2019 fue un año de agitación política en el mundo, y América Latina no fue la excepción. Chile, Bolivia y Colombia son fieles ejemplos de ello. La gente salió a las calles, protestó, ocupó el espacio público sin timidez. Desde muchos frentes, los ciudadanos han puesto sobre la mesa demandas y exigencias, buscando redefinir su destino, su propio rumbo. En un contexto como este, la necesidad de articular una voz propia desde y sobre América Latina se refrenda como parte de un ejercicio de autodeterminación social colectiva. Y eso es precisamente lo que buscó Marixa Lasso en su último libro, Erased. The Untold Story of the Panama Canal (Borrado: la historia no contada del Canal de Panamá), publicado este año por Harvard University Press. Lasso es historiadora, con una influyente trayectoria en Colombia como profesora del Departamento de Historia de la Universidad Nacional y en Panamá como actual Directora de Investigaciones y Publicaciones del Ministerio de Cultura. En Erased, cuenta de manera intrépida, desde el trópico y como historiadora panameña que es, la historia de las tensiones entre tecnología y progreso en la construcción del Canal, para así demostrar, a partir un ejercicio riguroso de archivos e interpretación histórica, que las ideas sobre el atraso latinoamericano no son más que un mito político, una narrativa compuesta desde otros lugares con la que debemos romper. Con esto, su libro también demuestra que, si nos ocupamos de nuestro propio pasado (y de nuestro propio presente), las ideas sobre nosotros mismos cambian para darle la vuelta a nuestra propia vida social. ARCADIA conversó con Lasso sobre su libro y sobre la importancia de construir ese relato propio.
La historiadora Marixa Lasso, autora de Erased. The Untold Story of the Panama Canal. Foto: Harold Rodríguez. Erased saca a la luz el complicado proceso de traer a la vida el Canal de Panamá; en especial para los mismos panameños. Con esto intenta desestabilizar la narrativa triunfante de la tecnología y del progreso, para estudiar qué pasó en la trasescena de esa puesta en marcha. ¿Qué nos enseña a los latinoamericanos esta relectura del pasado del Canal que usted propone? Esta historia nos enseña tanto a panameños como a latinoamericanos en general. Para Panamá, se trata de la historia de una de las infraestructuras más importantes de ese país, una que define gran parte de nuestra identidad. El Canal es parte del orgullo local y de la economía, de todo, y no había un libro de historia que contara esa historia desde la perspectiva de los panameños que vivían ahí y que habían usado esa ruta por siglos. Ese Canal no se construyó sobre la nada, no se construyó sobre la selva, aunque ese es el imaginario. Se construyó sobre la que era la zona más densamente poblada del país, donde vivía el catorce por ciento de la población, y esa población es parte de esa historia, le afecta esa historia, y este libro resalta precisamente eso: la participación longeva de los panameños en la zona. Para América Latina, esta es una historia desde la perspectiva del habitante del trópico. Es una historia que busca legitimar la mirada del historiador que crece en el trópico, como yo. Crecemos con frecuencia con la visión de que el trópico no participa, de que el trópico no es agente histórico, de que los habitantes del trópico no innovamos, no construimos, no hacemos. Esta historia cuenta entonces otra historia, una que es todo lo contrario a lo que hemos escuchado. Poniendo a Panamá como eje central, muestra cómo América Latina es una región de enorme innovación política y tecnológica, protagonista absoluto en ello, y la pregunta que resuelve es cómo se borró ese protagonismo nuestro, quiénes y por qué lo hicieron y a quiénes se excluyó y con qué propósitos. De cara a las realidades que hoy por hoy vivimos en la región, ¿cómo esta nueva historia del Canal contribuye a actuar y pensar el presente de América Latina, en lo social y lo político? Estoy convencida de que si uno es consciente de su participación en la historia, uno se siente con derecho a influir en el presente y el futuro. Entonces, recuperar nuestra propia historia es recuperar la participación de todos hoy. Este libro ilumina la historia política, urbana y económica de los panameños, y así se convierte en una herramienta de acción en el presente. Yo cuento la historia no de unos cuantos, sino de muchos: los bogas, los afropanameños que iban a los ríos, de los que manejaban las mulas y de todos los que contribuyeron al desarrollo de esa ruta del Canal. Precisar su historia significa que podemos decir: “Hoy todos tenemos derecho a seguir influyendo en esa ruta y decidir qué hacemos con ella, cómo se usa, cómo se maneja, quién se beneficia”. Los panameños tenemos derecho. La zona del Canal era un lugar vibrante, dinámico, y un escenario del republicanismo de vanguardia del mundo atlántico, pero el imaginario de muchos de ese espacio del Canal es el de un paisaje selvático que permaneció deshabitado hasta la llegada de los estadounidenses, algo que Erased justamente cuestiona. ¿Cómo era realmente ese paisaje panameño y por qué su realidad histórica era la de un lugar vibrante y dinámico? Sí, el imaginario que se tiene es que mucho de la zona del Canal era simplemente selva porque lo que se permaneció fue la instalación de unas bases militares norteamericanas, junto a unos pueblos norteamericanos de la compañía del Canal, que desde entonces parecen pequeños suburbios estadounidenses. Y, en efecto, ahí, en ese espacio, no queda casi huella de la antigua zona urbana que sí existió antes y que compuso un panorama muy vivo. Parte de la retórica es que “se llegó allí”, que ese era un espacio inhóspito donde finalmente llegó la modernidad estadounidense para transformar la selva. Pero eso es errado. Recordemos que, desde la conquista española, Panamá se configuró como un punto de paso estratégico. Por allí pasaban las mercancías que iban a Suramérica desde Europa. Este fue un punto crucial desde que el imperio español se organizó en torno a la plata peruana. Así que para el momento en que los estadounidenses aparecen, ese ya era un lugar de pueblos muy longevos que desde la colonia movilizaban la economía y activaban la vida social de la región. A partir del siglo XIX, nuevos actores históricos aparecieron e instalaron una nueva ruta a lo largo del río Chagres, sobre el que luego se construiría el canal. Allí, además, en 1855 se inauguró un ferrocarril, el primero de Colombia –Panamá en ese momento era aún parte de Colombia–. Ese, también, fue el primer ferrocarril interoceánico de todas las Américas. La geografía cambió desde la colonia y en el siglo XIX también lo hizo, a manos de muchos y antes de los estadounidenses. La idea de que eso era selva es eso, una idea nada más. Para el XIX, Panamá era el lugar de las últimas tecnologías de transporte y de comunicación; había nuevos pueblos y nuevos inmigrantes, chinos y de las Antillas inglesas, y con ello la población se volvió aún más diversa. La zona tenía entonces templos, iglesias protestantes, todo un universo que con la construcción del Canal francés en 1880 –que no se concluyó– creció y creció para dar cabida a más gente todavía y más tecnología. E incluso el crecimiento de este paisaje continuó con la construcción del Canal estadounidense. La retórica de la selva encubre esto. “La historia no la hacen solamente los grandes hombres y mujeres”
Carátula de Erased, publicado por Harvard University Press El paisaje no era selvático, pero sí se puso en marcha a principios del siglo XX una política de desplazamiento y despoblamiento de la zona que contribuyó a que esa retórica de la selva pareciera verosímil y que la presencia “modernizante” fuera lo visible, borrándose la historia del lugar. ¿Cómo se dio ese proceso de desplazamiento y despoblamiento? Para 1912, a dos años de la inauguración del Canal, esa zona tenía alrededor de 61.000 habitantes, y eso es muchísima gente para Panamá. Había casas de inquilinato como en cualquier espacio industrial de la época. Había comercios, bancos, tiendas, restaurantes. Y es importante tener claro que el gobierno de Estados Unidos, cuando entró allí, inicialmente no implementó el desmantelamiento ni el despoblamiento de la zona, pues se podía muy bien tener un canal sin aplicar esa política. Cuando se firmó el tratado del Canal en 1903, quienes lo firmaron, los panameños que se independizaron de Colombia, no tenían cómo imaginar que más adelante se daría un despoblamiento. Y no lo podían imaginar porque ya antes ellos habían tratado con franceses y estadounidenses para insertar tecnologías como las del ferrocarril, y ninguno de esos proyectos había llevado algo así. Lo que nos indican los archivos es que a los panameños los tomó por sorpresa esa política. Es más, ni siquiera los estadounidenses mismos sabían en 1903 ni 1904 que lo harían. Para el despoblamiento serían cruciales los debates de las autoridades del Canal alrededor de la importancia estratégica de la zona y de la imagen que de los Estados Unidos tendría el mundo, si se mantenían los inquilinatos y la variedad racial de la zona. No todos los norteamericanos estaban a favor del despoblamiento, pero en esa coyuntura finalmente venció la idea de que el Canal debía ser el símbolo de la grandeza tecnológica y urbana de los Estados Unidos y que para ello se tendría que implementar el desplazamiento y el despoblamiento, en búsqueda de un paisaje perfecto. Si la variedad racial era una preocupación, el racismo de la época entonces jugó un papel clave en la implementación del despoblamiento, así como las prácticas de higienización del momento también lo hicieron, y en esto el mosquito, el insecto mismo, fue un actor histórico fundamental, según Erased. ¿Por qué el mosquito es tan importante en esta historia? Sí, el mosquito no era cualquier cosa. Además, era un imaginario poderosísimo de los desafíos del trópico. En la memoria, los franceses no lograron construir el Canal porque los mató la fiebre amarilla, a causa de las picaduras. Son estos mosquitos y la fiebre quienes frenan la construcción inicial del Canal, en ese relato. Ellos son los que acabaron con la vida de muchos ingenieros y con buena de parte de los trabajadores. Por eso, para personajes como el Dr. Gorgas, el médico estadounidense que ya había eliminado la fiebre amarilla en Cuba, era clave derrotar al mosquito en Panamá. Como hombre importantísimo en los debates del despoblamiento por su postura en contra de éste, el Dr. Gorgas creía que controlar el mosquito era un sí rotundo a la viabilidad de la vida en el trópico, no solo para quienes habían nacido y crecido allí, sino para los blancos que llegaban. En general, en todo el manejo de los mosquitos, las ideas sobre raza ocuparon un lugar. Parte del discurso científico racista de la época fue que los nativos, las gentes de Panamá eran vectores de contagio de la fiebre amarilla que el mosquito repartía. Entonces, una de las primeras reestructuraciones que se dio en los pueblos de la zona fue crear una distancia entre las casas norteamericanas, las casas de la compañía y las casas nativas para evitar contagios. También, se dio el uso del anjeo. Panamá, como otros lugares en América Latina, fue definido como un espacio periférico, susceptible de intervención y transformación radicales, por su carácter tropical. ¿Qué es la tropicalización del paisaje y cómo ésta convirtió a los latinoamericanos en sujetos retóricamente marginales, aislados de los procesos de modernización de los que sin embargo sí participó y sigue participando hoy? El discurso del trópico tiene una importancia grandísima porque logra robarle la historia a los latinoamericanos. El caso de los panameños, como habitantes del trópico, es un ejemplo de ello. En ese discurso, que se gesta en Europa y en Estados Unidos, el trópico es lo opuesto a la civilización; es el espacio del salvaje y es el espacio donde no hay historia, donde hay vacío. Ese es el tópico. ¿Pero realmente qué estaba pasando en un lugar como Panamá a finales del siglo XIX y principios del XX? Por un lado, Panamá era parte de Colombia, y como parte de Colombia, era uno de esos lugares que estaba a la vanguardia de republicanismo mundial. Era un laboratorio de democracia. En ese espacio panameño había alcaldes, por ejemplo, y la abolición de la esclavitud se dio antes que en Estados Unidos. Al mismo tiempo, Panamá era un lugar que siempre había estado a la vanguardia de la tecnología de transporte y las comunicaciones. ¿Y qué es entonces lo que hizo el lenguaje del trópico? Designó este lugar como imposible, como inviable: el habitante negro, tropical, no podía, en esa retórica, ser innovador ni activo. Es así como en los Estados Unidos comenzó la burla del republicanismo latinoamericano, al que se le empezó a describir como una imitación, una parodia del verdadero republicanismo; según esa perspectiva norteamericana, el republicanismo de América Latina era un republicanismo negro. En esta burla veo el antecedente del lenguaje de la república bananera que se popularizó después. En ese discurso del trópico, la relación de los latinoamericanos con la tecnología se enrareció, como si no fuéramos parte del mismo mundo ni de la historia del propio ferrocarril ni del propio Canal. Nos convirtieron en nómadas, en gentes sin historia. En ese lenguaje, los nativos de entonces no tenía historia, y sin historia era muy fácil decir “no pertenecen y los podemos sacar”. Además, la tropicalización los convirtió en sujetos que debían ser siempre modernizados, desarrollados, ayudados, guiados, gobernados. De ahí la importancia de la historia: cuando tú le quitas la historia a una población y lo desvinculas de su espacio, la puedes desplazar y se vuelve, en tu imaginación, legítimo y hasta ético moverla. Cuando se recupera la historia, todo cambia. Esta es una historia sobre el poder en muchos sentidos, ¿qué aprendemos de ese poder que unos logran ejercer sobre los espacios de otros y cómo opera ese poder en el pasado y en el presente? Lo que pasó en Panamá, es a gran escala, lo que ha pasado luego en muchas otras partes. El control de los poderosos sobre ese espacio de la zona del Canal fue la materialización de una visión urbana, de cómo tenía que hacerse bonito esa zona para conservar un espíritu y una imagen favorable del lugar. Y todo eso me lleva a pensar en ciertos procesos de expulsión de habitantes pobres de espacios turísticos. Por ejemplo, en Cartagena sucedió algo similar con Chambacú, un barrio que estaba al lado de las murallas y que las autoridades empezaron a ver como feo, inapropiado para estar al lado de las murallas. Y la historia de esos pobladores que vivían ahí tenía completa relación con ese espacio, y por mucho tiempo. Su vínculo histórico, su relevancia histórica en ese lugar, no importó porque se priorizó la imagen que se quiso finalmente proyectar. Considero que se trata de un proceso de gentrificación desde el poder, desde los programas culturales y de turismo. Y el debate hoy en día es infinito: ¿hay derecho a expulsar a las poblaciones en pro de una visión urbanística? ¿Y podemos prescindir de sus historias? La historia que yo cuento también ilumina este problema y esta discusión. 10 películas para entender el malestar social en Colombia (y América Latina) *Profesora de la Universidad de los Andes, historiadora y analista de medios.