Antes de que Kendon se decidiera a tomar la sartén por el mango y a dedicarse de lleno al mundo culinario, cocinó a fuego lento y dejó en su punto a muchos de sus amigos. Por su cosecha pasamos la mayoría de reporteras del extinto noticiero QAP que tuvimos la suerte de probar primero su mente brillante, su inmenso conocimiento y, por supuesto, su bondad y su infinita disponibilidad. Cuando las ‘Marías’ disparaban temas en los consejos de redacción de QAP, todas tomábamos nota atenta de sus solicitudes y una vez terminado el ejercicio, procedíamos confiadas a llamar a nuestra fuente inagotable de información: Kendon Mcdonald. No importaba si el tema era político, internacional, económico o social, él nos daba luces y nos ponía en contexto con maravillosa sabiduría. Y es que Kendon sabía de todo un poco. Ya desde entonces nos daba cátedra en historia, política y geografía nacional e internacional. Para nosotras llegó a ser una biblioteca andante a la que sólo había que solicitarle un tomo para que desplegara su conocimiento. Llegamos al descaro de hacer una sola llamada e íbamos pasando al teléfono por turnos para consultarle sobre distintos temas. En esa época, hace más de 15 años, Kendon era el director del Instituto de inglés Elci, donde también fue para algunos nuestro maestro de inglés. Sus clases de conversación, a donde llegaba muy temprano con una taza gigante de café colombiano, eran en realidad clases de cultura general. Analizábamos los últimos artículos que publicaban las principales revistas y los diarios internacionales, y sus alumnos salíamos plenos tras dos horas de excelente inglés y dateados de la coyuntura noticiosa mundial. Desde entonces, sus amigos éramos también los afortunados conejillos de indias para probar sus exquisitas recetas. En la calidez de su apartamento, nos recibía con una infaltable botella de vino y compartíamos deliciosas tertulias donde disfrutábamos de su atención, su risa y su humor característico. Allí probamos pato, cordero, pasta hecha en casa por el anfitrión, por supuesto, y el más delicioso pie de manzana. Al final, salíamos todos satisfechos y felices. Seguramente no disfrutaba igual estas veladas su empleada, pues su cocina, después de preparar alguna receta, parecía un escenario donde hubiera caído una bomba. Ese era tal vez su mayor defecto en la cocina. Kendon, tenía la particularidad de hacer sentir bien siempre a sus amigos y conocidos. Al menos para él, sus amigas éramos las más inteligentes, capaces y valiosas. Siempre nos animaba, elogiaba y alentaba en cualquier proyecto. Por eso quienes conocíamos sus talentos y su inmensa riqueza intelectual lo sentíamos desperdiciado. Sabíamos que era como una olla a presión a punto de estallar. Y para fortuna de todos los colombianos, estalló y logró en los últimos años adobar con sus múltiples columnas, comentarios, talleres, festivales y participaciones gastronómicas a cientos de personas a las que llegó. También sus amigas, aunque ya no lo saboreábamos tan seguido como antes, lo regañábamos por sus excesos con la comida y el trago y nos preocupaba el acelerado estilo de vida que escogió en los últimos años, como si supiera que no tenía demasiado tiempo. Ahora cuando ya no está, sentimos una gran tristeza por su ausencia, pero a la vez, un gran orgullo de haber probado el dulce sabor de Kendon. Brindo por ese lindo colombiano que adoptamos todos. Por supuesto, con uno de sus cocteles favoritos: el margarita, que un reconocido restaurante de Bogotá bautizó en su honor el ‘jacuzzi de Kendon’. ¡Se lo recomiendo!