Hagakure – “hojas escondidas”, “a la sombra de las hojas” o “escondido por las hojas” en su original en japonés – es un libro de aforismos, anécdotas y recomendaciones éticas que pretende transmitir el Bushido, el Camino del Samurái. Escrito en Japón en el siglo XVIII, es el resultado de siete años de conversaciones entre el veterano samurái Yamamoto Tsunetomo y el joven aprendiz y escribiente Tashiro Tsuramoto en la ermita de Kurotsuchibaru, a doce kilómetros del castillo Saga. Allí se había retirado Yamamoto a los cuarenta y dos años luego de que a la muerte de su maestro –Nabeshima Mtsushige, el tercer señor del clan Nabeshima– se le prohibiera suicidarse en el ritual de seppuku, también conocido como harakiri (o tsuifuku cuando su motivo era específicamente la muerte del maestro samurái): suicidio llevado a cabo por un corte horizontal al abdomen seguido de una tajante decapitación por parte de un asistente, un kaishaku. Yamamoto vivió en una época de cambio. Aunque a la fecha de su nacimiento (en el año 1659 de nuestro calendario) el período Edo acababa de empezar, la función de la clase gobernante –los samuráis– había de padecer una imprevisible transformación: luego de siglos de servir como guerreros en un país que vivía una incesante guerra civil por la lucha de poder entre diferentes amos feudales (terratenientes conocidos como daimyos), con el establecimiento del régimen de Tokugawa los samuráis pasarían a ocupar cargos más administrativos que militares a lo largo del territorio japonés. Símbolo de esa transformación fue la prohibición misma del tsuifuku a mediados del siglo XVII, pues en un país relativamente en paz y unificado, que los samuráis demostraran su lealtad hacia sus amos suicidándose al morir éstos sólo tenía como resultado que hombres cultos y disciplinados murieran inútilmente, cuando bien podían ser empleados para la administración y manutención de un régimen político herméticamente cerrado al exterior y rigurosamente conservador en cuanto a política interna se refiere. No obstante, Yamamoto creció entre las antiguas costumbres, rituales y preceptos de los viejos samuráis, leyendo y escuchando las historias de honor y valor militar que siglos después inspirarían las mejores películas de Akira Kurosawa. Historias de una abnegación y una lealtad hacia el amo feudal increíbles, como la de un samurái que se mete a una casa en llamas para salvar el árbol genealógico de su maestro y para que éste no se quemara se corta el estómago y se lo pone en las entrañas, muriendo pero manteniendo a salvo el documento en su cadáver calcinado. Así pues, no es de extrañar que la prohibición del tsuifuku no le sentara bien a Yamamoto y que, al morir su maestro, en lugar de buscar otro amo u ocupar un cargo administrativo en el gobierno de su localidad, éste decidiera rapar su cabeza y convertirse en un monje budista, recluyéndose en la ermita donde luego lo encontró Tsuramoto. El Japón de Mishima y Dazai Por consiguiente, quien lea el Hagakure se ha de encontrar con un libro eminentemente nostálgico, en el cual la voz que lo nutre no hace sino lamentar el paso del tiempo y el cambio en las costumbres y los valores, vaticinando en varios fragmentos el “fin del mundo”, lo que inevitablemente lo lleva a uno preguntarse si no es el cambio al que perpetuamente está sujeto el universo el fin de los mundos conocidos y amados por quienes lo habitan. Como toda obra conservadora, acá también nos hemos de enfrentar a una mirada acrítica que defiende posturas que nos pueden parecer absurdas o insostenibles hoy en día, como la misoginia rampante de una sociedad patriarcal o la defensa violenta de un estado social jerárquico y homogéneo en el cual la movilidad social es mínima y se cometen muchas injusticias en el nombre de conceptos a lo mejor quiméricos como lo son, quizás, la noción misma de “honor” y de “moralidad”. El mismo Yamamoto parece consciente de estas falencias cuando reflexiona sobre la justicia y la contrapone al Camino del Samurái, decantándose al final por el segundo, en fragmentos como éste: Odiar la injusticia y estar del lado de lo correcto es difícil. Aun más, cuando uno piensa que hacer lo correcto es lo mejor y se hace el mayor esfuerzo por ser bueno en muchas ocasiones se cometerán muchos errores. El Camino del Samurái está en un ámbito más elevado que el del bien. Pero incluso a este respecto, Hagakure es susceptible de darle sorpresas a un lector contemporáneo. Considérese, por ejemplo, su posición respecto a la homosexualidad. Por más que en un fragmento anterior Yamamoto había citado la opinión de un mayor anterior a su tiempo que decía que “Cuando se es joven, frecuentemente se puede cubrir uno de vergüenza por toda la vida al practicar actos homosexuales”, que la “mujer debe ser fiel a un solo esposo” pues de lo contrario el matrimonio se vuelve “lo mismo que la sodomía o la prostitución” y que eso es una “vergüenza para un guerrero”, en el siguiente fragmento cuenta la siguiente anécdota, de bellos pensamientos: Hoshino Ryôtetsu fue el progenitor de la homosexualidad en nuestra provincia y, aunque se dice que tuvo muchos discípulos, a cada uno lo instruía individualmente. Edayoshi Saburôzaemon fue un hombre que comprendió el fundamento de la homosexualidad. Una vez, acompañando a su maestro a Edo [el Tokio actual], Ryôtetsu le preguntó a Saburôzaemon “¿Qué entiendes por homosexualidad?” Saburôzaemon replicó, “Es algo a la vez placentero y no placentero”. A Ryôtetsu le gustó esa respuesta y dijo, “Has debido pasar por varios dolores para llegar a decir algo así”. Unos años después, una persona le preguntó a Saburôzaemon el sentido de lo anterior. Él contestó, “Poner la vida de uno al servicio de otro es el principio básico de la homosexualidad. Si esto no es así, se vuelve motivo de vergüenza. Pero entonces no quedas con nada para poner al servicio de tu maestro. Por eso se entiende que la homosexualidad es algo placentero y no placentero a la vez. Hagakure es un libro de más de mil trescientos fragmentos. Yo personalmente no conozco más que los trescientos que fueron seleccionados para su traducción al inglés por William Scott Wilson y que han sido la base de mi traducción, pues lamentablemente no hablo japonés. A su vez, para la selección de los fragmentos de esta sección de ARCADIA me he servido de aquellos hermosísimos aforismos que Jim Jarmusch utilizó en su maravillosa película de 1999, Ghost Dog: El camino del samurái, para mí su mejor largometraje junto a Dead Man, de 1995. No es coincidencia que Jarmusch haya decidido contar su historia de las calles con fragmentos del Hagakure, pues indudablemente hoy en día, en los barrios marginados de las ciudades contemporáneas, se libra una despiadada guerra por el poder y la supervivencia. Tampoco es coincidencia que la música del film esté a cargo de RZA, uno de los mayores maestros del hip-hop con su grupo The Wu-Tang Clan, pues el rap es probablemente la mejor poesía que ha salido de esa guerra. Disciplinas para la dicha: una columna de Andrea Mejía Creo sinceramente que Jarmusch sacó lo mejor de este libro –a veces uniendo fragmentos distintos, a veces utilizando sólo un par de frases de fragmentos mucho más extensos– para acompañar la historia de su guerrero afroamericano, Perro Fantasma, interpretado magistralmente por Forest Whitaker. De hecho, recomiendo acompañar la lectura de estos fragmentos con la voz de Whitaker, que con su resonancia profunda, su pronunciación lenta y majestuosa los dota de una belleza que probablemente mi traducción no tiene. Todas las citas leídas por Whitaker se pueden escuchar aquí:
Hagakure (selección) El Camino del Samurái reside en la muerte. Meditar sobre la inevitabilidad de la muerte es una tarea que se debe hacer diariamente. Todos los días, cuando el cuerpo y la mente se encuentran en paz, uno debería meditar en ser atravesado por flechas, disparos de rifle, lanzas y espadas; en ser arrastrado por crecientes olas a mar abierto; en ser arrojado en medio de un gran fuego; en ser alcanzado por un rayo; en ser sacudido por la tierra en un gran terremoto; en caer por un precipicio de miles de metros; en agonizar por una enfermedad o llevar a cabo el seppuku al morir el maestro. Y todos los días, sin excepción, uno debe pensarse como estando muerto. Esa es la substancia del Camino del Samurái.
No está bien cuando una cosa se vuelve dos. Esto y nada más es lo que ha de buscarse en el Camino del Samurái. Lo mismo puede decirse de cualquier cosa que se conciba como un Camino. Si uno entiende las cosas de esta manera, será capaz de oír acerca de todos los Caminos y estar más y más en paz con el propio. Si uno fuera a expresar en una sola palabra lo que significa ser un samurái, su base sería la de consagrar el cuerpo y el alma a su maestro. No olvidar al maestro es lo más fundamental para un sirviente. Es bueno adoptar el punto de vista que sostiene que el mundo que vivimos es un sueño. Cuando se vive algo parecido a una pesadilla uno puede despertar y decirse a sí mismo que no fue más que un sueño. Se dice que el mundo en el que vivimos no es de ningún modo diferente a esto. Entre las máximas escritas en la pared del Señor Naoshige estaba ésta: “Asuntos de gran importancia deben ser manejados con ligereza”. El Maestro Ittei comentó: “Asuntos de poca importancia deben ser manejados con seriedad”. De acuerdo a lo dicho por uno de los mayores, arremeter contra un enemigo en el campo de batalla es como el águila lanzándose sobre un pájaro pequeño: aunque vuela en medio de miles de pájaros, no le presta atención a ninguno excepto al que en un principio se propuso atacar. Como decían los antiguos, uno debería tomar sus decisiones en el lapso de siete respiraciones. Se trata de ser determinado y tener el espíritu para atravesar todo momento dado. Aunque le cortaran la cabeza a un samurái de un momento a otro, debería ser capaz de realizar una última acción con decisión. Si uno se vuelve como un espectro vengativo y muestra gran determinación, aunque te corten la cabeza, no deberías morir. Es bueno cargar un poco de polvos rojos bajo la manga. Puede suceder que cuando uno está volviendo a la sobriedad o despertando de un profundo sueño, la compostura sea poco propicia. En esos momentos es bueno sacar los polvos rojos y aplicarse un poco. Cuando uno ha tomado la decisión de matar a alguien, aunque sea muy difícil lograrlo atacando de frente, no servirá de nada pensar en tomar un rodeo. El Camino del Samurái es uno de inmediatez, y es mejor arremeter de frente. Nuestros cuerpos cobran vida en medio de la nada. Existir donde no hay nada es el sentido de la frase, “Forma es vacío”. Que todas las cosas provengan de la nada es el sentido de la frase, “Vacío es forma”. No se debe pensar que éstas son dos cosas distintas. Con toda seguridad, no hay nada más allá del propósito singular del presente. La vida entera de un hombre es la incesante sucesión de un momento a otro. Si uno entiende plenamente el presente, no sentirá necesidad de hacer nada más, de buscar nada más. Vive siendo fiel al propósito singular de cada momento. Hay algo que debe aprenderse del fenómeno de un aguacero. Cuando de repente te cae un chaparrón, corres por un lado de la calle tratando de no mojarte. Pero al pasar por los aleros de los tejados, de todos modos te mojas. Cuando estás resuelto desde un principio, aunque termines igual empapándote, no quedarás perplejo. Este aprendizaje se aplica a todo. Se dice que lo que llaman “el espíritu de una época” es algo a lo que nadie puede volver. Que ese espíritu se esté lentamente disipando se debe a que el mundo está cerca de su final. Por esa razón, aunque a uno le gustaría devolver al mundo al espíritu que tenía hace cien años o más, eso es imposible. Así, es importante sacar lo mejor de cada generación. En el área de Kamigata, la gente lleva una especie de lonchera con dobleces cuando va a ver los árboles florecer. Al volver, la arrojan al piso y la pisotean con sus zapatos. El fin es importante en todas las cosas.