La declaración unilateral de independencia de Kosovo ha pasado relativamente inadvertida en los medios occidentales. Y ello no deja de ser sorprendente, pues rompe con los principios básicos que hicieron de Europa un continente estable a partir de la Segunda Guerra Mundial. La separación de esa provincia de Serbia se convierte en un precedente capaz de afectar la integridad de los Estados no sólo en el Viejo Continente, sino alrededor del mundo. La frase puede sonar extremista, pero este episodio podría ser el primero en el camino hacia un reacomodamiento global de la clase que sólo se produce con guerras de por medio. No se trata de suscribir la teoría según la cual el gobierno de Estados Unidos orquestó los bombardeos de la Otan que obligaron a las fuerzas serbias a retirarse de Kosovo en 1999, cuando se completaba la desintegración de Yugoslavia. Según esa tesis, Washington habría puesto todo su peso militar a favor de la población albano-kosovar con el objetivo último de provocar la independencia de la provincia, y así crear las condiciones para que los separatismos que afectan a la Federación Rusa (notablemente el de Chechenia) se encargaran de desintegrarla y reducir al poder de Moscú a su mínima expresión. Como esa teoría resulta demasiado sofisticada para los estrategas de Washington, hay que llegar a una conclusión aún más preocupante: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, los países que alegremente han patrocinado el reconocimiento internacional de Kosovo como país independiente, están actuando sin medir las consecuencias. Y estas podrían ser muy graves. Al fin y al cabo hay enormes coincidencias entre la situación actual y la que llevó al estallido de la Primera Guerra Mundial, una conflagración que dejó la simiente de la Segunda, y que efectivamente dio al traste con el orden político imperante hasta el siglo XIX. Todo lo cual, por supuesto, costó muchos millones de vidas alrededor del globo. Esos países mencionados, que se adelantaron a reconocer a Kosovo, han dicho en todos los tonos que su intención no es volver normal que una provincia pueda declarar unilateralmente la independencia con el apoyo de potencias extranjeras. Dicen que la situación de Kosovo era especial, pues había de por medio una fuerte represión de las fuerzas serbias sobre la mayoritaria población de origen albanés, y que por lo tanto no era conveniente que Serbia volviera a controlar a la región, que desde 1999 estuvo bajo protectorado de la ONU. Pero esa actitud rompe con los principios que rigieron a partir de los tratados que organizaron el mundo de la posguerra desde 1945, y pasa por encima de las normas de la ONU. Es cierto que en los años posteriores se han producido secesiones, como la de Chequia y Eslovaquia, o la de las repúblicas de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, en esos casos se llegó a la separación de común acuerdo y sin que intervinieran terceros países. De ahí que, roto el ordenamiento internacional mediante el reconocimiento de la independencia unilateral de Kosovo, se abren decenas, si no centenares de posibilidades de conflicto alrededor del mundo. No es una sorpresa que España tenga los pelos de punta por el país Vasco y Cataluña; Chipre, con el apoyo de Grecia, sufra por su porción nororiental, dominada de hecho por los turcos; China piense con detenimiento su situación no sólo por Taiwán, sino por la provincia occidental y musulmana del Xinkiang; Dinamarca por su enorme dominio territorial en Groenlandia; Azerbaiyán por la ya sangrienta Nagorno-Karabakh y Sri Lanka por el separatismo tamil. Para no mencionar que en África se podrían identificar más de 50 zonas de conflicto y en América Latina el de Bolivia, cuyos departamentos orientales serían felices de separarse de La Paz. Por ese camino, Ecuador también tendría problemas, y podría despertar la nación Aymara, que duerme atravesando varios Estados suramericanos. Y la lista es muy larga. En la propia Kosovo, la ciudad de Mitrovica está poblada en su parte norte por serbios, que se podrían resistir por la fuerza a aceptar la independencia. Capítulo aparte merece Rusia, cuyos vínculos históricos y afectivos con Serbia son muy antiguos. Moscú, por supuesto, tiene sus propios problemas secesionistas, que van más allá de Chechenia, pero además se opone con todas sus fuerzas a la separación de Kosovo por un tema de respeto internacional. La Federación Rusa tiene claro que sólo puede sobrevivir y regresar de pleno derecho a su estatus de superpotencia mundial si ejerce su hegemonía sobre la zona de la antigua Unión Soviética. Y en la situación de la provincia serbia, la actitud de los occidentales de ignorar olímpicamente las objeciones rusas es una bofetada a la credibilidad internacional de su zar de facto Vladimir Putin. Así que Putin seguramente no dejará pasar la independencia de Kosovo sin actuar. Probablemente no se trate de una acción militar, al menos al corto plazo. Pero su reacción podría dejarse sentir en otros campos, como por ejemplo en el apoyo a antagonistas de Estados Unidos, como Irán. No sería extraño que este momento, tan inadvertido, sea por lo menos el comienzo de una nueva versión, tal vez menos predecible y más siniestra, de la guerra fría. *Editor de Mundo y Jefe de Redacción, revista SEMANA