Son las dos de la tarde y la conversación comienza en punto. El cielo está gris, los meseros que caminan por la recepción del hotel dicen que va a llover pronto. Por un momento suena a lugar común: precisamente estamos reunidos para hablar de un libro que tiene que ver con eso, con la lluvia. Después de casi diez minutos de conversación, es posible comprobar aquello que alguna vez dijo sobre él Julio Villanueva Chang: Juan Villoro posee una “inteligencia sin vanidad”. Inteligencia que se nota por su facilidad para opinar con argumento sobre casi cualquier tema. Así como es capaz de hablar o escribir sobre fútbol, rock, la política mexicana, también puede opinar con fondo sobre el amor o El matrimonio de los peces rojos, el libro de cuentos de Guadalupe Nettel, una de las escritoras mexicanas que se destaca actualmente y que perteneció a su taller. La falta de vanidad se le nota. Se interesa de forma genuina por el ambiente: ¿ya vas a grabar? ¿estás bien? y está sentado con tranquilidad en un sofá. No le preocupa quién lo mira: no hay poses ni tonos líricos o literarios en su voz, no hay citas continuas y forzadas a otros autores, se deja llevar por la conversación, hace pausas, se muestra vulnerable y hasta se ríe un poco de él mismo. —¿Qué opina de eso que alguien dijo alguna vez: "Juan Villoro es un género literario en sí mismo"? —Eso lo dijo el escritor mexicano Sergio González, creo que un poco en broma, porque escribo en géneros literarios diferentes. Y porque al igual que las moscas, es fácil encontrarme en varios lugares, como “una presencia incesante”. Sobre su capacidad de escribir ensayos, guiones para teatros, cuentos, novelas, crónicas o columnas de opinión, dice admirar mucho a escritores que se conforman con un género o subgénero. También a aquellos que incursionan en el género policial y se quedan con un detective o un personaje que la gente identifica con facilidad. Pero su caso es distinto: “Mi temperamento es diferente. Tengo mucha curiosidad simultánea: es mi personalidad. Es como un actor que se prepara para el personaje de rey, camina como rey y luego es un mendigo”. Cuenta que al terminar un proyecto y antes de empezar otro, se toma unos días para perder la costumbre y asumir otra voz. “Es como perder un hábito”. Le puede interesar: “México se ha convertido en una gigantesca necrópolis": Juan Villoro Sospechar de lo fácil y sobre los recuerdos Al hablar sobre la facilidad que parece tener para escribir casi cualquier cosa, menciona la importancia de desconfiar. “Una de las grandes lecciones de los libros es que no quieren ser escritos”. Y dice que la calidad de un texto suele estar relacionada con la dificultad que implicó escribirlo. “Lo más importante es vencer las dificultades para que todo parezca deliberado, dar la impresión que un cuento solo puede ser escrito así, de esa forma”. Y para que quede clara la dificultad que implica un proceso de escritura, recuerda lo que le ocurrió a Shakespeare incluso con Hamlet: al ver su trabajo, sintió decepción. A él, un escritor al que todo parece salirle bien, le sigo preguntando sobre sus dificultades. Algo tiene que costarle, pienso. Menciona la lucha que tiene por cambiar esa predisposición suya a terminar los párrafos de forma “aforista”, a tener una frase de remate. También dice que, al igual que otros escritores, se enfrenta a esa dificultad para sacrificar, por ejemplo, frases que, aunque son buenas, no contribuyen al texto. Considera que reconocer esas frases y poder hacerlo es una ventaja. En la memoria, el tema de la pasada Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, dice confiar: “Si no recuerdo algo, no lo merezco”. Y recuerda una vez, cuando de niño despertó una noche justo con la información que necesitaba. Para dar una idea de la importancia que le concede, cuenta que alguna vez una editorial le pidió seleccionar algunos de sus textos para hacer una antología. Se sentó en una mesa con una hoja y un papel a escribir los títulos que recordaba. “Hice mi selección, la de mi memoria”. Y es que acostumbra a “dejar que ella decante”. Actualmente está escribiendo una novela sobre los sueños, un tema que ha tratado el escritor Augusto Monterroso, uno de sus maestros. En teatro, está escribiendo una obra donde los personajes hablan bajo el efecto de una droga cuyo afecto interfiere en la zona del lenguaje. ¿Sobre qué no ha escrito?, pregunto. Responde que sobre muchos temas. Reconoce que tal vez no escribirá sobre el mundo circense y en ningún relato suyo hablará un perro capaz de hablar. “No me gusta”, dice. Entre sus lecturas actuales menciona a Mariana Enríquez y Silvina Ocampo. La entrevista termina a la hora acordada y en punto. Ha tocado varios temas, ha saltado entre ellos y al final han quedado todos unidos con coherencia, como una tela hecha a partir de trozos más pequeños y cocida con habilidad para que no se noten las costuras. Ha sido amable sin empalagar, ha citado con naturalidad y cuando es necesario, no ha tenido problema en decir "no sé" o en dudar. No se ha preocupado por otra gente reconocida que pasó por su lado. Lo único que desvió su atención unos segundos fue una niña pequeña con un vestido en tono pastel que pasó por un lado, a la que miró rápidamente con una sonrisa —tal vez porque le recordó a su hija Inés—. Es Juan Villoro, como lo han descrito, con esa inteligencia sin vanidad de pocos. Le puede interesar: Mariana Enríquez: por una literatura irresponsable Conferencia sobre la lluvia y la “geometría del amor” Angosta Editores publicó recientemente Conferencia sobre la lluvia, un texto que surgió para una obra teatral presentada en México. Le gustó la idea porque apoya a las editoriales independientes que, cree, se la juegan toda frente a los grandes grupos editoriales y le apuestan a “un acto de presencia”: estar, publicar, apoyar autores y tener sus libros y eventos, aunque las ganancias no sean grandes y el esfuerzo sea mucho. Conferencia sobre la lluvia cuenta la historia de un bibliotecario solitario a quien le encargan una charla y, ante los nervios de hablar en público, pierde sus papeles y empieza a hablar de forma improvisada y sin estructura –como la lluvia– de temas personales. En el libro aparece Laura, una mujer interesada en vivir con él una experiencia física y parcial, y quien ya tiene una compañía. La historia entre los dos se transforma cuando él cambia “la compleja geometría del amor”: “hay personas como Laura que necesitan complementos diferentes –varias parejas– mientras que a otras solo les basta una". Encajar, entender el espacio ajeno, definir los derechos y comprenderlos es parte de eso que él llama geometría y que podría entenderse como la forma en que encajan dos personas. Y se va a la vida práctica con este ejemplo: uno de los errores grandes que comete alguien actualmente, es revisar el WhatsApp o el correo electrónico de su pareja, dice. Este relato surgió cuando lo invitaron a escribir una obra de teatro para inaugurar una biblioteca en México y en la que solo había presupuesto para un actor. Y pensó qué pasaría si tuviera que dar una conferencia y, en lugar de hacerlo, hablara sobre sí mismo. Como dato curioso, agrega que después de escribir la obra, conoció a una mujer como Laura, que aparece en el relato. Fragmento: “Fui su rehén amoroso. Con ella conocí una dicha corporal que no creí que me estuviera destinada. “Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan delicadas”. Un verso de Cummings. ¡Cómo me gustaría sentir ahora esas manos en mi espalda! Manos como una caricia de agua. Aprendí a amar sus gestos. Cuando sus dedos reposaban sobre una mesa, no había otra forma de tocar una mesa. Los movimientos que en los demás eran comunes en ella constituían un absoluto, un dogma de la perfección. La veía atarse la trabilla del zapato o doblar un klínex como quien contempla una anunciación. La amé con una intensidad desconocida, que no me da vergüenza confesar. Pero yo sólo le interesaba parcialmente. No soy un hombre apuesto y carezco de ese magnetismo indescifrable que se llama “carisma”. No era una chica que pudiera deslumbrarse con yates o mansiones, pero sí admiraba las posesiones intelectuales, el prestigio del que sabe algo único. No soy una figura del pensamiento; tampoco soy un atleta que despierta aguerridos entusiasmos corporales. Ignoro lo que ella vio en mí, pero sólo deseaba una relación física. “Fuera del organismo, nada”, así me dijo. Es posible que mi torpeza le haya parecido una forma de la sinceridad. Estaba harta de la sublime pedantería de sus colegas. Ante ella, mi cuerpo reaccionaba con la franqueza del que ama. Nuestro acuerdo táctil era perfecto, y no quiso nada más. No aceptó ir a mi casa. Jamás fuimos a un restaurante ni paseamos por un parque. No supe los pequeños secretos que saben los amantes. Ignoré el sabor que más le gustaba, las cucharadas de edulcorante que usaba para el té”. Le puede interesar: Poesía necesaria: lo nuevo de Luis Miguel Rivas y Santiago Rodas