Viaje al interior de una gota de sangre hace parte de la Pentalogía (infame) de Colombia, una serie de novelas de Daniel Ferreira que escarban, a través de un lenguaje cuidado, vigoroso y honesto, la historia de la violencia nacional. Con la tercera de la serie, Rebelión de los oficios inútiles, el autor santandereano ganó el premio Clarín de novela en 2014, publicado en Colombia, por primera vez, por la editorial Alfaguara. Pero Ferreira ya había publicado las primeras dos novelas de la Pentalogía y con ambas había ganado premios. La balada de los bandoleros baladíes, primera de la serie, también fue publicada en 2011 por la Universidad Veracruzana. Así, seis años después de su fecha de publicación original, Alfaguara trae de vuelta a Colombia una novela que, tristemente, le es muy suya. Es acá el lugar natural de lectura de la narrativa de Ferreira, el sitio donde debemos enfrentarnos como lectores y ciudadanos a sus historias. La novela inicia con una matanza oficiada por una parranda de encapuchados en la plaza de un pueblo en medio de un reinado local. “Tres mil casquillos de balas disparadas y medio centenar de cuerpos después”, la novela vuelve a iniciar. Como si asistiéramos a un acto de resurrección, la novela recorre de nuevo, personaje a personaje, la vida de cada uno hasta llegar al momento exacto anterior a su muerte. A través de todas las historias se adivina más que una historia personal: en cada personaje se multiplica y se refleja la historia de un pueblo que termina ajusticiado, una tarde de fiesta, por la violencia paramilitar.
El primer muerto es un niño asesinado en el río, a la entrada del pueblo. Luego sigue Delfina, la adolescente entregada por su madre al mafioso del pueblo a cambio de un puñado de billetes y la fantasía de cazar un buen marido para la hija, pero sobre todo, un ascenso social para ella misma. Le sigue el profesor, borracho y solitario, que dicta clases de historia revolucionaria a un imaginario grupo de alumnos que igual duermen y se aburren profundamente. El narrador es uno de los niños que juega a la entrada del pueblo, el primero en ver entrar la camioneta Nissan llena de encapuchados y el último en verlos salir. Sabemos que está caído de bruces en el pasto, que ve a Delfina siempre bañarse en el río, que vive en el hotel del pueblo que es incendiado por los vengadores y que narra desde un sitio incierto —desde la muerte o desde el improbable lugar del sobreviviente, que también es un muerto en vida.*Periodista y editora.