Hace unas semanas muchos se sorprendieron con un mensaje del director Kepa Amuchastegui en la red social LinkedIn en la que buscaba trabajo. “Si lo que he hecho durante los últimos 50 años no llama la atención, sé inglés, francés, italiano y puedo hacer traducciones”. El mensaje generó una reacción increíble. Confiesa que su intención no era ofender a nadie ni denigrar de Caracol o RCN.  Lo hizo porque cada vez que termina un proyecto busca trabajo. Antes lo hacía a través de su mánager, pero esta vez decidió intentar suerte por este medio. Y tuvo éxito. “Me salieron algunas cositas”, dice este actor, director y libretista de origen vasco, y su twitter pasó de 30 seguidores a 3.000. Pero aún siente miedo por su futuro. “Los de este medio funcionamos por proyecto y cuando éste se termina uno queda vacante, y como cualquier persona freelance, uno sale a buscar trabajo”.  Pero esta vez no ve en el panorama algún proyecto en el que participe una persona de su edad, 78 años. “Eso me da miedo. A mi edad no le tengo temor a la muerte ni espero recompensas del cielo ni castigos. Pero si me asusta la incertidumbre del trabajo remunerado”. Dice que no se queja de todos los que ha tenido, pero lo cierto es que todo el dinero que ha ganado se lo ha gastado. “Tengo una casa, un par de carros, una serie de bienes pero no una garantía de que de aquí a tres meses voy a tener para comprar el mercado”. Eso le genera a su vez otros miedos: “¿Será que sigo vigente?, ¿será que va a salir algo?”.

Hace poco terminó Reina de Indias y dejó de percibir un sueldo. “En este momento estoy en un bache de ver si aguanto y hasta cuándo”. Resulta paradójico que un profesional del calibre de Amuchastegui tenga estas dudas. Su carrera incluye personajes que en su época fueron portada de las más importantes revistas del país y su nombre siempre ha sido garantía de éxito.   Su gran trayectoria  Kepa empezó muy temprano en el teatro. Fue mientras estudiaba arquitectura, una carrera de la que nunca se graduó (solo le faltó la tesis) porque la actuación lo conquistó desde los primeros semestres. Fue al ingresar a un grupo de teatro de la Universidad de los Andes con el papel de un viejo de la edad que hoy tiene, en el que debía hacer un monólogo de una hora y diez minutos. Su talento era evidente y desde ahí empezó una racha de éxitos que le granjearon giras en festivales en Europa y Nueva York. En la gran manzana tuvo la oportunidad de presentar una obra of Broadway con su grupo. Pero su fama vino en 1964 con una obra de Fernando Arrabal que era una reconstrucción de la pasión de Cristo en un cementerio de automóviles, entre prostitutas  y músicos que habían encontrado allí un sitio para vivir. Había también un desnudo, pero eso fue insignificante frente a lo otro, que se recibió mal en la sociedad mojigata de su época. “Una señora que no había visto la obra envió una carta al alcalde y luego al obispo quien alertó a la policía. Esta a su vez llegó al teatro con una orden de cerrarlo. La razón que daban es que una señora extranjera, Kepa de Amuchastegui había montado una obra blasfema y eso no se podía dar en Bogotá”. Sellaron el teatro y lo metieron a la cárcel, hecho que generó grandes protestas de sus amigos y colegas para que lo liberaran.  Lo bueno del incidente es que cuando salió de la cárcel ya todos sabían quién era Kepa Amuchastegui. Luego ganó el premio a mejor actor en un festival de teatro en Bogotá que consistía en una beca en Francia para estudiar teatro durante año y medio. “Cuando les dije a mis papás que salía a hacer teatro y dejaba la arquitectura por un tiempo no pusieron problema. El anuncio venía antecedido por un bagaje con el grupo de teatro. Ellos tenían que ver que yo actuaba bien y me gustaba, pero no me lo dijeron de frente como tampoco se opusieron”.  Dice que llegó a París endiosado, presumido, petulante y engreído. Esa primera noche en la ciudad Luz tuvo un accidente en el cual se quemó el brazo, las costillas, la cara y debió permanecer durante dos meses en un hospital en el pabellón de quemados. “Mi único contacto era un radio de transistor que me servía para escuchar noticias. Al final salí humilde físicamente, porque estaba muy maltratado; pero también humilde mentalmente porque me di cuenta de que yo no sabía nada y tenía que aprender desde cero, que era malo comparado con los directores y actores que encontré allá. De no haber tenido ese accidente esa primera noche no sería lo que soy yo ahora”.  Él podría haberse quedado allá para trabajar, pero dice que su cobardía lo impidió. El acto de cobardía consistió en devolverse a Colombia para escapar de tres mujeres que lo asediaban: una era una santa católica, púdica y recatada. La otra era una holandesa, Henriette, con la que convivía por razones económicas pero aclara que “un hombre y una mujer viviendo juntos en un apartamento pues…pasan cosas”. Ella lo llevó a La Haya a conocer a su familia y cuando vio a su hermana Bellien fue amor a primera vista. “De ella y mío. Ella me llamó después para ir al zoológico y a un viaje de LSD. Yo le dije que sí al zoológico pero no al viaje, porque nunca metí ni meto droga. Y eso la impactó porque creía que por ser teatrero me gustaban. El paseo fue lindo sin necesidad de estar alucinados”.

Al regresar a París siguió su vida con Henriette, pero una noche después de ir a cine con ella encontró a Bellien en la puerta de su casa. Estaba allá para saber qué pasaba entre los dos. “Conviví  con ambas un tiempo hasta que vi que la cosa se estaba complicando demasiado y me regresé. Pero seguimos en contacto con Bellien”. A los ocho meses Bellien vino a visitarlo a Colombia y ya lleva aquí 52 años. “Nos ha durado el matrimonio”. Tienen dos hijos: Iona y Unai.   Pensaba que nunca iría a la televisión, un medio que despreciaba y no merecía los esfuerzos de un actor y director como él. “Prefiero prostituirme haciendo publicidad, pero no traicionando mi arte”, decía en aquella época. Todo cambió en 1983 cuando David Stivel y Julio Jiménez le propusieron trabajar en este medio. Fue tanta la insistencia que él preguntó: Bueno, ¿y ustedes cuánto pagan por eso? Cuando Kepa vio la cifra dijo: ¿dónde firmo? “Me abrí de piernas ahí mismo porque lo que me ganaba en un mes haciendo funciones en el teatro Nacional me lo pagaban por un capítulo. Eran 21 capítulos por un mes. Cedi y caí pero con la intención de hacer lo mejor posible en cada producto que yo haciera o dirigiera. Y creo que me mantuve fiel al objetivo”.   Con Amparo Grisales se conoció trabajando en Los pecados de Inés de Hinojosa. “Yo era Pedro Bravo de Rivera y fui a maquillaje. Cuando estuve listo le pregunté al director, Jorge Ali Triana, cómo le parecía y me contestó que me veía muy bien. Entonces fui a vestuario y pregunté por la ropa para la escena, pero el encargado no decía nada. Despues de mucho insistir él dijo: ‘usted no tiene vestuaro. En la primera escena usted va desnudo en la cama’. En efecto era un plano Amparo  sobre mi. Fue terrible el susto, aunque tanto Amparo como yo somos profesionales, pero fue una situación difícil porque la escena se demoró mucho. A Jorge Alí se le había olvidado que estábamos en una casa del centro de Bogotá y había mucho ruido. Mientras fueron a cerrar las calles para solucionar el problema Amparo y yo pasamos un buen tiempo en la cama desnudos con una sábana blanca, charlando”.  Amuchastegui es ateo, o al menos agnóstico, pero eso no fue impedimento para hacer el papel de papa Francisco en una película de la National Geographic sobre sobre el pontífice. Me metí en el personaje, y más que parecerme a él físicamente, traté de imitar su bondad y sencillez a la que llegó después de pasar por una època de petulancia”. Su último trabajo fue en Reina de Indias una producción que saldrá al aire el año entrante. Dice que todavía le quedan muchas cosas por hacer. Hacer videos caseros sobre la actuación, el teatro y la televisión es uno de esos sueños por lo que planea grabarlos y emitirlos por YouTube. “Están dirigido a todo el mundo pero tambien trato de darle guias, no desde la teoría sino desde mi vivencia, a los que quieren seguir este camino”. Dudar es una de las cosas que más ha aprendido en la vida. “Empezar por dudar de mi mismo. ¿Si lo estoy haciendo bien? Hoy todavía me odio cuando me veo en una pantalla. No me gusto, porque tengo muy sembrada la duda y es parte de mi educación francesa”.  Curiosamente, hace poco Nicolás Montero, director del teatro Nacional, le ofreció dirigir una obra llamada Duda que él aceptó inmediatamente. Será un trabajo para el año entrante. “Ojalá la gente se entusiasme a ir al teatro no solo a ver la comedia barata y facilista sino este tipo de obras en las que se sienten emociones de verdad”.