Cada año, 44 días antes de Semana Santa, Alfonso Fontalvo desempolva el sombrero blanco de cintas de colores que lo identifica como líder de la tradición, ese que hace 48 años le cedieron sus ancestros para llevar las riendas del Torito Ribeño, la danza más antigua del Carnaval de Barranquilla. “Custodio la historia de Colombia en nuestra cultura”, dice, certeramente; pues detrás de la coreografía y los vistosos vestidos se condensan hechos que fueron determinantes para el país que hoy conocemos.  

F O T O S :  E d u a r d o   T r u j i l l o En una casa de fachada colorida, ubicada en el barrio San Roque, al suroccidente de Barranquilla, el hombre septuagenario de tez morena y con vista en un solo ojo –que esconde bien debajo de las gafas oscuras que siempre lleva puestas– recibe a los 150 integrantes que le dan vida a esta danza llamada de negros. Hasta allá llegan niños, hombres y mujeres de todos los rincones de la ciudad con sus prendas coloridas de satín.  Ellos, los Congos, hacen alusión a los jefes de las tribus africanas. Las caras pintadas de blanco con círculos rojos en las mejillas y gafas oscuras. Pantalones anchos de volantes de colores y una capa que cada quien decora como quiere, con cabezas de animales o con el escudo del Junior, da igual. Y en la cabeza, un gran turbante lleno de flores artificiales y espejos, desde donde sale una penca larga de lazos y cintas que casi llega hasta los talones. “Es así porque la época en la que se hace el Carnaval, es la más floreada del año (en la costa Caribe)”, explica Alfonso.   

En un tiempo, el Torito Ribeño llegó a tener 700 integrantes, pero la crisis económico los obligó a reducirse.  Desde ese rincón de Barranquilla, los hombres versean para calentar antes del baile que ya no tienen necesidad de ensayar.    Yo no vine me llamaron, yo no sé por qué será Yo no vine me llamaron, yo no sé por qué será Yo me vine pa´l Torito, vine en busca de la paz Yo me vine pa´l Torito, vine en busca de la paz.     En una fila de parejas de hombres, bailan al ritmo del tambor y la guacharaca, de contestadores y palmas. Con una mano golpean el suelo con un machete de madera, y con la otra asustan a la gente con una muñeca de juguete.  Así llevan 140 años de danza ininterrumpida –cumplida el pasado 20 de enero–, y que como la mayoría de manifestaciones carnavaleras tiene sus orígenes alrededor del río Magdalena, en tiempos de esclavitud negra y de dominio blanco.  El baile de los Congos está custodiado por una cuadrilla de animales. Que era la fauna criolla que existía en esa época, cuando nació la danza: burros, tigres –porque alrededor del río se podían encontrar–, perros, toros y micos. Y desde el río llegaron otras danzas provenientes del Magdalena, de Bolívar, del Cesar, para unirse al Carnaval de Barranquilla, que comenzó como una tertulia cualquier en la calle. “Y por eso nuestra danza se llama Ribeña, porque el río tiene ribera, no playa como el mar”.   

A la danza se le llamó "Torito Ribeño" porque en 1878, cuando no se aceptaban mujeres y niños por cuestiones de violencia, estaba conformada por menores de edad. La historia El Torito Ribeño fue un acto de rebeldía. Elías Fontalvo Jiménez –abuelo de Alfonso–, a los 12 años, fue rechazado por los directores de la desaparecida danza Toro Grande, en Barrio Abajo, que por su edad le impidió bailar con ellos. En esa época no se aceptaban ni mujeres ni niños en las danzas, por cuestiones de la violencia. Esas danzas tenían enfrentamientos muy crueles entre ellas; había piedras, palos, patas, muchos lesionados.    LA DANZA  El Torito Ribeño es una danza callejera que recrea las tribus guerreras del Congo (África). Los esclavos negros, en Cartagena de Indias, hacían fiestas donde usaban máscaras de animales para burlarse de los españoles. Estos cabildos negros, a los que se refiere Alfonso, eran la forma de resistirse ante la represión del imperio español. La música era, a la vez, la nostalgia y el desahogo de los africanos que llegaron contra su voluntad al país, durante la colonización.    Contracorriente, Elías Fontalvo creó su propia danza en 1878, llamaba Torito Ribeño. Torito porque la conformaban menores de edad. Pero de la violencia no escaparían años más tarde. La danza se enfrentó a la primera prueba para no desaparecer, cuando Elías Fontalvo fue enviado a combatir en la Guerra de los Mil Días. Un enfrentamiento bipartidista entre el ejército de guerrillas liberales y el Estado, a manos de conservadores. Considerado uno de los episodios más definitivos en la historia moderna de Colombia, con la redacción de la Constitución de 1886. Gracias a este combate bélico, el Carnaval fue suspendido desde 1900.  “Pero el Torito Ribeño nunca dejó de salir. Como antes era una fiesta en la calle, y la ciudad no era muy grande… Eso contó siempre mi abuelo. Y también contaba que cuando la guerra acabó en 1902, el general Heriberto Vengoechea, máxima autoridad en el Caribe, en aquellos tiempos, dijo: Si por allá hay una batalla de sangre, muerte y fuego, aquí también vamos a tener una batalla, pero de flores. Y así nace el desfile de la Batalla de Flores.”  La primera y más importante de las cuatro jornadas de celebración del Carnaval de Barranquilla. Es, además, el desfile más antiguo de la festividad, aunque no tanto como la danza del Torito Ribeño. La primera Batalla de Flores, en 1903, fue símbolo del fin de la Guerra de los Mil Días, un desfile de carrozas –proveniente de las costumbres europeas- organizado por la élite de la sociedad barranquillera de la época. De ese momento decisivo quedó como insignia de la danza del Torito Ribeño el sable que usó Elías Fontalvo para defenderse de sus adversarios. Y que por varios años hizo parte de la indumentaria con la que bailaba en las calles destapadas de la vieja Barranquilla. Pero se dejó de usar, porque los hombres de antes no son como los de ahora.    “Eso nada más los usaban ellos, yo ni sé cómo lo manejaban.Imagínate tú, uno en plena Vía 40, cinco horas bajo el sol y con esa espada tan pesada. Los hombres de antes eran tipos ordinarios, como venían del campo eran rudos y tenían mucha fuerza; ellos podían dominar eso, uno no.”  

La danza del Torito Ribeño se presenta todos los sábados de carnaval en la Batalla de Flores.   Después de esos acontecimientos nacionales, las cosas también evolucionaron para la danza, que hasta 1964 estuvo conformada solo por hombres y travestistas. Desde entonces los acompañan mujeres de faldas con volantes, blusa tipo campesina y flores en la cabeza. "Fue una etapa de transición para incluir a toda la población en una fiesta que es del pueblo, y el pueblo somos todos: hombres, mujeres, niños, ancianos".  El Torito Ribeño vio su continuidad en la herencia generacional de la familia Fontalvo. En 1930, el señor Elías Fontalvo cedió el mando a su hijo Campo Elías Fontalvo de las Aguas –tío de Alfonso–, quien revistió la danza de una fuerza social y política propia de su temperamento.    Campo Elías era un tipo muy dinámico, amistoso, con una presencia muy espectacular. Era un señor decente que conocía a toda la comunidad; le creían mucho y lo seguían.    La danza, entonces, fue excusa de los más altos encuentros políticos de la ciudad. En su sede –la misma de ahora en el barrio San Roque- la élite y grandes personajes de la vida nacional se reunían a hacer política. Alfonso todavía conserva la carta que el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, candidato presidencial en 1946, envió a su abuelo para aceptar la presidencia de la danza.  

  La máscara de torito es la máscara de madera más antigua que aún se conserva de la tradición artesanal barranquillera. «A esta casa llegó mucha gente importante tanto de la política como de la sociedad. Aquí estuvo el doctor Alfonso López Pumarejo, Guillermo León Valencia, Alberto Lleras Camargo. Y ya estando yo de director vino el doctor Ernesto Samper, candidato a la presidencia en ese tiempo, y Horacio Serpa, también cuando era candidato a la presidencia.»   La nueva sangre  Con el fallecimiento de Campo Elías en 1962, el turno de tomar las riendas del Torito fue de Marcos Fontalvo de las Aguas, padre de Alfonso. Hasta que en 1970, por achaques de salud, este le entregó los documentos a Alfonso, de entonces 28 años, que lo acreditarían como nuevo director. Así recibió los símbolos de la danza –que tienen los mismos años que esta, 140– como evidencia del legado que su padre dejaba en sus manos con la responsabilidad de hacerlo perdurar: el primer tambor que usaron sus fundadores y la máscara de torito, la máscara de madera más antigua que aún se conserva de la tradición artesanal barranquillera, y que mantiene las características auténticas de esta artesanía, una forma alargada, decoración geométrica y cachos de res verdadera.    

Alfonso y su cuadrilla han viajado alrededor del mundo en representación del Carnaval de Barranquilla, Patrimonio Cultural de la Nación y Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. El conocimiento de toda esa historia del Carnaval de Barranquilla y, a su vez, de la misma Colombia que cuenta la danza del Torito Ribeño es el que le ha concedido el respeto a Alfonso de los viejos, de sus contemporáneos y de los más jóvenes. Incluso en sus primeros años de dirección, cuando por su edad lo señalaban de no tener el coraje suficiente para mantener viva la memoria familiar.  

Alfonso Fontalvo de las Aguas cumple en 2018  48 años al frente de la danza del Torito Ribeño.   “Tantas historias que tenemos nosotros no se podían quedar guardadas en el closet”. Alfonso lo tiene claro, para mantener la tradición hay que transmitirla de generación en generación; pero esta vez no como lo hicieron sus antecesores, con la oralidad propia de la costa. Él creó un museo cultural, en su propia casa. Las paredes de la sala están llenas de fotografías, recortes de periódicos, instrumentos musicales, artesanías, vestuarios, premios; todo alusivo al Torito Ribeño.  Su casa museo, incluso, fue clave en los estudios que durante 2 años hicieron investigadores de la Unesco para, en noviembre de 2003, declarar el Carnaval de Barranquilla como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Gracias a esta designación, Alfonso y su cuadrilla de danzantes y animales han viajado alrededor del mundo a dar conocer la riqueza cultural de su fiesta. En España, Francia, Alemania, Chile… se le olvida el resto de sus recorridos.  “Yo no hice sino hablar de lo que tengo, mi casa, que en ese momento se estaba cayendoporque era de barro y palma. Una de las investigadoras se llevó un tambor y una máscara para exhibirla en un museo en Polonia. Ahora, el museo es para quien quiera llegar, solo tienen que venir y tocar la puerta. Atendemos colegios y cualquier organización que quiera conocer nuestra historia.”  

  Alfonso no tiene descendencia propia a quien cederle el mando. Nunca se casó, ni tuvo hijos biológicos. Pero su familia es numerosa: 150 integrantes del Torito Ribeño, que en un tiempo eran 700, pero que la crisis económica le obligó a reducir. Seguro serán los nietos que le dio la vida, los que crió en su casa y que poco recuerda cómo llegaron, los que más adelante custodien la tradición. Por el momento, lo seguirá haciendo él, hasta que el cuerpo le dé las fuerzas.   Este sábado, como cada Carnaval, Alfonso se prepara para conducir a su danza al cementerio Calancala, donde realizan su acostumbrado ritual frente al mausoleo donde descansan los restos de sus antecesores. En tropel bailan en los pasillos, entre las bóvedas, al paso del ritmo universal del tambor. En una oración piden a sus fundadores protección durante el recorrido carnestoléndico que empiezan en la Batalla de Flores pocas horas más tarde. Y en un grito verseado anuncian su participación en la tradición:   Ya llegó la fiesta brava el Torito empezó a bramar por su lujo y por su fama la que alegra el Carnaval.      FOTOS :  Eduardo Trujillo