A partir de un acontecimiento trágico —la muerte de la profesora de Filosofía de la Universidad Nacional Teresa Barragán, de la que tenemos noticia en el prólogo de la novela contado por su autor—, asistimos como lectores al tejido de una historia que se nos relata entre cartas; una narración epistolar que parece no propia de estos tiempos de comunicaciones inmediatistas y pragmáticas. Desde lo clandestino, un amor se hace palabras entre correos electrónicos a la distancia. Y el ordenador parece el único lugar en donde puede verse consumado. El maestro Luis Eduardo Hoyos publicó este año en la Editorial Tusquets, en su colección Andanzas, un valioso entramado de emisiones y destinos titulado Cartas sobre el amor y la destrucción. El libro reescribe para nosotros la historia de Antonio Mariño y de Teresa Barragán, ambos egresados del programa de Filosofía de la Universidad Nacional, quienes se entregan a un ejercicio de escritura limpio y argumentado que deja nacer las múltiples posibilidades en torno a diferentes temas de la vida, hablados desde la filosofía. Ella, casada y entregada a su trabajo de cátedra en Colombia, y él, aprovechando una beca en Alemania para sus estudios doctorales, hacen que la distancia por intermedio de su comunicación se vea de alguna manera acortada por las palabras. La de Hoyos es una narrativa que nos confronta desde muchas aristas. Va desde lo que debemos reprimir a fuerza de lo que sentimos —ese fuego que nos abrasa desde adentro, que nos quema—, hasta la aceptación del diluir de los sentires por el paso del tiempo, pasando por la historia reciente de nuestro país y, hablando de nuestra sociedad desde sus diversas manifestaciones, volviendo de nuevo sobre nosotros mismos. Todo eso y más está presente en estas epístolas, como ese algo que está en nosotros, incubado. Cartas sobre el amor y la destrucción parece decir “presente” una sociedad que se devora a sí misma, que se consume lenta y tortuosamente: ese fracaso colectivo en el que nos hemos venido transformando. Y, sin embargo, también dicen “presente” muchos lugares para la esperanza, que hacen del libro un paquete genial tanto para nihilistas como para afirmados. Como anticipa su título, el tema principal de esta trama es el amor, un motor que mueve a escribir y que afirma en tiempos en los que todo panorama parece decepcionante. Es un tema que dentro de la novela se va desencriptando hasta que logra aterrizarse en el sentir por encima del pensar. Eso es lo hermoso. Una carta sobre el amor y la destrucción, de Luis Eduardo Hoyos Cuando por momentos el lector intuye el tedio, producto tal vez de ciertas categorías comprensibles desde el intelecto de los dos emisores, que explican el sentir desde los saberes académicos, viene el rescate desde ellos mismos, quienes se apoyan en esos referentes filosóficos para hacer emerger dentro de las cartas unas metáforas del amor que no pueden ser más que bellísimas. El libro trabaja fundamentales imágenes sobre lo social, sobre esta América Latina de paisajes alarmantes y de mitos candorosos. Todo eso habita en este entramado de tinta que no viene siendo otra cosa que la realidad. La de Hoyos es una novela que se sale de los moldes tradicionales del género, que arriesga, y que no juega con ficciones. De hecho, parecen estar escindidos los elementos estructurales de las narrativas generales, normativas, pues incluso su autor funge más como el editor que reivindica un ejercicio que tejieron ya otras manos y al cual solamente él alimenta con su trabajo, marcando el contexto y la secuencia, para dar a conocer la historia de este triángulo amoroso-filosófico-social y más, en un concepto ya tan libre como viene siendo la novela de estos tiempos actuales. En las figuras literarias de la novela predomina el sarcasmo, alimentado seguramente por unos egos y un amor que parece que la filosofía no les deja expresar tan instintiva y animalmente como quisieran. Como los temas de la vida no nos son tan manejables en ocasiones, dependiendo de nuestras posiciones y de los instantes en los que los abordamos, Mariño y Barragán parecen dejar muy claro este horizonte. Cartas sobre el amor y la destrucción es, además, un compendio de apuntes geniales sobre la docencia: el oficio, el sacrificio por el otro, la alteridad y el formar, que no es más que seguirle creyendo a esto que vaya uno a saber si somos. Es también sobre el amor que se va tomando las páginas con el poder de la palabra de Teresa, quien es la que finalmente termina aterrizando la filosofía en los campos del sentir, y sobre la influencia de todos esos que han pasado por nosotros y que siguen vigentes en nuestras vidas. El libro está escrito desde lo destructivo, más instintivo, y, sin embargo, más analítico, más profesional, más académico; también, por el contrario, desde una construcción por caminos tortuosos y beligerantes en ella, siempre más lúcida, más cuidadosa, más pertinente, más necesaria: la poderosa fuerza de la escritura hace posibles todas estas manifestaciones. No hay dos briznas de hierba iguales: una columna de Andrea Mejía Hay más. El intercambio epistolar incluye reflexiones sobre la muerte precisas y contundentes, sobre cómo somos tan estúpidos frente a ella y estamos tan acostumbrados a una cultura del dolor y del aferrarse a una vida que ya no es digna en términos de enfermedad terminal que nos ciega y que no nos deja ver que amar no consiste en ver sufrir y esperar “el milagro”. No hemos llegado todavía a los tiempos en los que amar al otro sea tan maravilloso que no haya reparos para ayudarle a acabar con su sufrimiento. Ya nadie mata por amor. No pueden ser más que perfectos e ilustradores sus pasajes sobre la dignidad frente a la muerte. Geniales. De manera particular me llama la atención el asunto de la carta como una cita invisible, como un género que se recupera hoy desde e-mails, como el recuerdo de la vieja usanza para expresar lo que sentimos, como el vehículo precioso que reclama su rescate de las fauces de un Caribdis tan banal y tan pragmático como el de la comunicación de nuestros tiempos. Es tan cercana esta novela, por su misma condición de real, a la existencia, que el lector se encontrará consigo mismo, con sus padres, con sus amigos, con sus amores, con sus hijos, con sus pérdidas, con sus victorias. No deja de parecer triste la paradoja, porque es que resulta que cuando más “afincados” nos encontramos con la vida: llega ella, la muerte, y ya, lo va borrando todo de un brochazo. *Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana de la Universidad La Gran Colombia y magíster en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana