosales, candidato presidencial en 2006.
Los dos partidos más grandes son Primero Justicia y Voluntad Popular. A primera vista, son similares. Ideológicamente se definen como socialdemócratas y sus líderes, Henrique Capriles y Leopoldo López, son de la misma edad, provienen de la élite caraqueña y ambos están emparentados con Simón Bolívar. Pero hasta ahí llega el parecido. VP es un partido vertical bajo la dirección de Leopoldo López.
PJ tiene una dirección más colegiada, cuyas cabezas más visibles son Capriles y Julio Borges, el canciller del gobierno interino. En cuanto a diferencias de estrategia, VP es más radical y en el pasado ha criticado las negociaciones con el régimen. PJ está más abierto a una transición negociada y entiende la necesidad de tragar sapos para hacerlo.
A la derecha de ellos está María Corina Machado, quien pide abiertamente una intervención armada para liberar a Venezuela. Machado no tiene una bancada grande, pero una gran interlocución en el escenario internacional. En Colombia, por ejemplo, es cercana a los expresidentes Pastrana y Uribe.
A la izquierda está el exmilitar y exchavista Henri Falcón. Pero el solo hecho de considerarlo opositor despierta controversias. Muchos lo consideran un títere del régimen, ya que se lanzó contra Maduro en las presidenciales de 2018 que el resto de la oposición boicoteó por falta de garantías. Esta tesis no es absurda: no sería la primera vez que un régimen autoritario inventa una oposición de bolsillo para legitimarse.
En las elecciones parlamentarias de 2015 todos estos partidos lograron coordinarse con la Mesa de Unidad Democrática, MUD, y ganaron una mayoría abrumadora en la Asamblea Nacional que hoy preside Guaidó.
¿Por qué Juan Guaidó como presidente de Venezuela?
Todo esto para recordar que Guaidó llegó a la presidencia interina por dos razones: por un lado, a su partido le correspondía presidir la Asamblea en 2019 gracias a los acuerdos celebrados al comienzo de la legislatura. Por otro, los demás líderes de primera fila de su partido, Voluntad Popular, como Leopoldo López, Carlos Vecchio o Freddy Guevara estaban refugiados en embajadas o en el exilio.
Guaidó resultó una decisión acertada. Es un líder joven, valiente y con una gran facilidad de comunicación. Pero después de un arranque prometedor, en el que logró el reconocimiento de la comunidad internacional, cometió una racha de errores. El concierto en la frontera fue un fracaso. El golpe del 30 de abril no obtuvo el apoyo de las Fuerzas Armadas. Y el escándalo de la plata destinada a atender a militares venezolanos en Cúcuta demostró su falta de experiencia administrativa. La invasión de hace tres semanas solo fue la cereza en el pastel.
Las críticas no demoraron en llegar. Primero Justicia publicó un comunicado el 8 de mayo, en que pidió destituir a Rendón y demás responsables, advirtió sobre una “casta burocrática” en el gobierno interino y pidió una investigación de la Asamblea. Este pronunciamiento cayó como un baldado de agua fría en el entorno de Guaidó, compuesto principalmente por López y sus copartidarios de Voluntad Popular.
Pero si no es Guaidó, ¿quién? Capriles y López, dirigentes de alcance nacional, están inhabilitados. Muchos de los otros jefes de la oposición están en el exilio. Por lo pronto, los partidos seguirán unidos en torno a él por lo que queda de su periodo legislativo. Su popularidad, aunque menguada, sigue siendo la mayor en la oposición. Sumado a esto, ningún partido quiere ser el responsable de fracturar la alianza.
En todo caso, el intento de golpe le cae a Maduro como anillo al dedo y encaja en su narrativa de enfrentar una oposición golpista. Hoy, Guaidó corre el riesgo de terminar en la cárcel. Cilia Flores, esposa de Nicolás Maduro, aseguró que “no se salva de esta”. Es probable que el régimen no lo encarcele para no torear a la comunidad internacional, pero otros miembros de la oposición no tienen el mismo blindaje.
El reconocimiento internacional es determinante, y también juega a favor de Guaidó. Aunque el presidente interino ha ido perdiendo aliados poderosos –John Bolton se fue de la Casa Blanca, Mauricio Macri de la Presidencia argentina, Carlos H. Trujillo de la Cancillería colombiana– todavía tiene el reconocimiento de más de 50 países. Este sigue siendo su mayor logro, y la oposición no va a arriesgarlo por cambiar de líder. Armando Armas, diputado de Voluntad Popular y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la AN, le explicó a SEMANA: “La comunidad internacional está firme en el apoyo a la propuesta del presidente Guaidó de conformar un gobierno de Emergencia Nacional”.
En los próximos meses vienen las elecciones parlamentarias. La Asamblea fue elegida por el periodo 2015-2020 y las elecciones están programadas para diciembre. En principio, la presidencia de Guaidó se acaba una vez termine esta legislatura. Maduro ha jugado con la idea de aplazarlas por el coronavirus, pero igualmente podría adelantarlas si ve que le conviene.
Al régimen le ha funcionado la cuña de la participación en las elecciones una y otra vez para dividir a los opositores. La legitimidad de Guaidó depende de su triunfo democrático en 2015. Pero en las condiciones políticas actuales, con un centenar de políticos encarcelados o inhabilitados, es probable que partidos como VP no participen.
Primero Justicia podría estar dispuesto a participar si se cumplen unos mínimos electorales: un Consejo Nacional Electoral imparcial, una convocatoria a elecciones presidenciales y un mecanismo para que millones de migrantes puedan votar desde el exterior. Pero estas garantías electorales dependen de una negociación con el régimen.
Si no hay elecciones, por falta de voluntad del régimen, o por que los opositores decreten la abstención, la Asamblea quedaría en un limbo jurídico a partir de enero. Tendría que buscar una manera de extender la vigencia de la legislatura y de su presidencia, pero entraría en territorio constitucional desconocido.
El mayor riesgo para la oposición en este momento es que se divida entre unos partidos que participen en las elecciones parlamentarias y otros que no lo hagan. Una nueva Asamblea que se posesione en 2021 elegiría a un nuevo presidente, y hasta ahí llegaría Guaidó.
No es una decisión fácil y tanto quienes promueven participar como los que proponen abstenerse tienen razón. Negociar garantías con un régimen que una y otra vez ha engañado a la oposición es seguirle el juego. Pero también es cierto que la legitimidad de Guaidó viene de las urnas, y si no participan en elecciones corren el riesgo de caer en la irrelevancia. El tiempo corre y deben decidirse en los próximos meses. Al final del día, Maduro tiene el sartén por el mango y de él dependen las posibles elecciones y el futuro de Guaidó.