“Créanme, conversar en medio del conflicto es la forma más efectiva para ponerle punto final a esta absurda guerra”, dijo el presidente Juan Manuel Santos en su alocución la noche del domingo, al explicarle al país las razones que lo llevaron a tomar la decisión de suspender los diálogos con la guerrilla de las FARC que se adelantan en La Habana, Cuba. “Hay que ser claros: aunque estamos negociando en medio del conflicto, las FARC tienen que entender que a la paz no se llega recrudeciendo las acciones violentas y minando la confianza”, reiteró Santos. La postura discursiva del presidente de la república no se corresponde con las decisiones que ha tomado al ordenarles a los negociadores gubernamentales no viajar a La Habana hasta nueva orden. Si su convicción fuera a toda prueba, tendría que ser más coherente y no pararse de la mesa de conversaciones. Estamos pues frente a un proceso de paz asimétrico. Y esa asimetría pasa por reivindicar como exitosas las acciones de la fuerza pública contra la insurgencia y condenar las acciones militares de las FARC contra las tropas constitucionales. ¿Cuál ha sido la proporción de muertos, entre uniformados de la Policía y el Ejército, y de la guerrilla? Por supuesto, son condenables las acciones de la insurgencia contra la población civil y la infraestructura productiva del país, pero también caben allí los cuestionamientos a los ataques de la fuerza pública contra comunidades inermes y su falta de diligencia para atender sus condiciones de inseguridad, así como los comportamientos ilegales de sectores de organismos de seguridad contra el proceso de paz. Sin embargo, los hechos de confrontación armada, como ataques entre combatientes en terreno sin compromiso de la población civil deben tener las mismas consideraciones de quienes están sentados a lado y lado de la mesa de conversaciones en La Habana: son parte de la confrontación bélica, que justamente se está intentando superar por la vía del diálogo. Y eso es lo que parecen no entender el presidente Santos y diversos sectores políticos, económicos y sociales del país. ¿Por qué sólo pedirle entendimiento a la guerrilla, cuando son dos los ejércitos los que están en el campo de batalla? ¿Acaso son los únicos responsables de la guerra? Pero, más allá de las condiciones asimétricas que imperan alrededor de las conversaciones de paz en medio de la guerra, lo que complica más la situación son las lealtades a la guerra de combatientes de uno y otro ejército. Ya es bastante notorio que un sector de las Fuerzas Armadas constitucionales es más leal al expresidente y senador de la república Álvaro Uribe Vélez que a su comandante en jefe, Juan Manuel Santos. Esa lealtad, en últimas, es a la prolongación de la guerra, para lo que están formados. Aquellos que filtran información tienen un cálculo político y militar, y en ello juega un papel fundamental el expresidente Uribe Vélez. Su Twitter es efectivo en desequilibrar a la opinión pública y restarle apoyo al proceso de negociaciones con las FARC. Para los militares troperos, leales a la guerra, es su mejor vehículo de propaganda. Exageró el presidente Santos al suspender las conversaciones con las FARC. Me imagino que detrás de esa decisión estaban los generales de la república, quienes en solidaridad de cuerpo, se unieron para exigirle condiciones a su comandante en jefe, a quien miran con bastante reserva por intentar llevar al país a comprometerse con una salida negociada al conflicto armado. Por las venas les corre la sangre bélica, uno de los principales escollos para desactivar la confrontación armada en este país. Y esa misma sangre impetuosa les corre a los insurgentes en las selvas y montañas. Llevan años viviendo bajo las condiciones extremas de la confrontación, no conocen otra condición de vida. Son también soldados leales a la guerra y entienden que se está negociando en medio del conflicto, por tanto es lógico que continúen con sus acciones armadas, por muy cuestionables que sean. A los guerrilleros en las montañas nadie les ha dado la orden de detener sus operaciones militares y replegarse a la espera de un acuerdo. Lo que tienen claro en el monte es que se negocia en medio de la guerra y mientras no haya un acuerdo concreto en ese sentido, nada evitará su lealtad a la guerra. Para quienes han vivido en armas muchos años, en medio del olor a pólvora y en función de perseguir al enemigo, la idea de cambiar de vida, que conlleva, a pesar del peligro, privilegios, en cada bando a su manera, la paz se puede convertir en una pesadilla. La pérdida de reconocimiento social, su falta de acción, el reposo de la adrenalina y los cambios de objetivos de vida generan miedos profundos. En esas mentalidades también se juega la paz o la guerra. “Yo sé que a veces hay confusión sobre los avances que se han logrado, por desconocimiento y –sobre todo– porque es difícil entender que, mientras se habla en La Habana, la confrontación sigue en el país”, declaró el presidente Santos en su alocución, pero así se pactó desde un principio, lo que supone que en ambos bandos se mantendrá la lealtad a la guerra. Por tanto no debería haber reproches, a menos, claro está, que se vulnere a la población civil. La suspensión de las conversaciones con las FARC genera un momento de reflexión sobre esa alternativa de seguir dialogando en medio de la guerra. Creo que las opciones son pocas: o se mantiene la decisión, tal como se acordó entre las partes, de continuar negociando en medio del conflicto y se aceptan los costos que acarrea un escenario de esos, o se comienza trabajar en un acuerdo sobre el cese bilateral al fuego, lo que supondría un desescalamiento de la confrontación armada y, por tanto, se crearían las condiciones para evitar los ruidos de los fusiles en la mesa de La Habana. Mientras no se avance en esa perspectiva, aquellos que son leales a la guerra continuarán con sus acciones, cada uno a su manera, como saben hacerlo desde hace muchos años, y exigirán que no se les cuestione, pues esas son las condiciones que se pactaron. En Twitter: jdrestrepoe (*) Periodista y docente universitario