¿Cómo surgió la idea de este proyecto artístico?
Ana González: Nos conocimos en un viaje al Chiribiquete, y en ese lugar sentimos que sería increíble mostrar de una manera poética lo que veíamos a nuestro alrededor: paisajes y comunidades indígenas que muchos colombianos desconocen. También quisimos que el hilo conductor del proyecto fuera el agua, pues todas las comunidades la tienen como eje de su cosmovisión: los misaks en el Cauca se consideran hijos del aguacero o el río Amazonas, que es la madre de todas las comunidades que ahí habitan, huitotos, yaguas, yucunas, etcétera.
¿Qué quieren comunicar con esta obra?
Ruvén Afanador: Como artista, uno hace obras que lo apasionan y uno espera que los demás las disfruten y aprendan de ellas. El arte está abierto a la interpretación y a la aceptación o no de las personas. Y la pasión por las comunidades indígenas la compartimos con Ana y buscamos reflejarla en la obra.
A.G.: Nos sorprendió y apasionó tanto el tema que quisimos compartir desde el arte una visión muy propia de nuestra sociedad, de nuestra historia, de las culturas indígenas, de nuestra naturaleza, de entender nuestros orígenes. Creo que esa es una constante del proyecto que compartimos con Ruven: la capacidad de asombrarnos.
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¿Qué fue lo que más los asombró o sorprendió?
R.A.: Todos los viajes que hicimos estaban llenos de momentos y experiencias increíbles. Alucinantes en realidad. Llegar a lugares que se han mantenido intactos por miles de años es algo muy impactante, era como viajar en el tiempo.
A.G.: Creo que encontrarse con culturas que ni siquiera hablaban nuestro español y ese asombro mutuo en realidad era fascinante, al igual que saber que son centenarias o milenarias. Que conservan tradiciones, como los cantos, los encierros, los oficios y sus atuendos.
Algunas personas critican estos proyectos, porque consideran que convierten a las culturas en objetos de museo o que las cosifican. ¿Qué opinan de esta posición?
R.A.: Cualquier fotografía que hago se puede cosificar sin importar la persona o su origen, pueden ser políticos, artistas o gente del común. Y el arte se puede interpretar de muchas maneras, y, si la gente quiere ver algo negativo, no es relevante. Yo me preocupo por transmitir mis experiencias y sensaciones. Es hacer arte en el sentido más puro.
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A.G.: En la vida y en la obra es importante ser fiel a uno mismo y dejar en un segundo plano lo que puede pensar el otro. Se necesita libertad para seguir creando. Nosotros en Hijas del agua somos fieles a lo que sentimos y a lo que vivimos. Transmitir ese asombro, ese respeto hacia ellos y hacia la naturaleza, ese agradecimiento es nuestro mensaje.
SEMANA: ¿Cómo fue el trabajo colaborativo entre ustedes?
R.A.: Fue una experiencia increíble de mucho aprendizaje. Como artista individual siempre uno está encargado de las cosas y las hace como uno quiere. Al compartir la visión o las ideas de uno se crea una relación muy intensa y gratificante.
A.G.: Ha sido una hermosa amistad. Fue ante todo un trabajo de taller muy intenso. Fueron muchos más errores que aciertos, pero fue una colaboración maravillosa. Ruven y yo veníamos de diferentes lugares, teníamos diferentes miradas y lograr unirlas fue fascinante. Los viajes los hacíamos juntos, yo veía la manera en que él hacía las fotos, que era una ceremonia; después empezaba un proceso en el que yo investigaba y después intervenía en el taller las fotografías. Los errores que cometimos fueron los mejores aciertos después.
¿Algún mensaje para los colombianos?
R.A.: Que es importante aprender y escuchar a las comunidades indígenas. En este proyecto se siente la dignidad, la belleza y el conocimiento que ellas tienen.
A.G.: Un mensaje de mirar nuestro origen, regresar a él, dejar de mirar tanto hacia fuera y agradecer a las culturas indígenas por proteger la naturaleza y el agua. El mensaje es que miremos quiénes somos, a los ojos, pues todos somos hijos del agua, y debemos ser protectores de la naturaleza en una gran colaboración.