En un pequeño café cerca de la Universidad Nacional, lugar donde se desempeña como maestro y donde en 2014 recibió un doctorado Honoris Causa, Juan Manuel Roca parece un verdadero bohemio: con su gabán color crema, una bufanda roja y su pelo blanco y crespo. Desde 1973 ha publicado poemarios, ensayos y cuentos, incluido el libro para niños Genaro Manoblanca, fabricante de marimbas (2013). En 2004 recibió el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura. Tras la presentación de Asedios a la palabra (para un arte poético) durante la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el escritor conversó con Arcadia sobre el arte que más le apasiona: la poesía. ¿Qué tiene la poesía que no tienen géneros como la novela o el cuento? Fundamentalmente tiene cosas que no tiene la novela, pero que sí comparte con el cuento. Me parece que el cuento y la poesía son dos hermanas siamesas en muchos aspectos porque hay una mayor contención del lenguaje, un ascetismo de la palabra, siempre tiene que estar pasando algo. En la novela se permiten tiempos muertos. Hay novelas extraordinarias en las que en la mitad del libro no pasa nada y sin embargo no son malas. El Ulises de James Joyce es una prueba de eso. La poesía requiere de una contención que también le es común al cuento. Así haya una poesía narrativa, que la hay y es magnífica, ya que esos dos géneros se han unificado y complementado desde Baudelaire y el poema en prosa, que puede oscilar entre en cantar y el contar. Una novela no se puede permitir esa contención porque intenta explayarse de una manera mucho más vertiginosa, inclusive porque hay más variedad de sucesos y personajes. Yo creo que se puede crear una teoría general de las artes a partir de lo poético para decir que donde no hay poesía no hay arte. La narrativa, el cine, las artes plásticas…lo que no contempla una poética para mí es dudoso. La poesía para mí es una forma de pensar que a veces se dan imágenes o ritmos o atmósferas, pero siempre hay un pensamiento alrededor de eso. ¿Con qué género literario se identifica mejor? Para mí, la mayor de las artes escritas es la poesía. Y me parece tal vez la más riesgosa y la aventura más auténtica, que no se busca por la luminaria, ni el micrófono, ni el aplauso. Muy pocos sellos comerciales publican poesía y aunque eso podría parecer un detrimento, hace que la poesía tenga una digestión lenta y varios estómagos. No como pasa con la novela que se les exige a los novelistas una anual y no se media el reposo ni la reflexión y por eso muchas de ellas hacen el tránsito de la edición al olvido. A mí hay tres géneros que me gustan: el cuento, el ensayo y la poesía. Me parece que además son los tres géneros de las letras colombianas que para mí tienen un rango estético más alto que la novela. Uno puede hacer una gran antología de ensayistas colombianos, lo mismo con los poetas y cuentistas. Es más sincopado y dudoso el carácter de la novela. ¿Cómo cree que ha evolucionado su poética desde la publicación de su primer libro Memoria del agua (1973)? Yo creo que Memoria del agua es un balbuceo de lo que después he intentado hacer. Digamos que hay una manera más consciente. Digo que es un balbuceo porque ahí está todo lo que después he intentado, no sé si bien o mal, desarrollar en los otros libros: un carácter elusivo del lenguaje, una preocupación por la imagen, una idea también de ascetismo del lenguaje, porque yo creo que la poesía demanda eso cada vez más. Cómo encontrar la aguja perdida en el pajar del lenguaje, encontrar la palabra justa, y yo creo que cada vez más soy menos barroco y más minimalista. Parece vanidoso pero alguien decía que uno cuando empieza a escribir escribe lo que puede y cuando avanza escribe lo que quiere. Eso suena muy prepotente, y no creo que sea así, pero sí creo que hay un manejo instrumental del lenguaje que te permite decir más cosas en menos palabras. ¿Qué escritores han influenciado su producción literaria? Sin duda el que más me ha marcado en su visión del mundo es César Vallejo. Cuando yo empecé a escribir poesía era excesivamente vallejiano. Mi primer libro no lo publiqué porque yo quería ser César Vallejo y descubrí que eso era un imposible y me tocaba conformarme con ser Juan Manuel Roca y escribir lo que yo pudiera. César Vallejo para mí es la piedra angular de la poesía en nuestra lengua. Por supuesto un poeta como Arthur Rimbaud, que lo noté en la adolescencia y que logró tumbarme del caballo. Poetas como los expresionistas alemanes. ¿Cuál cree que debería ser la labor del poeta? El poeta fundamentalmente es un traductor de sí mismo que, en la medida que logra hacerlo, logra traducir a los demás. Como esa frase de Rimbaud que dice “yo es otro”. Una idea que va en contravía de ese yo romántico y autorreferencial. Sobre eso me ha enseñado mucho Fernando Pessoa: la posibilidad de ser uno y ser varios. Considero que la poesía se basa en eso: recorrerse. En un explorarse como una forma de pensar. En la Feria del Libro presentó Asedios a la palabra. ¿Por qué utilizar la palabra “asedio” en el título? Es un poco belicoso. Los asedios a alguien o a algo tienen también un carácter como guerrerista. Pero lo cierto es que un poeta es asediado por la palabra, pero también asedia a la palabra. Hay palabras que nos abren puertas y caminos y que nos están asediando, y de pronto aparece una palabra desconocida y se abre un territorio inmenso. Pero el poeta también asedia la palabra: quiere exprimirla y buscar sus esencias. Hay un lenguaje más allá del de todos los días que uno busca. En el libro escribe que “la noche es amplio recinto de la poesía”, ¿a qué se refiere con esto? Me refiero a que la noche es un tiempo dubitativo donde las cosas están a punto de dejar de serlo temporalmente. Cuando cae la noche el perro deja de ser perro, el umbral deja de ser umbral, la mesa deja de ser mesa y se integran a un todo como la poesía. Porque la poesía también ama el desdibujo, entonces la poesía que no cuenta exactamente lo que ve sino lo que intuye, porque se mueve mucho en los caminos de intuición, está muy afincada en la nocturnidad. Yo siempre digo que el día está hecho para la desmemoria, para el ajetreo y para las pequeñas cosas grandes y mezquinas. Pero la noche está hecha para la reflexión, la intuición y para ese reino dudoso que propicia la poesía. Un poeta es siempre alguien que duda de la realidad y que quiere incluso modificarla a través del lenguaje. ¿Qué le hace falta a la poesía colombiana? Creo que le hace falta un poco de desenfado. Un poco, por ejemplo, desde el ámbito político, le sobra hierro y rudeza y le hace falta humor e ironía. La poesía colombiana, que durante muchos años ha sido muy solemne, siempre se agradece cuando aparece un sesgo auto-irónico y cuando no hay temas preconcebidamente poéticos con palabras preconcebidamente poéticas. Por ejemplo, hay gente que piensa que la rosa es poética porque ya tiene un carácter emblemático de belleza. Luis Tejada decía que hay que otorgarle el mismo rango estético a la rosa como a la zanahoria. Es muy fácil llevarle un mal poema a su amada en un ramo de rosas y, a pesar de que el poema sea muy malo, parezca poético porque lo que le entrega son rosas. Lo difícil es llevarle un ramo de zanahorias y que eso tenga un rango estético. Yo creo que eso le falta a la poesía colombiana y más a la poesía reciente, que toda parece igual y cortada por el mismo molde, con un gran deseo de ser mirados. ¿Por qué es importante leer poesía en un país como Colombia? Yo creo que es importante leer poesía como es importante respirar. Yo creo que es importante leer poesía porque es una forma de entenderse a uno y a uno en los demás. Yo creo que es importante porque en una encrucijada histórica de barbarie como la que vivimos hace tanto tiempo, la poesía siempre busque a través de una mirada mesiánica un mejor mundo está a contramarcha de toda esa barbarie: es una resistencia espiritual.
Asedios a la palabra (para un arte poético) Juan Manuel Roca Siglo del Hombre Editores 290 páginas