*Por Juan Carlos IragorriLa terminación del conflicto entre el Estado colombiano y las Farc constituye para Estados Unidos un logro pocas veces alcanzado en su política hacia el continente americano. Desde cuando Washington y Bogotá pusieron en marcha el Plan Colombia, y hasta la semana pasada, cuando el presidente Barack Obama celebró en su último discurso ante las Naciones Unidas el fin de las hostilidades en territorio colombiano, la Casa Blanca y el Capitolio norteamericano se la han jugado por su principal socio en Suramérica. Todo comenzó a mediados de 1998, cuando el entonces candidato presidencial Andrés Pastrana, en un país considerado como “Estado fallido” por revistas como Foreign Policy, habló de la necesidad de “un Plan Marshall para Colombia”. Se refería a la iniciativa del gobierno de Harry S. Truman y su secretario de Estado, George Marshall, por la cual Estados Unidos destinó en los años cuarenta algo así como 120.000 millones de dólares en plata de hoy para reconstruir a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La idea de Pastrana era luchar contra el narcotráfico y fortalecer las instituciones, para lo cual era imprescindible rescatar los nexos con Washington, por entonces maltrechos luego de la crisis con el gobierno de Ernesto Samper. Pastrana, una vez elegido, al día siguiente se reunió en la Casa Blanca con Bill Clinton. El norteamericano metió mano en el diseño del plan y convenció pronto a Dennis Hastert, presidente a su vez del Congreso y líder de la bancada republicana, que controlaba las mayorías parlamentarias desde la oposición. Dos años después, con la presión permanente en Washington del embajador colombiano Luis Alberto Moreno, el Senado y la Cámara le daban luz verde al envío a Colombia de más de 1.000 millones de dólares durante el primer año, una cantidad que ahora forma parte de los casi 10.000 millones que Estados Unidos le ha entregado al país desde entonces. Solo Israel y Egipto recibían más de Estados Unidos. Hubo críticas, claro: varias ONG, como Amnistía Internacional, se declararon temerosas de que el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas degenerara en violaciones a los derechos humanos.Pero los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Manhattan aumentaron el apoyo a la lucha mundial contra el terrorismo, y la ayuda continuó. Finalizada en 2002 la presidencia de Pastrana y fracasado el proceso de paz con el desastre del Caguán, el gobierno saliente dejó un Ejército de casi 60.000 soldados profesionales, cuatro veces más que al comienzo de la administración. Fue eso lo que les permitió a Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos combatir de forma más eficiente en las selvas y las montañas. “Aquí hay una cosa clara: el Plan Colombia fue el punto de quiebre en el conflicto colombiano. Sin ese plan no se habría podido atacar eficazmente a las Farc y no se habrían sentado a la mesa a dialogar”, le dijo Pastrana a SEMANA. Con la entrada en 2002 de Álvaro Uribe a la Presidencia, y con George W. Bush en la Casa Blanca –admiraba tanto al colombiano que lo condecoró con la Medalla de la Libertad–, Estados Unidos le dio continuidad al plan. Para ese momento, gran parte del dinero se destinaba a apoyo militar y a activar las llamadas bombas inteligentes, como la que acabó en 2008 con la vida de Raúl Reyes. Con Uribe, la guerrilla sentía por primera vez en años que le pisaban los talones. Era otro capítulo. Como le dijo a SEMANA Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un destacado think tank en Washington, “para Estados Unidos era un caso de éxito por la cooperación con un aliado que reconstruía sus instituciones y sus fuerzas de seguridad”. La posesión de Juan Manuel Santos en 2010, dos años después de la de Obama en la oficina Oval, fue otra bocanada de aire fresco para la relación entre los dos países. En septiembre de 2010 caía el Mono Jojoy, jefe militar de las Farc. Por otro lado, en octubre de 2011, cuando era embajador Gabriel Silva, el Congreso estadounidense aprobaba el Tratado de Libre Comercio (TLC), firmado por el gobierno de Uribe cinco años antes en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Y menos de un mes más tarde, en otra operación del Ejército, moría el jefe máximo de las Farc, Alfonso Cano. Para nadie es un secreto que esas ofensivas militares contaban con el respaldo gringo. “En ese sentido, el Plan Colombia transformó al país”, le dijo a SEMANA el embajador en Washington y exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón. “En lo que tiene que ver con el Ejército, el dinero y la tecnología se centraron en cuatro aspectos: los servicios de inteligencia, las operaciones especiales, la mejora en los estándares de derechos humanos y la mejora de la justicia”. Así como Washington respaldó la guerra, ha apoyado las negociaciones de paz con las Farc. Desde el primer instante, Obama se ha alineado con los esfuerzos de paz de Santos. El secretario de Estado, John Kerry, llegó incluso a reunirse en marzo pasado con los líderes de esa guerrilla en La Habana. Y, desde febrero de 2015, la Casa Blanca nombró como enviado especial al proceso de paz a Bernard Aronson. Pero Washington es cauteloso. El Departamento de Estado aún mantiene a las Farc dentro de la lista de organizaciones terroristas internacionales. Las incluyó el 8 de octubre de 1997 y las acompañan agrupaciones como el ELN, Al Qaeda, Hezbolá, Hamás, Boko Haram y Estado Islámico. De cara al posconflicto con las Farc, es de presumir que la ayuda económica seguirá llegando del norte. En febrero pasado Obama y Santos anunciaron en la Casa Blanca la continuación del Plan Colombia. Su nombre: Paz Colombia. Hace pocos días, en el Senado y la Cámara en Washington se aprobaron en subcomités cantidades que oscilan entre los 450 millones y los 550 millones de dólares al año. Se pretende que el apoyo dure entre cinco y diez años. El embajador Pinzón se lo explicó a SEMANA: “El Plan Colombia fue clave para construir el camino a la paz. Y Paz Colombia hará que sea sostenible. La llevará a áreas marginales y ampliará la justicia”. La alianza entre Estados Unidos y Colombia recibe elogios incluso de la gran prensa. El diario The Washington Post la describió así en un artículo de primera plana la semana pasada: “Tras 16 años y 10.000 millones de dólares, el una vez controvertido paquete de ayuda es celebrado por republicanos y demócratas como uno de los mayores logros de la política exterior de Estados Unidos en el siglo XXI. Colombia se ha convertido en el principal aliado de Washington en Suramérica y en uno de los mayores socios en el libre comercio”. El propio Clinton reconoce el éxito de la alianza bipartidista en Estados Unidos. “A mí me complace que tanto los presidentes Bush como Obama hubieran respaldado el Plan Colombia”, dijo en Nueva York hace pocos días. Y su exsecretaria de Estado Madeleine Albright se ha referido a este programa como “el mayor éxito bipartidista en la política exterior de Estados Unidos”. Fallas ha habido. Desastres lamentables, también. El Ejército ha violado en ocasiones imperdonables los derechos humanos. Los cultivos de coca son ahora tan extensos que Colombia ha vuelto al primer lugar en esa categoría. El TLC no ha sido la panacea que le vendieron a la gente, ni mucho menos.Pero, haciendo sumas y restas, el espaldarazo de Estados Unidos a Colombia ha sido decisivo para que el país diera un giro y pudiera navegar con algo de viento a favor. ¿Y si gana Hillary Clinton el 8 de noviembre las elecciones presidenciales? Quizá todo siga igual. ¿Y si gana Donald Trump? Esa es otra historia.