Cada martes y viernes, Aura Melba López huele la fragancia del eucalipto. Inhala y deja que la esencia dance entre sus fosas nasales. Mientras, recuerda las palabras de los consejeros mayores: “todo debe nacer del corazón”. Exhala. El sahumerio, hecho para armonizar y limpiar las malas energías, llega a los rincones de su tienda comunitaria y a los galpones de la granja. Vuelve a recordar. Hace tres años, y con una propuesta novedosa, esta indígena awá les dijo a los hombres que las mujeres también pueden trabajar.   Aura Melba tiene 35 años y vive en el resguardo indígena awa Nunalbi Alto Ulbi. En él habitan unas 500 personas, o 120 familias, divididas en tres comunidades: Alto Guelmambi, Alto Nunalbi y Alto Ulbí. El resguardo está ubicado en la vereda El Pailón, donde la vía Tumaco-Pasto alcanza el kilómetro 100. Allí también se encuentra la tienda comunitaria de la Asociación Agrícola y Pecuaria del Maíz-ASOAGRIPMAIZ. Aura Melba es su líder y representante.   ASOAGRIPMAIZ tiene 10 integrantes: 2 hombres y 8 mujeres. Es una de las organizaciones que administra las tiendas locales del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El pequeño comercio hace parte de la estrategia “Comunidades rurales resilientes: tiendas comunitarias como nodos dinamizadores de la economía local frente a la crisis de la covid-19”, una iniciativa que quiere garantizar la seguridad alimentaria, evitar el desabastecimiento e impulsar el trabajo y el desarrollo de las comunidades locales.  

En Pailitas (Cesar) hay tres tiendas instaladas como medida de reparación colectiva a una comunidad víctima del conflicto armado. La fotografía es previa a la cuarentena causada por el coronavirus. © Sebastián Zuleta.

Otra tienda de las tiendas queda en el corregimiento de Altaquer, también en Nariño. Allí viven aproximadamente 150 familias y 50 de ellas son indígenas awá. Katherine Rosero, de 32 años, es la gestora de la tienda. © Cortesía PNUD   Aparte de la tienda dirigida por la Asociación, el PNUD acompaña otros establecimientos en el corregimiento de Altaquer, también en Barbacoas, y en Pailitas (Cesar). Las tiendas funcionan desde marzo de este año, mes en el que inició la cuarentena nacional. La estrategia incluye seis componentes: conectividad, seguridad alimentaria, soluciones de agua, domiciliarios, corresponsales bancarios y red de proveeduría.   Hoy la tienda opera en la casa de la compañera Sofía. Ella adecuó una de las habitaciones de su casa para la tienda. Allí, sobre los pequeños estantes hay paquetes de pasta, salchichas o jamoneta; bolsitas de chocolate, café o azúcar, y latas de atún o sardinas. En otro lugar se encuentran las botellas de aceite o los bloques de panela, y separados de los alimentos, los productos de uso diario como el jabón, el papel higiénico o las velas para la noche. Lo que más venden son los bultos de arroz. Es tal el éxito de la tienda que en una semana se acaban los productos y deben surtir de nuevo.   Todo para la comunidad Con la llegada del coronavirus y la cuarentena nacional, el color regresó a las parcelas de El Pailón. Los habitantes volvieron a sembrar yuca, caña, plátano y otros alimentos propios del pueblo awá, como el papacum y el chiro, un banano pequeño que se cultiva en Barbacoas. “Todo no puede ser de afuera”, dice Aura Melba. Junto a las mujeres de la Asociación y habitantes del resguardo, siembra alimentos frescos para incentivar la soberanía alimentaria, ayudar a la comunidad y empoderar a las mujeres.   Aura Melba lidera sin bastón de mando. Su experiencia le ayuda. Fue gobernadora del resguardo desde el 2013 hasta el 2019. Durante su gestión, hizo alianzas con la Guardia Indígena para proteger a la comunidad, defender el territorio y combatir las violaciones de los Derechos Humanos. Otra prioridad fue ayudar a las mujeres, víctimas directas o indirectas del conflicto armado. Muchas de ellas sufrieron desplazamientos forzados o quedaron viudas. Por eso, Aura Melba se enfrentó a los hombres. Les dijo que ellas también podían trabajar y encargarse de las labores del campo: “Comprendimos la importancia de querernos y valorarnos. Entendimos que podemos salir adelante con nuestros hijos, podemos luchar. Ahora somos más fuertes. No nos rendimos”.  

Los habitantes volvieron a sembrar yuca, caña, plátano y otros alimentos propios del pueblo awá, como el papacum y el chiro, un banano pequeño que se cultiva en Barbacoas. “Todo no puede ser de afuera”, dice Aura Melba. © Cortesía PNUD   En el 2017, Aura Melba contactó al SENA e inició una capacitación en especies menores, como pollos de engorde y gallinas ponedoras. Ese mismo año creó la Asociación. Al principio, solo contaban tres integrantes, 100 pollitos y un galpón. Tres años después, los asociados tienen una granja, una hectárea de cultivos propios y casi 1.000 pollos. Aura Melba recuerda a sus compañeros con esa gratitud que acentúa las sílabas de cada nombre: Alexandra, María, Lorena, Sofía, Deisy, Maryoli, Hermida, Alicia, José Robert y Norman.   Este año, en enero, inició la alianza con el PNUD para fortalecer su tienda. La llegada del coronavirus ratificó la necesidad de construir una tienda propia, un sueño que nació a la par de la Asociación. Desde ese momento, empezaron a ahorrar para comprar los materiales y pagarle a un maestro de obra. Él da las indicaciones y las mujeres mezclan el cemento o ponen los ladrillos, pero Aura Melba cuenta que los mejores materiales de construcción han sido la asesoría del PNUD y la solidaridad de sus compañeras.   Al principio, lucharon contra la desconfianza. Algunos vecinos las subestimaron, otros dijeron que el proyecto era una mentira o que perderían los alimentos. Ahora, muchos las acompañan en las Mingas y valoran su esfuerzo. “Estamos muy agradecidos porque nos están ayudando a cumplir un sueño que siempre hemos tenido”, dice Alexandra Canticuz, secretaria de la Asociación y gestora del proyecto con el PNUD. También menciona el respaldo del programa para construir la tienda, abastecerse de productos y contactar a los proveedores en Pasto.   Otro problema fue el cierre de fronteras con Ecuador y con los municipios de Tumaco y Llorente, que provocó desabastecimiento y especulación de precios. Por ejemplo, la arroba de arroz alcanzó los 80 mil pesos, luego de venderla en 35 mil pesos. A eso se sumó la presencia de grupos que disputan el control armado de la zona. Incluso, algunos exigieron dinero o alimentos.   Sin embargo, la comunidad está feliz. Tienen un pequeño comercio a su alcance y gastan su dinero en el mercado, en vez de pagar costosos pasajes hasta algún municipio. Además, ofrecen precios más baratos que otros lugares.  

Al principio, solo contaban tres integrantes, 100 pollitos y un galpón. Luego de tres años, los asociados tienen una granja, una hectárea de cultivos propios y casi 1.000 pollos.   © Cortesía PNUD   Los integrantes de la Asociación trabajan todos los días, sin importar fines de semana o festivos. Por eso, procuran organizar turnos para que trabajen y descansen por igual. La jornada inicia entre las 6:00 y 6:30 a.m, hasta las 7:00 p.m. Durante ese tiempo, alimentan a los pollos, pelan las gallinas y cuidan la granja y la tienda.   Las clases también pasaron de las aulas a los cultivos. Algunas madres aprovechan las jornadas y le enseñan a sus hijos las dinámicas del campo. Incluso, los niños y las niñas ayudan a desplumar los pollos. Todo permanece en comunidad.   Más planos y más expectativas La tienda es una red colaborativa en la que unos reciben, otros entregan y todos se benefician. La Asociación fomenta el trueque interétnico: entrega pollos criollos y reciben productos lácteos del Consejo Comunitario de Barbacoas, panes del Consejo Comunitario de la Vereda La María, y panela de la Asociación Anturios del Pacífico. No obstante, la solidaridad se queda corta ante las necesidades de la región.   Más que por el coronavirus, los habitantes de la vereda están preocupados por la tuberculosis. Según el Instituto Nacional de Salud (INS) y con cifras del 2019, en el país se presentan, en promedio, 14.000 casos en el año. Es decir, unos 14 al día. En la vereda hay tres personas con esta afección. En compañía de la Guardia Indígena, la Asociación ha recolectado y entregado mercados para las familias con personas enfermas. “Pedimos ayuda para que les lleguen los mercaditos”, dice Aura Melba.  

        

Los diez asociados se turnan para cuidar la granja, encargarse de los pollos y atender la tienda. La jornada inicia a las 6:00 a.m. y termina en la noche, a las 7:00 p.m. © Cortesía PNUD Otra de sus solicitudes es posicionar la tienda, no dejarla de lado para hacerla crecer. Con algunos cálculos optimistas, esperan reunir el dinero suficiente para comprar las baldosas y pintar el segundo nivel. Aura Melba y los otros asociados reconocen sus logros, su esfuerzo y unión, pero saben que el trabajo no se detiene.    Todos sueñan igual: anhelan sumarle unos metros a los planos y unas cuantas estanterías a la tienda. Quieren convertirla en un supermercado. También quieren un furgón o un mototaxi “con todos los juguetes”, como dicen, para no depender de otros conductores. Mientras, esperan las ventanas para el segundo nivel, donde estaría una sala de internet. Ya tienen la antena, un computador y la impresora. Esperan que también sea un lugar de aprendizaje y disfrute para la comunidad. También estaría un corresponsal bancario para incluir otros modelos de pago, habilitar las transferencias, y evitar los largos y costosos trayectos hasta Tumaco.   Por su parte, el PNUD contempla varias acciones para fortalecer el trabajo de las tiendas, como potenciar el comercio local y crear una red de domiciliarios para beneficiar a productores y comensales. También quieren profesionalizar estos pequeños comercios, incluyendo modelos de negocio o incluso impulsar las compras por una app móvil.   Aura Melba recuerda la sabiduría de sus mayores: “hay que ser serios y responsables para que la gente crea”. Con su trabajo, la colaboración de los asociados y la ayuda de su comunidad, espera convertir la tienda comunitaria en el principal proveedor de las comunidades indígenas, campesinas y afro de la región. También, ayudarle a las mujeres indígenas a reconocer su valor y su fuerza para salir adelante contra los estereotipos o las reglas impuestas por el machismo. Inhala y disfruta una vez más la fragancia del eucalipto. Escucha el cacareo de un pollo. Exhala. Inicia otro día, otra jornada para cumplir ese compromiso que nace de su corazón.   Te puede interesar: En video | Los cultivadores no se rinden ante la pandemia