El mejor regalo de un niño siempre será un juguete. Más aún si está de moda.Y Navidad es, por excelencia, la época donde los deseos se hacen realidad y esperan bajo el árbol. Las cartas al Niño Dios o a Papá Noel se llenan con muñecas, carros, juegos, figuras de acción y dispositivos tecnológicos. Los padres, en la misma lógica, compran cientos de objetos, sin considerar la manera en que terminan saturando el entorno de sus hijos. Como todo exceso, tener demasiados juguetes puede ser perjudicial. De hecho, controlar el número de objetos que los niños utilizan para jugar fomenta su creatividad, solidaridad e incluso permite que sus periodos de atención sean mucho más largos. Según el pedagogo y dibujante Francisco Tonucci los pequeños deberían tener más libertad y menos juguetes. En una de sus charlas, aseguró que deben ser autónomos y aprender a jugar con sus amigos. “Se está gastando muchísimo dinero para llenar a los hijos de juguetes convirtiéndolos en poseedores en lugar de jugadores. Para jugar bien hay que tener pocos juguetes y amigos para aprovecharlo”, aseguró en una entrevista con el portal La Voz del Interior. En la misma línea, Jeffrey Trawick-Smith, profesor de educación temprana en la Universidad Estatal de Connecticut, aseguró que la clave está en volver a lo básico. Los juguetes más simples son los mejores. Y no se necesitan muchos. En entrevista con el portal Naeyc, especializado en pedagogía de niños, Trawick Smith explicó que los mejores juguetes son los más simples, como losbloques de madera o los títeres. Justamente, como no son tan realistas los pequeños pueden usarlos para miles de juegos. “Este tipo de objetos, sin una finalidad única y específica, permiten múltiples usos, además han estado en la infancia de muchas generaciones. Los juguetes clásicos son nuestra recomendación”, agregó. En la misma línea, el portal BecomingMinimalist explicó que limitar la cantidad de juguetes es una práctica saludable. Joshua Becker, autor del artículo, advirtió que el exceso de objetos para divertirse evita que el niño desarrolle su imaginación. Una conclusión a la que ya habían llegado los investigadores alemanes RainerStrick y Ele Schubert, quienes en 1999 probaron que los menores no necesitan infinidad de juguetes. Estos científicos realizaron un experimento en el que quitaron los juguetes de un salón de clases y dejar solo mesas y sillas. Después del aburrimiento inicial, los niños incorporaron estos elementos a sus dinámicas. Además de estimular su imaginación, en esta práctica los niños también aprenden a ser recursivos, pues tienen que resolver el problema de jugar con pocos materiales y objetos a la mano. Por eso también terminan aprendiendo el valor de la perseverancia y el reto que implica descifrar juguetes sobre los cuales no conocen su funcionamiento. Cuando un niño tiene un sin fin de alternativas para divertirse sus periodos de atención son muy cortos. Como siempre hay un juguete nuevo en línea de espera, no valoran el momento del juego y en cuestión de minutos pasarán a otro objeto. Por eso es muy común que, luego de la emoción inicial, los niños descarten y olviden los juguetes que pidieron insistentemente. Desarrollar mejores habilidades sociales es otro de los beneficios de esta práctica. De acuerdo con Becker, los niños aprenden a compartir con otros y a tener mejores relaciones interpersonales, un hecho que va de la mano con que peleen menos y no sean egoístas, pues los juguetes son una fuente de discusión entre los menores. Así que ¡a regalar menos juguetes esta Navidad!