En las calles de San Basilio de Palenque, Bolívar, no se ven personas, no se ven esos turistas que visitaban la tierra de Benkos Biohó, el fundador del primer pueblo libre de América. No se ven las palenqueras caminando por la calle vendiendo dulces o los curanderos contando las historias de la medicina ancestral que los ha guiado y cuidado durante siglos.* No obstante, en Palenque, de puertas para adentro, aún se escucha cómo retumban los tambores, el agua hirviendo mientras se alista una planta medicinal para un brebaje, los cantos a la distancia y las conversaciones en lengua palenquera. En últimas, se mantienen, muy a pesar del distanciamiento, todas esas prácticas por las que el pueblo fue declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco en 2005. Hoy, a pesar de todo, su cultura resiste. La covid-19 llegó al país el 6 de marzo de 2020. En cuestión de meses transformó la realidad. Empezaron las cuarentenas y en cada municipio de Colombia, sin excepción, se decretó el aislamiento obligatorio. En San Basilio de Palenque, la tierra de ‘Kid Pambelé’, el primer campeón mundial de boxeo en Colombia, y de Evaristo Márquez, el primer colombiano en Hollywood, también empezó el encierro. Con el virus rondando por el país, años de historia parecían cambiar de un segundo a otro. Por primera vez sus muertos pasaban del hospital al cementerio. Esto lo recuerda bien Gustavo Reyes, gestor cultural y cabeza de Tiela ri Pa, la propuesta pedagógica de la etnoludoteca del pueblo para mantener su cultura viva en niños y jóvenes. “Nos ha tocado dar los pésames por teléfono. Eso en Palenque jamás se había visto. Jamás habíamos dejado de hacer un lumbalú, hoy llevamos casi 5 meses sin hacerlo”, dice.
©Semana El lumbalú es un ritual fúnebre de la zona, en el que se celebra la vida de un palenquero que se prepara para ir a su segunda casa. Se canta, se baila y se llora al difunto, recordando su vida. Según la cosmovisión de los palenqueros, el lumbalú ayuda a que las almas de los muertos dejen la tierra y encuentren el camino hacia el Palenque que está en el cielo. Es una práctica esencial en sus tradiciones africanas que se lleva haciendo durante siglos. La palabra etimológicamente está compuesta por el prefijo lu, que significa colectivo, y mbalú, que significa melancolía. En el baile, el canto y el sentir del ritual se enmarca San Basilio desde sus inicios, en 1599, año en el que Benkos Biohó se liberó de sus cadenas y escapó de los españoles acompañado por los primeros cimarrones, como se le denominó a los esclavos que se alzaban contra sus amos. Hoy, la lengua que se formó en ese asentamiento, una mezcla entre español, francés, portugués y los dialectos batú provenientes de África, sigue vigente. Con ella, Gustavo Teherán, el último heredero directo de la dinastía Batata, familia histórica de músicos de la zona, sigue construyendo sus canciones. La agrupación Las Alegres Ambulancias, de la que Teherán es líder, hace parte del Cabildo lumbalú, los encargados de la música y los cantos en los velorios de la comunidad. Desde la fundación de Palenque, los Batata han acompañado a la gente en sus alegrías y en sus tristezas.
Gustavo Teherán, líder de Las Alegres Ambulancias, recuerda el nacimiento de la lengua palqenquera y los cantos tracionales que conforman el lumbalú Ante la pandemia por el coronavirus, hoy el lumbalú está en riesgo. El Ministerio de Salud, dentro de sus medidas sanitarias para contener la propagación de la covid-19, estipuló que todos los pacientes que mueran por esta enfermedad deberán ser cremados. Además, aquellos que mueran por causas naturales tampoco pueden ser llorados en Palenque: las aglomeraciones están prohibidas y el lumbalú, al igual que muchas de las prácticas culturales del pueblo, requiere de esa unión. “La tierra se ha vuelto un lugar inóspito, es una tortura. Nunca nos había tocado vivir algo así, nunca habíamos pasado por algo similar. De la noche a la mañana perdimos nuestra libertad, la posibilidad de llorar, bailar y recordar a nuestros muertos como se lo merecen para que puedan llegar al cielo”, dice Keinel Simarra, representante legal del Consejo Comunitario Ma-Kankamaná y gestor cultural de la zona. Keinel ha sido uno de los responsables de cuidar a la comunidad en esta emergencia. Desde que empezó la cuarentena en el país se prohibió el ingreso de foráneos al territorio y, a través de un decreto, la misma comunidad estableció que en el corregimiento no se permiten las aglomeraciones. A junio del 2020, al menos 20 personas habían fallecido y casi nadie pudo velar a sus difuntos. Evitar estas reuniones no fue fácil, especialmente en los primeros días de encierro. Las familias trataban de esquivar la cuarentena para poder despedir a sus muertos, pero paulatinamente, y con las cifras de contagio en aumento, entendieron la importancia de resguardarse en sus casas. Cuidarse, sin embargo, no es fácil cuando se ha perdido todo. El 75 por ciento de los habitantes de Palenque viven de actividades turísticas que realizan en la zona o en Cartagena, que está a 57 kilómetros del corregimiento. La comunidad de San Basilio han encontrado en sus prácticas culturales, y en el interés turístico que estas despiertan, una salida económica y una forma de preservar sus tradiciones. Hoy a pesar de que el turismo ha vuelto a tomar fuerza, aún queda mucho para volver a la normalidad. Esto lo sufre diariamente Alberto Cassiani, coordinador del proyecto turístico de plantas medicinales Patio Sikito, nombrado en honor a Francisco ‘Sikito’ Cañate Cáceres, curandero y compositor fallecido en 2015. Alberto reconoce que su proyecto no solo le genera ingresos a la comunidad, sino que ayuda a mantener la cultura viva.
Antes de la pandemia, los turistas iban a palenque y conocían más sobre su medicina ancestral en Patio Sikío © Alberto Cassini “A veces como, a veces no, pero yo quiero que el proyecto se mantenga. Patio Sikito es mi vida, mi trabajo, el sustento de mi familia. Yo sigo cuidando mis matas, regándolas, peleando como pueda a pesar de que no tengo ingresos,”, cuenta Cassiani, reconociendo la importancia de esta práctica que ha hecho parte de las luchas históricas de Palenque. Los cimarrones que escaparon de los españoles, por ejemplo, se trataban contra las enfermedades de la época con plantas y brebajes que hoy, cuatro siglos después, se siguen usando en la comunidad. La misma suerte han corrido las palenqueras, conocidas por los cestos que cargan en sus cabezas llenos de frutas y dulces típicos de la culinaria de Palenque. Sus ingresos han disminuido, y aunque hoy pueden volver a ciudades como Cartagena o Barranquilla, a vender sus productos, se siguen guardando detrás de un tapabocas y el miedo frente a la pandemia sigue más vigente que nunca. Pero la pandemia no solo ha golpeado estas prácticas culturales. También ha exaltado los valores sobre los que se ha construido el pueblo. Para que a ningún palenquero le falte la comida, los líderes han recurrido nuevamente a los kuagros, las asociaciones que tradicionalmente se conforman desde que los niños tienen seis años y permanecen unidas hasta la muerte. Por estos días, los kuagros se han dedicado a los cultivos como una forma de cuidar su seguridad alimentaria. En el encierro, los líderes comunitarios también han visto la posibilidad de recuperar la lengua nativa, que hoy solo es hablada por el 18 por ciento de la población, según cifras del Ministerio de Cultura. “La cuarentena hay que mirarla como una oportunidad de que en los lazos familiares se impulse aún más la unión y con ella nuestra cultura a través de los abuelos y nuestra lengua”, dice Gustavo Reyes, quien a través de Tiela ri Pa le ha enseñado a los más jóvenes de la comunidad el valor de su cultura y su historia. Te puede interesar Así suena la sol-idaridad y la re-conciliación Esa conexión con lo ancestral no está completa sin el lumbalú, quizás la práctica que más refleja la cultura palenque y que hoy muchas familias esperan. Por eso, aunque anhelan poder abrazarse, cantar y bailar al ritmo del tambor pechiche, algunas han encontrado en sus casas una salida para despedir a sus muertos. “Un señor tuvo el deseo en vida de que le cantáramos en su lumbalú y lamentablemente falleció. Por el coronavirus no pudimos ir, pero para acompañar a su familia le grabé 16 canciones y se las mandé por internet. Claro, duele que no podamos estar cerquita todos pero, así sea diferente, el lumbalú sigue”, cuenta Tomás Teherán, quien no ha dejado de recibir cartas de personas que le piden que cante en sus velorios junto a Las Alegres Ambulancias.
La música de Las Alegres Ambulancias hace parte de la historia e importancia que el Lumbalú ha tenido en San Basilio de Palenque Hoy la cultura en San Basilio de Palenque, a pesar de la covid-19, sigue resistiendo gracias a su gente. Por Gustavo Reyes, quien lucha por enseñarle a los más jóvenes de la comunidad el valor de su lengua; por el sacrificio de Alberto Cassiani, quien da todo por cuidar la medicina ancestral aunque hoy no le dé ganancias; por los kuagros que preservan la tradición asociativa; y por Tomás Teherán y su música de Las Alegres Ambulancias, que incluso por plataformas digitales acompañan a los palenqueros en sus alegrías y sus tristezas. Años después de la fundación del pueblo, siglos después de la lucha de los cimarrones, de la muerte de su fundador Benkos Bihó, quien murió colgado en Cartagena y mientras sortean una nueva enfermedad que ha paralizado al mundo, la identidad cultural de San Basilio de Palenque, ese pequeño pueblo construido en la falda de los Montes de María, sigue viva. *Este artículo fue publicado el 29 de julio de 2020. Hoy, aunque la lucha frente al coronavirus ha cambiado, las luchas de los Palenqueros por mantener su cultura siguen más vigentes que nunca.
Alberto Cassiani, líder de Patio Sikío, buscaba llevarle sus conocimientos sobre la medicina tradicional a los más jóvenes de Palenque antes de la pandemia ©Alberto Cassiani Te puede interesar Volver a lo ancestral, la apuesta de los afro en la pandemia