Atado a la orilla Andrea Cote Si supieras que afuera de la casa,atado a la orilla del puerto quebrado, hay un río quemante como las aceras. Que cuando toca la tierra es como un desierto al derrumbarsey trae hierba encendida para que ascienda por las paredes, aunque te des a creer que el muro perturbado por las enredaderas es milagro de la humedad y no de la ceniza del agua. Si supieras que el río no es de agua y no trae barcosni maderos, sólo pequeñas algascrecidas en el pecho de hombres dormidos. Si supieras que ese río corre y que es como nosotros o como todo lo que tarde o temprano tiene que hundirse en la tierra. Tú no sabes,pero yo alguna vez lo he visto hace parte de las cosas que cuando se están yendo parece que se quedan. De Conversación a oscuras Horacio Benavides Te metieron en una bolsa negray te llevaron al monte yo por entre los matorrales los seguí Los hombres decían chistescavaban y reían Cuando las cosas empezaron a calmarfuimos al monte y te trajimos a la casapara que no te sintieras solo, hermano Ahora estás en el solar A tu lado sembramos un ciruelo,el que da las frutas que tanto te gustan y todos los días lo regamos con aguay con lágrimas La pregunta Mery Yolanda Sánchez Te han tirado al patio de las ranas. Sobre ti, pompas de jabón. Te preguntabas por qué las gallinas son tristes y van con una queja eterna. Hoy te picotean y no saben qué eres. Alguien te habrá mirado por última vez como un mal recuerdo. Nunca supiste estar de pie, no te gustaba estar pendiente. Sin embargo, te acostumbraste a dormir con ropa por si te sacaban con el sueño. De El crecimiento del vacío Néstor Raúl Correa Haz como si los cuerpos que bajan por el ríocon gallinazosno fueran de nadiehija mía. Como si el ruido de cráneos en las fosasse pareciera al silencioque hay en el silenciohijo mío. Como si lo que pasadía a díano pasara. Cuestión de estadísticas Piedad Bonnett Fueron veintidós, dice la crónica.Diecisiete varones, tres mujeres,dos niños de miradas aleladas,sesenta y tres disparos, cuatro credos,tres maldiciones hondas, apagadas,cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,cuarenta y cuatro manos desarmadas,un solo miedo, un odio que crepita,y un millar de silencios extendiendosus vendas sobre el alma mutilada. Chengue Camila Charry En la radio anuncian que han tomado el pueblo. Que hubo explosiones restos de carne que se estrellaron contra otros cuerpos. Que todo fue muy rápido. Que las gallinas dejaron en el aire después de arder bajo el estallido sus plumas como un ala de neblina que no permitió ver con claridad cuántos muertos fueron. Que fue un horror no haberlos visto bien. Que deberán regresar en la madrugada para contar los cuerpos adivinar las formas entre los fragmentos en pleno domingo, sin día de descanso, sin recibir un pago adicional. Dijeron, en la radio, que la vida nunca es justa. Los que tienen por oficio lavar las calles José Manuel Arango Los que tienen por oficio lavar las calles(madrugan, Dios les ayuda)encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre Y la lavan también: es su oficioAprisano sea que los primeros transeúntes la pisen Hospital Militar Maruja Vieira ¡Dios, qué mano tan fría! dijo el soldado herido. En la silla de ruedas su figura sería un árbol joven con las ramas cortadas. Porque allí no había mano, sólo unos ojos hondos, muy hondos, que parecían preguntarle algo a Dios. Llanura de Tuluá Fernando Charry Lara Al borde del camino, los dos cuerposuno junto del otro,desde lejos parecen amarse. Un hombre y una muchacha, delgadasformas cálidastendidas en la hierba, devorándose. Estrechamente enlazando sus cinturasaquellos brazos jóvenes,se piensa:soñarán entregadas sus dos bocas,sus silencios, sus manos, sus miradas. Mas no hay beso, sino el vientosino el aireseco del verano sin movimiento. Uno junto del otro están caídos,muertos,al borde del camino, los dos cuerpos. Debieron ser esbeltas sus dos sombrasde languidezadorándose en la tarde. Y debieron ser terribles sus dos rostrosfrente a lasamenazas y relámpagos. Son cuerpos que son piedra, que son nada,son cuerpos de mentira, mutilados,de su suerte ignorantes, de su muerte,y ahora, ya de cerca contemplados,ocasión de voraces negras aves. Le puede interesar: De Neruda a Frank Báez: 7 poemas para celebrar a Walt Whitman Patria violenta Jorge Gaitán Durán Violenta patria mía:en mí creció tu amor tardíocomo una bocanada de perfume salvaje.Todo estaba impregnado de ti,el mar, los cien paísesque conocí, con tu dolor siguiéndomecomo si fuera ya mi propia sombra.Me bastaba nombrarte y ya teníael gusto de tu piel: un sabor a panalcolgado en los fragmentos de los árboles.Mientras más me alejaba de tu suelomás me reconocía en tu destino,mi amor era más grande y tu bellezarural crecía con el sufrimiento.¿Ahora quién podrá negarmetu combate nocturno?¿Quién podrá quitarme de las manosel puñado de tierra empapada en sangrede mis hermanos y esa rama verdeque antes de partir arranqué de tu seno? Parábola de los dos hermanos Víctor Gaviria Había una vez dos hermanos que negociabancon ganado robado, vaya a saber sus razones.Descontento de cuentas, el menor se peleócon su hermano mayor,y contrató unos hombres para que lo mataran.Un niño, como siempre, fue testigo del crimen,y los hombres fueron descubiertos.El hermano menor huyó de su casa,los asesinos de su hermano huyeron también, rastreando su pista,hasta hallarlo en otra vereda cercana, tan míseray tan próspera como la anterior.Pidieron plata por su silencio,él les envió dinero en un sobre. La lenguales picaba y les daba vuelta en la bocapor decir el hecho escandaloso,entonces el hermano menor contrató a otros hombrespara que mataran a los primeros hombres.Los asesinos fueron a su vez asesinados,sorprendidos por los segundos hombres cuando menoslo esperaban.El hermano menor descansó aliviado,pero los segundos asesinos eran todavía más pobresy más despiadados,y pidieron dinero por su doble silencio.Entonces el hermano buscó entre la gentea otros hombres peores,habló de paso con ellos,pero los segundos hombres desconfiaron a tiempoy lo mataron frente a su casa,la que era apenas su casa transitoria,y fue hallado su cuerpo entre el rastrojo,frío y tieso como un palo.Los segundos hombres se dispersaron en el actoy se disolvieron entre la gente.Los terceros hombres son cualquiera, nosotros,los justos,todavía más pobres y más despiadados. Poema amarillista Santiago Rodas Homenaje a David Quintana La sangre baja por la lomay alcanza a dar la curva completa.Los niños al lado del nicho de la virgenmiran atentos al hombre en el suelo.Uno con la camiseta de Slayer y las manos en los bolsillosanaliza la moto en el pavimento.Las señoras con las manos cruzadasmiran atentas a los de la Sijinque toman fotos del rostro para identificarlo.Los números, como en las películas, marcan los puntos relevantes.El morral todavía en su espalda,el casco puesto,Las manos que ya no se aferran del manubrio de la moto agarran el vacío. Empieza la lluvia.La gente se resguarda en los techos.Hombres con trajes blancos se llevan el cuerpoque ya no es Juan David Quintana.La moto queda intacta.La sangre se mezcla con el agua.Alguien dice que El Señor sabe hacer sus cosas.Nadie tendrá que lavar el suelo. Monólogo de alguien sin voz Darío Jaramillo Agudelo Mi tierra ya no es mi tierra.Fui expulsado de ella, salí a medianoche sin rumbo,salvando la vida como si mi vida valiera alguna cosa.El resto lo perdí, la casa, los muebles,las fotos y las cartas que me conectaban con los muertos de mi sangre.Todo quedó abandonado,de alguna manera muerto,muerto como yo que comencé a morir entonces.Salí con las manos vacías, sin tiempo para llorar,también sin pasado salí de esta tierra que ya no es mía. El espejo de esta casa se niega a reflejarme,nadie me reconoce.Sin lugar y sin pasado,esta tierra no me reconoce.Ya no hay casa.En el lugar habitan gentes que llegaron de ninguna parte.Ahora soy un nómada, una planta sin raíces,un hombre sin nombre y sin memoria. De La ausencia del descanso Helí Ramírez 11 Sueños que se escapan por el hueco de un cortauñas la noche clara cambia los labios de posición rabiay el cielo azul y en algunos espacios amarillosonos cobija en coro corro a la calle que inunda los sentimientos empapeladoslas emisoras desaforadasemiten sus extras la ciudad es un océano de sangre La patria María Mercedes Carranza Esta casa de espesas paredes colonialesy un patio de azaleas muy decimonónicohace varios siglos que se viene abajo.Como si nada las personas van y vienenpor las habitaciones en ruina,hacen el amor, bailan, escriben cartas. A menudo silban balas o es tal vez el vientoque silba a través del techo desfondado.En esta casa los vivos duermen con los muertos,imitan sus costumbres, repiten sus gestosy cuando cantan, cantan sus fracasos. Todo es ruina en esta casa,están en ruina el abrazo y la música,el destino, cada mañana, la risa son ruina;las lágrimas, el silencio, los sueños.Las ventanas muestran paisajes destruidos,carne y ceniza se confunden en las caras,en las bocas las palabras se revuelven con miedo.En esta casa todos estamos enterrados vivos. El callejón de los asesinos Jaime Jaramillo Escobar Teniendo que hacer un viaje, me dirijo a la estación para tomar el tren de la hora Greenwich.Así pues, comienzo a andar por ilímites potreros, me extravío, y llevo ya dos días perdido enlas montañas,cuando alcanzo a divisar una especie de sendero que comienza al pie de un árbol y se inclina en el horizonte,y me encamino hacia él con la esperanza de poder llegar a tiempo, si algún otroinconveniente no me lo impide,pues lo que sucede es que ignoro por completo el camino de la estación.A poco andar me encuentro metido en una callejuela tortuosa, de aproximadamente unmetro cincuenta de ancho, y aún menos,entre negras paredes de herrerías, cubiertas de hollín, de carbón,pobladas de gente aviesa, sucia.Qué mujeres habrá, desgreñadas, pálidas,qué niños espesos, lentos,que acechan en las puertas, desde lo oscuro,y hombres sentados en montones de arena, que se desliza grano a grano sobre la calleciega.Yo, asustado, continúo rápidamente, procurando no hacer ruido para que no me perciban, para evitar el asalto,hasta que subo por un barranco y allí está la estación,solitaria en la noche, nadie aparece, no hay trenes.Recorro las salas cuidadosamente, una mata me asusta con sus hojas anchas.Voy a dar la vuelta cuando ¡zas!, el hombre,me lo encuentro a boca de jarro, detrás de una columna,me está esperando para matarme, tiene el cuchillo en la mano, me coge por la cabeza.En el expendio de boletos no hay nadie.El asesino, tranquilo, me mira. 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