Una de las primeras cosas que llaman la atención de su biografía es la cantidad de sitios en los que ha vivido. ¿Qué le aporta esa trashumancia a su mirada del mundo? ¿Cómo se alimenta su escritura de esa naturaleza nómada?He vivido en varios países, sí. Francia, primero, Berlín, Buenos Aires, Nueva York, un tiempo no tan largo en Chile y finalmente en Bogotá. Todos esos países y ciudades me han afectado de un modo u otro, pero no sabría describir de qué manera, porque se trata de corrientes subterráneas. Sería ingenuo pensar que, de haberme quedado en Montevideo, mi escritura sería igual. No, y no sólo porque los temas se han ido desplazando hacia otras ciudades, otros escenarios, otros tipos del “ser extranjero”. De todas maneras, siento que la línea que une La azotea y La ciudad invencible, escritas con 12 años de distancia, es clara; lo es al menos para mí. Podemos sentirnos amenazados en nuestra propia casa, podemos atrincherarnos, convertir un pequeño apartamento en el único mundo posible, igual que en una ciudad extranjera buscamos formas de protegernos, de construir nuestra identidad en contraposición a ese “otro” al que no conocemos ni entendemos del todo.En el proceso de cambiar de ciudad, de adaptarse a una cultura nueva, de conocerla, de integrarla, etc., uno se va modificando, se deja modificar, y la escritura también va cambiando, pero siempre dentro de un mismo imaginario más o menos flexible, las mismas obsesiones y dolores que están ahí desde antes de empezar a escribir.En muchas ocasiones mirar la cultura de un país desde la posición del extranjero ayuda a percibir elementos que a los locales se les escapan. En el tiempo que lleva en Colombia, ¿qué rasgos de nuestras letras le parecen reseñables?Colombia es un país de contrastes. Eso siempre es interesante para el arte, que se alimenta de las complejidades, de la riqueza sensorial, de la diversidad y de la tradición. La literatura colombiana que más me interesa es la que podríamos llamar Lado B, esos autores que a veces ni los propios colombianos han oído nombrar. Ahí encontré lo más raro y por lo tanto enriquecedor, que se sale del cliché y que forma parte de esa tradición literaria tan rica a la que me refería. Autores como José Félix Fuenmayor, Osorio Lizarazo, Jaime Jaramillo Escobar, Carrasquilla o el fabuloso libro de correspondencias de Emma Reyes, entre otros.Antes usted hablaba de los mecanismos de protección que buscamos todos. Algo de eso hay en La azotea: Clara y su familia se atrincheran en su casa, buscando salvarse de los riesgos de un peligroso afuera. ¿Qué papel le concede a la literatura en estos tiempos de realidades amenazantes?Nunca pienso la literatura como un retrato de una civilización (demasiado amplio), ni siquiera de una sociedad, sino en términos del individuo, de casos particulares. Eso no significa que yo, como persona política, no opine ciertas cosas sobre el devenir de nuestra sociedad, pero no es lo que me interesa abordar en mis libros. (Prefiero escribir sobre la experiencia personal de una pequeña persona, un simple mortal.) Tal vez porque la literatura es una disciplina que aún se salva de la masificación. Entiendo la escritura como una artesanía. Vista desde la distancia, ¿qué opinión le merece La azotea, una novela que usted escribió siendo muy joven? ¿Qué le gusta y qué le incomoda de ella?No me incomoda nada de ella. Tampoco pienso en términos de si me gusta o no me gusta. Es una historia que sigue tan vigente como en el momento en que la escribí, o incluso más. Tal vez porque la locura, la obsesión y el amor son temas que no tienen tiempo.¿Cuál es su ars narrativo a la hora de escribir cuentos? ¿Escribir No soñarás flores implicó asumir una rutina de escritura y una mirada distintas a las que usó en las novelas?Los cuentos fueron escritos en momentos distintos, por lo que no tuve una rutina de escritura como pude tenerla con las novelas, por ejemplo. El cuento más viejo es de 2009 y los más nuevos son de 2014. Yo entiendo que No soñarás flores resume un período de investigación, tanto estilística como en cuanto a ciertos temas nuevos. Al final, se nota una tendencia hacia estructuras más abiertas o experimentales, si bien los cuentos no están en orden cronológico ni contienen la fecha en que los escribí. La mirada es siempre la misma y a su vez va cambiando, como la vida misma: una es la misma persona ahora que a los 23 años y a su vez es otra completamente distinta. Lo mismo pasa con la mirada.¿Cuál es el primer consejo para escribir que les da a sus estudiantes de la Maestría de Escrituras Creativas de la Nacional? ¿Cuáles son, para usted, los ingredientes básicos que debe tener alguien que quiera escribir literatura?No doy consejos para escribir. Tal vez lo único que podría decir es que hay que saber manejar nuestras herramientas, las herramientas del escritor, con soltura para poder olvidarnos de ellas y concentrarnos en lo que es verdaderamente importante: lo que se quiere decir más allá de las palabras. Es como ser un dibujante y no manejar la técnica o no saber agarrar un lápiz. Alguien que está todo el tiempo pensando en cómo mover la mano, no puede concentrarse por completo en el dibujo en sí. Pero la verdad es que no doy consejos, porque trabajamos sobre los textos mismos, y los textos son todos diferentes, cada uno de ellos necesita algo que no se puede englobar en un consejo general.En cuanto a la segunda pregunta: no creo en que se necesite ningún ingrediente básico más que la honestidad (al momento de escribir) y las ganas de dedicar la vida entera a una disciplina, un oficio, una artesanía en la que casi seguramente nunca te sentirás satisfecho y que puede ser muy mezquina a nivel de reconocimiento. Quien esté dispuesto, adelante.