El comedor principal de la casa también funciona por estos días como un centro de operaciones estratégicas. Las rutinas normales de la familia Auque Navarro, como las de muchas otras en el país y en el mundo, fueron alteradas drásticamente por el coronavirus.
Al final de la tarde y en las primeras horas de la noche, sobre la mesa comparten espacio un computador de escritorio, un portátil, una impresora multifunción y un celular que sirve para teleconsultas. Pero buena parte del día a los pequeños Lucas, de 6 años, y Carlitos, de 4 años, tienen que enfrentarse solos a los nuevos retos de la educación virtual, porque sus padres tienen que salir a trabajar.
Carlos Alberto Auque es un reconocido pediatra de Barranquilla y Kelly Navarro Abello es una destacada enfermera jefe de una clínica. Como profesionales de la salud su día a día por causa de la covid-19 se ha convertido en jornadas extendidas en las que tienen que sortear de la mejor manera las exigencias de sus trabajos, las responsabilidades de la casa y los compromisos escolares de los niños. Por ratos es agotador y frustrante.
A los 8 y 30 de la mañana, Lucas tiene que estar conectado frente al computador para una toma de contacto con una docente. Luego pasa a asignaturas programadas. Así va viajando de link en link. Algunas veces no logra conectarse y se pierde la actividad del día. Frente a esto, Kelly tuvo que enviar un mensaje al colegio explicando que por el trabajo muchas veces nadie lo puede ayudar y que le permitieran ponerse al día con las tareas los fines de semana. “Creería que somos los únicos que entregamos los trabajos atrasados. Tengo claro que no va a perder el año y después que mi hijo esté a salvo lo demás pasa a segundo plano. No me voy a matar, teniendo tanto en qué pensar. No es momento para pensar si se atrasa o no”.
A esto hay que sumarle las limitaciones y el compromiso por cumplir con los protocolos de salud extras por el miedo a contagiarse. Para evitar inconvenientes no volvieron a salir a la calle en uniforme. Los zapatos fueron divididos en tres grupos: los que se usan en la casa, los del traslado y los de las clínicas. En un maletín llevan la ropa usada que va directo a la lavadora y en otro los alimentos del día, para así evitar al máximo consumir algo en la calle. Todo es rociado con un potente jabón desinfectante.
Kelly cree que, en medio de todas las dificultades, estos momentos han servido para reflexionar sobre su trabajo en el área de la salud, porque, aunque algunas familias como ellos se esfuercen en cuidarse y ser precavidos, en su labor diaria se ha encontrado con muchas personas irresponsables e inconscientes que niegan la dimensión del peligro. Es que depende de todos, una sola puede contagiar a muchos, dice.
El doctor Auque cumple sus compromisos con una EPS, atiende a domicilio a los pequeños pacientes que antes citaba en su consultorio y hace otra buena parte por videoconsultas. Esto es bueno porque puede estar algún tiempo en la casa, pero la realidad es que sus ingresos se han reducido casi al 50 %.
En las clínicas tienen que cumplir con todos los protocolos. Uniforme blanco, encima la bata quirúrgica manga larga, gorro, cubrebocas, gafas y guantes de vinilo. Con eso todo el día. Después de una jornada de 10 horas en promedio, Kelly vuelve a su hogar. La entrada cada tarde es una ceremonia que incluye órdenes y unos cuantos gritos para evitar que los niños se acerquen emocionados a saludar. Un nuevo baño antes de interactuar con Lucas y Carlitos es obligatorio. Luego despedir a la mujer que trabaja en el cuidado de los niños, pero no puede ayudarlos con el colegio porque no tiene conocimientos informáticos. Entonces, ahí empiezan las jornadas escolares realmente.
La enfermera jefe Kelly Navarro Abello durante su trabajo en una clínica.
Sentados frente a las pantallas, Kelly, Carlos, Lucas y Carlitos intentan resolver a la mayor brevedad posible las tareas que estos días se han multiplicado. Al comienzo del confinamiento, por momentos, se desesperaban, pero optaron por el camino más sano: desarrollar poco a poco y hasta donde el cuerpo aguante. “Sin hacernos los mártires, porque hay gente que puede tener condiciones más complicadas, la salud está primero en estos momentos, incluso sobre la calidad académica. Hay que tratar que los niños se esfuercen y hagan las tareas bien, pero debemos tener claro que nunca será igual al nivel del colegio”.
Jorge Valencia, coordinador del Observatorio de Educación de la Universidad del Norte, dice que eso es cierto, que la mayoría de los padres, independientemente del contexto, no se encuentran debidamente preparados para desarrollar todas las actividades académicas de sus hijos, porque la enseñanza es un proceso complejo y planificado; entonces, las familias están haciendo lo que pueden con los recursos con que cuentan. “Sin duda el confinamiento, llevado de manera adecuada, puede favorecer diversos aspectos del funcionamiento familiar y preparar a los padres para asumir un rol más activo en la educación de sus hijos una vez superada la crisis”.
El plano económico también ha dado un vuelco y como a muchos en el país a los Auque Navarro no les parece justo que les sigan cobrando el mismo valor de mensualidades escolares. El grupo de padres del curso de Lucas pasó una carta al colegio, calendario B y cuyo año académico está por terminar, para pedirles que anticiparan las vacaciones y así no tener que pagar por unas clases que no están recibiendo con la misma intensidad. La respuesta fue negativa. El único beneficio que les ofrecieron fue extender el valor de pronto pago todo el mes.
Es cierto, hay familias que, por sus condiciones socioeconómicas y el coronavirus están viviendo situaciones más duras, pero a todas, la vida les cambió. El miedo al contagio, el teletrabajo, los softwares de las tareas, algo de comer, los picos de ánimo en la convivencia. Intentar ser una familia corriente en medio de una nueva normalidad, a cada cual le exige sacrificios. “En los últimos días hemos estado reflexionando si vale la pena matricular a los niños en el curso académico que empieza en agosto”, dice Kelly. Los Auque Navarro saben que no tienen otro camino que adaptarse, pero como profesionales de la salud tienen claro que el futuro cercano es incierto.