“Alóooo”. Bruno Gelber atiende el teléfono a lo Bruno Gelber: con brillo rococó en los labios y Argentina en la voz. Tocó como los dioses el concierto para piano número 1 opus 15 de Brahms a los 19 años en Múnich y se convirtió en uno de los ungidos de Marguerite Long y en el niño consentido de Europa. Bruno Leonardo Gelber: el argentino ovacionado por el público y la crítica; el concertista al que no se le escapó director conspicuo, fastuoso teatro o reputada orquesta; el coleccionista de aplausos y grand prixes. Leila Guerriero y Bruno Gelber nacieron bajo el cielo de una misma nación. Ella, una de las más reconocidas exponentes del periodismo narrativo latinoamericano; él, uno de los cien mejores pianistas del siglo XX. Suspendidos en el aire, acortando la distancia y dando las puntadas de lo que primero sería una periodista escribiendo un libro y luego fue dos amigos forjando un cariño acendrado en largas conversaciones, varios “alóooo” habrían de ser el leitmotiv con que Leila Guerriero traería la indescifrable voz del pianista a oídos del lector. “La parodia de la parodia de un ‘aló’”, los llamaría Guerriero en uno de tantos lugares narrativos que fulgen en el relato con determinación y agudo brío. Cuenta Guerriero que en su casa, sobre la tapa del piano de cola Yamaha, Bruno tiene cosas como un huevo Fabergé, un aparato eléctrico para espantar mosquitos, una pirámide de cristal y kleenex. Ella es los ojos atentos en el pomposo apartamento del pianista. Es la lupa que encuentra la lubricidad subrepticia en esas frases ocasionales de Gelber que dejan mil preguntas acerca de su sexualidad. Estuvo en su baño. En su carro. En su estudio de paredes violeta. Pero sobre todo, estuvo en sus reminiscencias. “Cuanto mejor amoblada tenés la cabeza, una lectura más sofisticada podés hacer de la realidad”: Leila Guerriero “Yo vivo en música”, le diría un día Bruno Gelber a Leila Guerriero, que estuvo ahí cuando habló el alma del pianista, y Chopin, Beethoven, Schumann y Bach hicieron silencio. Opus Gelber va hasta lo recóndito de un grande. Desenmaraña lo que hay en cada fibra de un pianista que vivió tres cuartas partes de su vida en Europa entre palacios, castillos, príncipes, condes y duquesas, pero que escoge vivir su otoño en Argentina; de un pianista que dio cinco mil conciertos en cincuenta y cuatro países y delira con un alfajor de dulce de leche y la pasta frola de la panadera de enfrente de su departamento a veinte cuadras del Obelisco. Guerriero se ganó un puesto privilegiado en la vida de Bruno e hizo un libro. Pero se volvió su confidente a costa de ser, también, víctima de su propio invento. No se escapó del inmisericorde Juego de las preguntas del pianista, que como un adolescente que quiere saber lo que se pregunta en susurros delante de los adultos, la quiso poner en lugares incómodos. Bruno es noctámbulo. Puede devorar budines enteros pero nunca come antes de tocar. Justo cuando pareciera que es un ególatra que se maquilla y se jacta de ser amigo de la duquesa de Orleans, Guerriero toca a la puerta y se asoma para recordarle al lector que la polio dejó desde niño a Bruno Gelber en el borde de un trino entre las teclas blancas y negras de la fragilidad.
Opus GelberLeila GuerrieroEditorial Anagrama (2019) *ArteLetra librería