En turbo, un pueblito del Urabá antioqueño, hace un calor del averno y la gente se vuelca a las calles para buscar un poco de tranquilidad. Toman jugos, cervezas y pasan las tardes escuchando vallenatos y reguetón. Esa costumbre que no afectaba a nadie pasó al olvido desde que el Gobierno decretó el aislamiento en el país. Y encontró mayor eco cuando se conoció que el coronavirus también había llegado hasta el golfo, donde hay más de 70 casos positivos.

Pero la paciencia de los ciudadanos parece haber llegado a su límite y las ganas de tragos y fiesta está superando al miedo. El fin de semana pasado los habitantes de Turbo advirtieron que en una cabaña cerca al mar había tremenda fiesta vallenata y que escuchaban las voces de cantantes conocidos: Nelson Velásquez y Álex Manga, quienes tuvieron épocas de gloria con Los Inquietos y Los Gigantes. La Policía del municipio recibió varias llamadas de denuncia; sin embargo, no se animaban a actuar porque, al parecer, en la cabaña había políticos importantes de la región. Finalmente, dada la presión, tuvieron que intervenir. Algunos habitantes del municipio aseguraron que los cantantes huyeron a lomo de burro.

Poco se sabe de la fiesta, y hasta Manga publicó un video para pedir rectificación a los medios locales asegurando que él estaba en Barranquilla. Entonces una versión más inverosímil corrió por los pueblos del Urabá: que los cantantes no eran los originales, sino las copias, sus imitadores de Yo me llamo, el famoso reality de Caracol Televisión. Pero el alcalde del municipio, Andrés Felipe Maturana, se sostiene en que los cantantes sí estuvieron en Turbo y llevó el caso a la Justicia. “El fin de semana pasado teníamos un toque de queda y ley seca. Los artistas llegaron pasando todos los controles con documentos falsos, argumentando que venían a unos temas de agricultura y ganadería”, dijo. Agregó que su verdadero propósito era hacer un concierto clandestino.

En Urabá causó escándalo una fiesta clandestina en la que habrían participado dos famosos cantantes vallenatos.

Este quizá sea un caso pintoresco, digno de un pueblo caribeño, pero comprueba que la indisciplina social es uno de los principales problemas que afronta el país para no dejar caer en un pozo oscuro la economía mientras se acercan los picos de contagios. Pero los ciudadanos tampoco quieren vivir enajenados, sin contacto social.

Basta con hacer un recorrido por el país para dar cuenta del desespero. En Cali, la capital mundial de la salsa, sigue encendido el espíritu fiestero pese a que tiene más de 2.300 contagios, que la convierten en la segunda ciudad de Colombia con mayor número. La administración ha hecho todo lo legalmente posible para evitar reuniones masivas en casas y calles. Han aplicado toque de queda, ley seca y crearon un grupo ‘cazafiestas’. Todo eso sumado al decreto presidencial que ordenó una cuarentena nacional, pero nada funcionó.

La Policía reporta entre 1.000 y 1.400 llamadas a la línea 123 cada fin de semana por rumbas de hasta 60 personas. Intervienen muchas, pero el pie de fuerza se queda corto ante tanta algarabía. El fin de semana del Día de la Madre hubo 7.000 reportes de rumbas y más de 500 riñas. El alcalde Jorge Iván Ospina salió un par de veces a condenar estos hechos. Visiblemente molesto dijo que él mismo guiaría los operativos contra infractores. Así lo hizo por una semana. Desmanteló una fiesta swinger en el norte de la ciudad y exhibió a 20 hombres que participaban de ella. Dos de los organizadores terminaron en la cárcel.

Pero su rechazo a la vida nocturna cambió considerablemente la semana pasada, en lo que pareció una idea sacada de la impotencia. En efecto, a Ospina le dio por proponer reabrir discotecas para evitar rumbas en espacios cerrados. “La idea es delimitar calles aledañas a estos centros para los asistentes”, señaló. Es decir, el alcalde abre la puerta a rumbas en espacio público, algo muy parecido a una verbena. Argumenta el tema del espacio. Cree que con más metros habrá menos contacto físico entre bailadores, pero ignora las leyes de la proximidad en la salsa y el reguetón. Semejante idea ya tiene contradictores como el concejal Roberto Ortiz, segunda votación más alta a la alcaldía: “Es una contribución para estimular el desorden social y el consumo desmesurado de alcohol”, dijo.

No solo en Cali corren ese tipo de ideas. En Bello –municipio del área metropolitana de Medellín– levantarán la medida de pico y cédula y ya proponen empezar a reabrir discotecas y bares. Pero es difícil saber cómo evitarán el contacto justo cuando el país y el continente esperan un pico de contagios para las próximas semanas.

Todo esto demuestra la gran impotencia de las autoridades civiles a la hora de contener a la gente. Por ejemplo, el alcalde cartagenero William Dau fue uno de los primeros en tomar medidas radicales de aislamiento en el país. Pero la indisciplina social en la Heroica

ha copado titulares durante toda la cuarentena. Los reiterados llamados del mandatario a que la gente “no salga a pendejear” no parecen ser suficientes. Solo en el puente festivo del 25 de mayo la Policía Metropolitana reportó haber intervenido 720 riñas y 600 celebraciones clandestinas, varias de ellas con consumo de licor y baile en mitad de la calle. En balance, expidió 1.057 comparendos en los tres días por diferentes incumplimientos del aislamiento.

Para tratar de disminuir la tasa de contagios, la ministra del Interior, Alicia Arango, ordenó seis medidas especiales en la capital de Bolívar, como el cierre de los barrios Nelson Mandela, Olaya Herrera, El Pozón, La Esperanza, San Fernando y La María. El pico y cédula de dos dígitos por día sigue vigente y en los fines de semana recientes ha regido el toque de queda. Sin embargo, el número de infectados sigue en aumento.

No solo se trata de fiestas, sino de escapadas al tradicional paseo de olla en los ríos. Esto sucede en Santander, uno de los departamentos con menos contagios del país. El fin de semana pasado, la Policía Metropolitana de Bucaramanga impartió 743 comparendos y sancionó a 90 personas que estaban en las riberas, sobre todo en río de Oro, en Girón.

A las autoridades les sorprendió sobre todo el caso de una fiesta que terminó convertida en asonada. Sucedió el pasado 23 de mayo en zona rural del municipio de Rionegro. Cuando llegaron las autoridades al corregimiento San Rafael de Lebrija los participantes las recibieron a machete y piedra.

La realidad es más compleja, el encierro parece antinatural y en la otra cara de la moneda los bares y discotecas están al borde de la quiebra. En Colombia hay 50.000 establecimientos registrados formalmente, y Camilo Ospina, presidente de Asobares, calcula que unos 11.000 podrían cerrar definitivamente. No llegaron a un acuerdo con los propietarios de los locales y no pueden mantener los gastos fijos.

En Santander no pueden dejar los paseos de olla, y la Policía ha reportado hasta asonadas en zona rural.

El presidente Iván Duque ha sido enfático en que la vida social no se reactivará pronto, lo que deja en el limbo a los establecimientos. El alcalde de Neiva propuso abrir bares y discotecas guardando una distancia de dos metros entre cada mesa, sin pista de baile. “Nuestro capítulo en el Huila ha trabajado con la Alcaldía, pero hablar ahora de baile y discoteca no es nuestra prioridad, eso podría ser pero más adelante, la apertura debe ser gradual… las fiestas clandestinas demuestran que hay mucha gente que está saltándose el confinamiento. Nosotros vamos a controlar, porque vamos a tener a las secretarías de salud encima, y la inspección, vigilancia y control que normalmente ya tiene nuestra actividad”, dijo el presidente de Asobares.

Más allá de las fiestas, hay que tener en cuenta la salud mental de los colombianos. Jorge Alberto Forero, presidente del Instituto para el Desarrollo de la Salud Emocional (Idesem), dice al respecto que “la cuarentena tan prolongada ha despertado experiencias de depresión en las personas, porque dejaron de compartir. Las relaciones interpersonales son muy importantes en el mantenimiento de la salud mental, disminuyen la ansiedad y la depresión”.

Por su parte, para Victoria Cabrera, psicóloga y profesora investigadora de la Universidad de La Sabana, “están priorizando el bienestar social sobre el bienestar físico y biológico. Si bien el ser humano vive en un entramado social, es importante priorizar la salud física para lograr trascender después a otras necesidades. Una vez descuides tu salud y te enfermes ni siquiera la vida social la vas a poder tener”.

Las fiestas clandestinas han demostrado que las sanciones son insuficientes, las autoridades no dan abasto y los alcaldes ya no saben qué más decir o hacer para controlar a sus ciudadanos mientras el virus campea por las calles. La mano dura no funcionará si no hay conciencia social y autocuidado.